Luis Martínez 20 de diciembre de 2018
Hacer
del 10 de enero una fecha definitoria del destino del país, es un error. Es
persistir en generar ilusiones de salidas o cambios de gobierno, sin tener
fuerza ni sustento para poder realizarlo. Es elevar la expectativa de la gente
más allá de reales posibilidades de lograr el objetivo de cambio. En contrario,
después del 10 de enero, esas expectativas se transformarían en decepción,
desesperanza e incredulidad respecto a partidos y líderes que la promueven.
Estos
errores han salido muy caros a quienes apuestan por un cambio de gobierno. Tan
caros que, lo que han logrado es atornillar aún más en el poder a quienes
pernotan en Miraflores, cuando tienen mayor debilidad y rechazo de la población
venezolana
Por
tanto, no puede colocarse el 10 de enero como fecha emblemática, mucho menos
cuando la oposición en su conjunto, con sus insalvables diferencias, no tiene
la fortaleza institucional (solo la Asamblea Nacional) como para generar un
conflicto que produzca una transición hacia un cambio de gobierno; además de
sufrir una división estratégica que debilita aún más, cualquier posibilidad de
presentarse como opción de poder ante el mundo y ante los venezolanos.
Entonces,
solo queda abordar mediante un proceso de negociación con el gobierno, la
posibilidad de restablecer la credibilidad de las instituciones y el respeto
entre ellas; así como, acordarse en torno a su relegitimación, mediante un
proceso electoral pacífico y constitucional, que ofrezca todas las garantías
nacionales e internacionales para que el pueblo venezolano se exprese
libremente, sin presión ni chantaje alguno y pueda retornar al camino
democrático y la senda del progreso.
Varios
sectores de la oposición venezolana, deben revisar sus propuestas políticas,
pues, estas no están dando los resultados que tanto han pronosticado.
La
oposición extremista se la pasa en una eterna siembra de ilusiones, jugando a
una lotería que aspiran les dé, el numero ganador que les permita coronarse en
el poder. Por ese camino podríamos, de igual manera, pasar los 50 años de
penurias que el pueblo cubano ha vivido, sin que el numero ganador para el
cambio, haya salido
La
oposición ni-ni, ni una cosa ni la otra, se bate entre dejarse influir por la
política que imponen las redes sociales que lo acerca a la oposición extremista
o defender el voto como opción de cambio. Es una propuesta suma cero que
desvirtúa el papel que debe tener el liderazgo y los partidos políticos como
orientador de los ciudadanos. Aparecen dubitativos y desorientan, aún más al
pueblo venezolano.
La
oposición electoral, afectada por el síndrome del avestruz que se apodero de la
gran mayoría de los venezolanos, quienes han preferido esconder la cabeza
multiplicando el abstencionismo y no apostar al voto como instrumento de
cambio. Tampoco articula una política clara, precisa y contundente que oriente
un camino hacia el cambio democrático a través de un proceso de transición, que
lleve a la legitimación de todos los poderes públicos. Por ello, los resultados
de los dos últimos procesos electorales, han sido pírricos e insuficientes como
para acumular fuerza institucional, que bien hubiera servido para tener mayor
capacidad de negociación ante el gobierno.
La
oposición venezolana con esas tres posturas se ha creado su propia trampa y ha
vuelto redundante, a un gobierno que vive su peor momento, medrando en el poder
sin poder cambiar nada, con un pueblo expectante que lo rechaza. Solo queda
unificar criterios estratégicos, inclusivos, amplios y contundentes que,
mediante una negociación política, pueda lograr una transición pacífica,
constitucional y electoral que relegitime todos los poderes por el bien del
país. Unidad para la transición.
Luis
Martínez
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