Francisco Fernández-Carvajal 30 de diciembre de 2018
—
Jesús quiso comenzar la Redención del mundo enraizado en una familia.
— La
misión de los padres. Ejemplo de María y de José.
— La
Sagrada Familia, ejemplo para todas las familias.
I. Cuando
cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a
su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él1.
El
Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una familia sencilla,
normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Nada
ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor
parte de su vida.
José
era el cabeza de familia; como padre legal, él era quien sostenía a Jesús y a
María con su trabajo. Es él quien recibe el mensaje del nombre que ha de poner
al Niño: Le pondrás por nombre Jesús; y los que tienen como
fin la protección del Hijo: Levántate, toma al Niño y huye a Egipto.
Levántate, toma al Niño y vuelve a la patria. No vayas a Belén, sino a Nazaret.
De él aprendió Jesús su propio oficio, el medio de ganarse la vida. Jesús le
manifestaría muchas veces su admiración y su cariño.
De
María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría,
que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo Ella guardaba un poco de
masa de un día para otro, para que se hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba
con la nueva masa, dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio. Cuando
la Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía una
rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al remiendo. Jesús,
con la curiosidad propia de los niños, le preguntaba por qué no empleaba una
tela nueva; la Virgen le explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran
del paño anterior y lo rasgan; por eso había que hacer el remiendo con un paño
viejo... Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse en un arca.
María ponía gran cuidado en meter también determinadas plantas olorosas para
evitar que la polilla los destrozara. Años más tarde, esos sucesos aparecerán
en la predicación de Jesús. No podemos olvidar esta enseñanza fundamental para
nuestra vida corriente: «la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó
en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros
millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos,
en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo, lo que
muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de
cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las
conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita
normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios!»2.
Entre
José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de
hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa,
ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la
voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un
lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.
¿Es
así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús
el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser
oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, a María y a
José en la fiesta que les dedica la Iglesia.
II. En
la familia, «los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la
fe, mediante la Palabra y el ejemplo»3.
Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia. Jesús
aprendió de sus padres el significado de las cosas que le rodeaban.
La
Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones tradicionales que se
rezaban en todos los hogares israelitas, pero en aquella casa todo lo que se
refería a Dios particularmente tenía un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué
prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura
que los niños hebreos tenían que aprender!4.
Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.
Al
meditar estas escenas, los padres han de considerar con frecuencia las palabras
del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II: «¿Enseñáis a vuestros niños las
oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros
hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión,
confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que
sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en
familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad
doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del pensamiento
y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida,
vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz al
interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así
edificáis la Iglesia»5.
Los
hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán
«hogares luminosos y alegres»6,
porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con
el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día más
amable.
La
familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos de encontrar a
Dios. «La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se
enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en
la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad
lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles
sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para
atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que
de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin
importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor
en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.
»Santificar
el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de
eso se trata. Para santificar cada jornada se han de ejercitar muchas virtudes
cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la
prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría...»7.
Esta
virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a pedir: Tú,
que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos familiares, haz que las
familias vean crecer la unidad8.
III. Una
familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico y ha sido llamada
«iglesia doméstica»9.
Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como
la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. «La familia cristiana
proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino, como la
esperanza de la vida bienaventurada»10.
La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a
pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del
Señor.
En la
Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más acabado; en ella, la
familia cristiana puede descubrir lo que debe hacer y el modo de comportarse,
para la santificación y la plenitud humana de cada uno de sus miembros.
«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la
escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a
observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso
de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre
los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera casi insensible, a
imitar esta vida»11.
La
familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la principal
«escuela de todas las virtudes sociales». Es el semillero de la vida social,
pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los
demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación
amorosa entre las diversas maneras de ser. Esto se realiza especialmente en las
familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia12.
De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la salud de
las familias. De aquí que los ataques directos a la familia (como es el caso de
la introducción del divorcio en la legislación) sean ataques directos a la
sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.
«Que
la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la “Iglesia
doméstica”, y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar
a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del
Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella,
Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue
las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
»Que
Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en
Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza»13.
De
modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada Familia por cada uno de los
miembros de nuestra familia, por el más necesitado.
1 Lc 2,
39-40. —
2 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 148. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
4 Cfr. Sal
55, 18; Dan 6, 11; Sal 119. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 60. —
6 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 22. —
7 Ibídem,
23. —
8 Preces.
II Vísperas del día 1 de enero. —
10 Ibídem, 35. —
11 Pablo VI, Aloc. Nazaret,
5-I-1964. —
12 Cfr. Conc. Vat. II,
Const. Gaudium et spes, 52. —
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