Editorial
Revista SIC
Consistencia personal,
garantía de consistencia pública
La victoria de Bolsonaro en
las elecciones de Brasil ha prendido las alarmas y nos lleva a preguntarnos
cómo superar estos bandazos políticos tan infructuosos. Venezuela puede ser la
muestra de lo que está pasando en el resto de América Latina. Las elecciones de
fin de siglo no las ganó Chávez: la gente votó salir de un sistema que lucía ya
agotado.
Las de diciembre de 2015 no
las ganó la oposición: la gente votó salir de un gobierno que no solo había
robado más que todos los de nuestra historia juntos, sino que no tenía nada que
ofrecer al país. Si las cosas siguen como van y no le echamos cabeza, en
nuestro país, como en otros de Nuestra América, volverá un gobierno que
pretenderá borrar los delirios y desmanes de una pretendida izquierda y, aunque
ponga algo de orden e institucionalidad, nos sumirá en más miseria; por lo que
regresará el chavismo o algún otro personalismo autoritario, que, al fracasar,
dará paso a quien quiera implantar el neoliberalismo que nos volverá a sumir en
más miseria, aunque se enriquecerán unos cuantos empresarios.
Síntomas de un mal de fondo
¿Qué tienen de común los que
quieren que nos subamos al carro del capitalismo globalizado y los que quieren
cambiarlo por un gobierno que arbitre medidas compensatorias, o por otro que
proponga un capitalismo social como el que se implantó en Europa después de la
Segunda Guerra Mundial, o en nuestro país en la década de los sesenta y
setenta?
La bandera de Bolsonaro nos
da la pista de un elemento decisivo: la corrupción. En Brasil, como en el resto
de América Latina, robaron más los que proponían ayudar a los empresarios
alegando que cuanto más dinero hubiera, más rebalsaría hacia los de abajo. Pero
es verdad que los que propusieron mecanismos de redistribución también robaron.
¿Por qué el mecanismo de la
corrupción actúa en la sombra hasta que los medios lo airean, no para acabar
con él, sino para cambiar de gobierno? Es claro que los grandes medios pertenecen
al gran capital, incluso en no pocos casos están ligados a los que se postulan
como alternativa. La pregunta es ¿por qué la corrupción se generaliza y
actúa en la sombra y por qué los medios influyen tanto?
Falta de consistencia
personal
Nuestra hipótesis es que la
división que enarboló la modernidad entre lo público y lo privado y el principio
de que lo privado pertenece a cada quien, y que nadie puede influir en ello ni
juzgarlo, es lo que ha provocado el poco cultivo de la persona y en definitiva
su poca consistencia. Por si esto fuera poco, los medios cultivan
sistemáticamente la elementarización de los individuos para que resulten
adictos a sus requerimientos, por eso hoy están repletos de violencia y sexo.
¿Cómo crece un niño y un
adolescente a quien el sistema le requiere para que se cualifique y pueda salir
vencedor en la lucha de todos contra todos de la competencia y que,
complementariamente se le enseña a jugar, a matar más gente en menos tiempo, y
se le socializa con canciones y bailes de pura genitalidad? ¿Cómo se le puede
pedir consistencia personal? Y sin ella las mejores intenciones y los mejores
planes se estrellan ante la tentación de los empresarios que corrompen para
obtener ventajas. Esto respecto de los políticos, pero lo mismo podemos decir
de los electores que se inclinan ante lo que se promueve, sobre todo por los grandes
medios. Y lo mismo y más los empresarios que absolutizan sus ganancias y hacen
todo lo que contribuya a incrementarlas, aunque así se deshumanicen y corrompan
a otros.
Aclararse sobre la
consistencia humana y cultivarla
La consistencia personal que
postulamos como remedio para estos males no consiste en hacer uno lo que se
proponga, es decir, en dejarse llevar por su pasión dominante y poner todo su
ser en función de ella, sino en buscar el bien desde lo que es uno y desde lo
que requiere la situación. Consiste en no dejarse llevar por la corriente ni
por las ocasiones ni por la pasión dominante, sino en unificarse al poner todas
las energías en la humanización integral, que pasa por ayudar a la de los demás
y en definitiva por buscar el bien común, que es el verdadero bien que las
personas.
