Jorge Costadoat 22 de diciembre de 2018
No
sabemos aún qué sentido tendrá la reforma de la Curia Romana. Está claro que
esta es la tarea que los cardenales han dado al Papa Francisco. Pues hay dos
maneras de entender los cambios que se deben hacer: se reformará la Curia para
que mejore el cumplimiento de su misión o se cambiará su misión, para lo cual
se requerirá una Curia muy distinta. En este caso y en aquel, la relación que
quiera establecer el nuevo Papa entre la fe y la cultura será decisiva.
Francisco se servirá de la Curia para continuar gobernando una Iglesia católica
culturalmente occidental o procurará, a través de la misma Curia, que la fe sea
inculturada en culturas plurales; se perfeccionará la organización de una
institucionalidad eclesiástica mono-cultural o se creará una institucionalidad
eclesiástica nueva, orientada a fomentar un catolicismo poli-cultural y
poli-céntrico.
A mi
juicio esta disyuntiva es decisiva. Tomo posición: en tiempos en que los
cristianos descubrimos en el pluralismo un signo de los tiempos, esto es, un
crecimiento en la valoración de las diferencias que Dios suscita en esta época,
la Iglesia tiene que ser culturalmente plural y, en particular, debe serlo la
institución eclesiástica. Esta debe indicar cómo Dios salva y se revela no solo
a los católicos, sino en primer lugar a cada ser humano. Pero, ya que también
es misión del obispo de Roma velar por la unidad de la Iglesia no será nada
fácil, en este caso a Francisco, representar la unidad de las diferencias. ¿Qué
hará si los cristianos de Asia, por ejemplo, no quieren un papado que los
europeíce? El Papa puede tratar a los cristianos de Asia con simpatía y
respeto. Pero, al momento de hilar más fino, pueden surgir diferencias
considerables que él no logre integrar a la Tradición de la Iglesia, más aún
cuando esta Tradición también debe avanzar con los aportes de las iglesias de
los demás continentes.
Benedicto
XVI – y ya antes como el Cardenal
Ratzinger-, embistió en contra de la “dictadura del relativismo”. El vio en la
fragmentación de la verdad de la cultura actual una amenaza fatal para la
humanidad. Si lo verdadero de una persona es relativo a lo verdadero de otra
persona, a la larga nadie tendrá la razón; pues si todos creen tener la verdad,
y todos sostienen verdades distintas, nadie en definitiva la tendrá. ¡Será la
guerra! El Papa emérito vio subyacente a un pluralismo ilimitado la pérdida de
Dios, a saber, el principio de la unidad en torno a una única verdad. Cuando el
pluralismo oculta tras un respeto a los demás una indiferencia hacia ellos, un
dar lo mismo lo que los demás piensen, la convivencia tiene los días contados.
Benedicto sostuvo, en contra del pensamiento relativista, la convicción de una
convergencia en la “verdad”, como la condición básica de entendimiento entre
los seres humanos.
Esto
explica que durante su pontificado haya pesado tanto el factor doctrinal. Por
un parte afirmó con claridad las “verdaderas” consecuencias del Evangelio; por
otra, controló a quienes pudieran haberse apartarse de la enseñanza oficial.
Los pontificados de Juan Pablo y de Benedicto tuvieron un marcado talante
teológico. El reclamo papal por “la verdad” cumplió una función gubernativa.
Mediante ella los papas obligaron a la institucionalidad eclesiástica a cerrar
filas, arriesgando, por otra parte, un distanciamiento con el Pueblo de Dios
necesitado de orientación, pero también de libertad, de confianza y de
protagonismo. Los candidatos a obispos fueron examinados con sumo cuidado.
Muchos teólogos sufrieron las consecuencias.
¿Habrá
cambio de Curia o cambios en la Curia? ¿Bajará Francisco el énfasis doctrinal a
los dicasterios romanos o lo mantendrá? ¿Invertirá la relación de la institución
eclesiástica con las iglesias locales o la mantendrá? ¿Aligerará los controles
a los intelectuales o los mantendrá?
