Redacción ACI Prensa 25 de diciembre de 2018
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En el
mensaje previo a la Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al mundo)
de este día de Navidad de 2018, el Papa Francisco pidió una Navidad fraterna
que ponga fin a los diferentes conflictos que afligen a numerosos pueblos y
naciones.
Ante
una Plaza de San Pedro llena de fieles, peregrinos y turistas, el Pontífice,
desde la logia de la Basílica Vaticana, reservada para las grandes ocasiones,
citó algunos de los principales conflictos y crisis que se desarrollan en la
actualidad en el mundo: el conflicto palestino-israelí, la guerra en Siria, la
guerra en Yemen, el hambre en África, las tensiones en la Península coreana, la
división social en Venezuela, la guerra en Ucrania y la violencia en Nicaragua.
Asimismo,
el Papa dirigió “un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que
celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles,
especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo
vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda, a ellos y a todas las
comunidades minoritarias, vivir en paz y que vean reconocidos sus propios
derechos, sobre todo a la libertad religiosa”.
El Papa
explicó que la fraternidad es el mensaje universal de la Navidad, porque el
Niño nacido de la Virgen María “nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros
somos todos hermanos. Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la
humanidad”.
“Sin
la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más
justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo
de convertirse en estructuras sin espíritu”.
Por
eso, “mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad. Fraternidad entre
personas de toda nación y cultura. Fraternidad entre personas con ideas
diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro. Fraternidad entre
personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a
todos aquellos que lo buscan”.
Así,
“con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través
del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos
compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero
todos hermanos en humanidad”.
Por lo
tanto, destacó Francisco, “nuestras diferencias no son un daño o un peligro,
son una riqueza”.
A
continuación, el texto completo del mensaje “Urbi et Orbi” del Papa Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
A
vosotros, fieles de Roma, a vosotros, peregrinos, y a todos los que estáis
conectados desde todas las partes del mundo, renuevo el gozoso anuncio de
Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena
voluntad» (Lc 2,14).
Como
los pastores, que fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos
asombrados la señal que Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos.
¿Y qué
nos dice este Niño, que nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje
universal de la Navidad? Nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos
todos hermanos.
Esta
verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la
fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más
justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo
de convertirse en estructuras sin espíritu.
Por
eso, mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad.
Fraternidad
entre personas de toda nación y cultura.
Fraternidad
entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar
al otro.
Fraternidad
entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de
Dios a todos aquellos que lo buscan.
Y el
rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano concreto. No apareció como
un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y un lugar. Así, con su
encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del
amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos
en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos
en humanidad.
Entonces,
nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza. Como para un
artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener a disposición teselas de
muchos colores, antes que de pocos.
La
experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos
distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo
indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo
mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento
y la fuerza de nuestra fraternidad.
Que en
esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad que nos unen como seres
humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga posible que israelíes y
palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de paz que ponga fin a un
conflicto que ―desde hace más de setenta años― lacera la Tierra elegida por el
Señor para mostrar su rostro de amor.
Que el
Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que vuelva a encontrar la
fraternidad después de largos años de guerra. Que la Comunidad internacional se
esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las
divisiones y los intereses creados para que el pueblo sirio, especialmente
quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar refugio en otro lugar,
pueda volver a vivir en paz en su patria.
Pienso
en Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la
Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las
poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre.
Pienso
también en África, donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y
necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño,
Rey de la paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad
en todo el continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por
promover caminos de reconciliación a nivel político y social.
Que la
Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la Península coreana y
permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en marcha, y que se
alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el
bienestar.
Que este tiempo de bendición le permita a
Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la
sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los
sectores más débiles de la población.
Que el
Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania, ansiosa por reconquistar una paz
duradera que tarda en llegar. Solo con la paz, respetuosa de los derechos de
toda nación, el país puede recuperarse de los sufrimientos padecidos y
reestablecer condiciones dignas para los propios ciudadanos. Me siento cercano
a las comunidades cristianas de esa región, y pido que se puedan tejer
relaciones de fraternidad y amistad.
Que
delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran
hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que
todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el
futuro del país.
Deseo
recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y
económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el
hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios.
Dirijo
un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad
del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí
donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no
considerada. Que el Señor les conceda ―a ellos y a todas las comunidades
minoritarias― vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo
a la libertad religiosa.
Que el
Niño pequeño y con frío que contemplamos hoy en el pesebre proteja a todos los
niños de la tierra y a toda persona frágil, indefensa y descartada. Que todos
podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos
amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos.
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