Mientras no se eduque en
hacer el bien y en no ceder a las tentaciones y mientras la sociedad no lo
proponga como la única meta absoluta, los individuos no tendrán consistencia
interna y cuando sean empresarios tenderán a corromper a los políticos y cuando
sean políticos se dejarán corromper y como ciudadanos no analizaremos
personalmente las opciones ni las debatiremos personalmente, sino que nos
dejaremos llevar por los medios que forman la opinión de los que no se esfuerzan
por tenerla y así sustituyen a la verdadera opinión pública.
El bien común es el
verdadero bien personal
Tiene sentido distinguir lo
público de lo privado y no mezclarlos. Pero no lo tiene considerar lo privado
como un asunto privado que tiene que dejarse al arbitrio de cada quien. Obvio
que no puede imponerse a nadie una determinada conducta.
Pero sí puede y debe
proponerse y estimularse el cultivo y la salvaguarda de la dignidad humana, de
la calidad humana, de la unificación interna en torno a lo que es bueno, en
términos de la asamblea de los obispos latinoamericanos en Medellín cuyo
cincuentenario celebramos, en pasar de condiciones de vida menos humanas a más
humanas: de no tener recursos a tenerlos, a capacitarse para tenerlos ganados
por cada uno en un trabajo útil, a organizar la sociedad para que no falte
trabajo a nadie, de estar excluido o sometido a participar en igualdad de
condiciones, a convivir dando de sí con alegría y recibiendo con
agradecimiento, de vivir para mí y los míos a considerar a todos como hermanos
y vivir para todos sin exclusiones y, para nosotros los cristianos, a vivir
como hijas e hijos de Dios en Jesús, su Hijo eterno y paradigma insuperable de
humanidad.
No habrá comunidades
humanizadoras ni verdadera sociedad sino desde ese horizonte. Y no habrá
ejercicio político verdaderamente democrático y humanizador sin que cada uno de
los ciudadanos pongamos en común nuestros haberes, inhibiendo nuestra mismidad,
para que se constituyan y funcionen verdaderos cuerpos sociales donde todo es
de todos y de nadie en particular, que en eso consiste el bien común. Si no
inhibimos nuestro nombre, cada quien pide privilegios y si se inhibe, pero no
se pone en común, el que lo hace vive como un parásito.
Nuestros votos van en la
dirección de que cada quien nos preguntemos por nuestra consistencia personal y
nuestra participación en el bien común, de manera que lleguemos a comprender
que si no adquirimos verdadera consistencia personal, si no estamos dirigidos
al cultivo del bien en todos los órdenes e infaltablemente en el del bien
común, seremos, bien una paja que se mueve al viento que sopla, bien seres
entregados a pasiones subalternas como el dinero, el poder o el placer, que
solo tienen sentido cuando son meros medios para vivir y dar vida y para
expresar nuestro amor.
En Navidad celebramos el
nacimiento de Jesús de Nazaret, que no tuvo casa ni cuna para nacer, pero que
enriqueció con su pobreza a todos los que se abrieron a él. No tuvo cosas para
darles, pero se dio a sí mismo, estimulando sus mejores energías para que
llegaran a dar lo mejor de sí. Se encontró con un pueblo que estaba contra el
suelo de tanta carga y con su compañía alentadora logró que se pusiera en pie,
que se movilizara, que le echara cabeza y se atreviera a expresar su opinión en
voz alta ante las autoridades.
La consistencia personal
para vivir como vivió y hacer lo que hizo le vino de su amor inquebrantable de
hermano para con todos, incluso con los que lo persiguieron y torturaron, y de
estar siempre en manos de Dios, como un verdadero Hijo. Eso proponemos y
deseamos a todos nuestros conciudadanos, a los que consideramos como verdaderos
hermanos, incluso a nuestros hermanos que nos excluyen y amenazan para
conservar estérilmente el poder.
Fuente: Consejo Editorial
Revista SIC
18-12-18
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