Estas
preguntas son decisivas. Ellas se reducen a una: ¿se abrirá la institución
eclesiástica a la diversidad de la Iglesia? La Iglesia dispersa en el mundo es
mundana. No puede no serlo. Ella experimenta cambios y transformaciones de los
más diversos tipos según se encuentre acá o acullá; a veces avanza y a veces
involuciona con la humanidad. Quien lo niega miente o se engaña. Si la
institución eclesiástica, por tanto, no se abre a lo que está ocurriendo en el
Pueblo de Dios, incluidos los sacerdotes y obispos, no atinará con el anuncio
del Evangelio. En vez de ser pertinente será impertinente. Lo cual es muy
grave. Así no atinará con el quehacer original e irrepetible de Cristo en la
historia a través de su Espíritu. Pero, además, hará daño. Porque forzar la
realidad es nocivo. El riesgo de una apertura indiscreta a los cambios acarrea
peligros. Pero una cerrazón a los mismos es suicida.
El
Papa Francisco ha dicho que prefiere una Iglesia “accidentada” a una Iglesia
“enferma”. Escribe a los obispos argentinos: “Una Iglesia que no sale, a la
corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es
verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier
persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les
quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una
Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la
autorreferencia; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como
aquella mujer del Evangelio”.
Si
esta metáfora vale para la institución eclesiástica, es muy preocupante que
esta cierre a los católicos a la realidad y los concentre en sí mismos. El
obispo de Roma prefiere, no obstante los riesgos, una Iglesia que se exponga al
mundo real. ¿Prefiere una Iglesia más dispuesta a buscar la verdad que a
proclamarla? ¿Una Iglesia que aprenda a una que enseñe? Hemos de suponer que
quiere ambas cosas. Según parece, Francisco no teme tanto al peligro del
relativismo como al del fundamentalismo de quienes se creen poseedores de la
verdad. Si esto es realmente así, el obispo de Roma tendrá que mediar en el
conflicto de las interpretaciones en vez de tratar de suprimirlas.
El
pluralismo es un enorme desafío. Los obispos chilenos han apostado por un tipo
de pluralismo altamente necesario. Vale la pena recordar sus palabras: “Ni el
simple consenso ni las estadísticas dan fundamento suficiente a lo que
estimamos valioso. El pluralismo es inmensamente positivo porque nos ayuda a
convivir y nos permite asumir diversos puntos de vista, comprendiendo la
complejidad de la vida y ensanchando nuestra limitada visión de ella. Ese
pluralismo, hecho de respeto y no de silencios, debe ser fomentado porque nos
permite buscar con otros la verdad, complementándonos. Es un modo solidario de
buscar y profundizar la verdad sin relativizarla. El pluralismo agudiza nuestra
razón para llegar al fundamento que hace más razonables para todos lo que
proponemos como un valor, sin relativismos y sin fundamentalismos” (Humanizar y
compartir con equidad el desarrollo de Chile, 2012).
Auguramos
a Francisco éxito en su tarea de unir sin uniformar, de acoger la diversidad y
trabajar por la comunión entre iglesias que puedan legítimamente intentar
variadas formas de ser católicas. El Papa latinoamericano representa la
apertura. El sabe que si la Iglesia no cambia con los tiempos, se asfixia. El
ha leído la parábola de los talentos: es consciente de que la Iglesia no puede
ser presa del temor. Prefiere una Iglesia “accidentada” a una parapetada en
“verdades” que no reflejan sino miedo a la verdad.
¿Qué tipo de reforma de Curia intentará hacer?
Esperamos que el obispo de Roma, acertando en los fines, acierte también en los
medios. Si quiere abrir la Iglesia a los cambios y a la diversidad de las
culturas, esta Curia, tal como está, ni aun mejorada, sirve. Se necesitará una
Curia que se reestructure de acuerdo a una nueva misión.
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/iglesia-en-salida/francisco-ante-el-desafio-del-pluralismo
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