Luis Ugalde, SJ 27 de diciembre de 2018
Nuestra
República está moribunda y no puede levantar vuelo con medias verdades ni con
súbditos sumisos y resignados. Tenemos que nacer de nuevo como ciudadanos para
quienes “soberanía del pueblo” no sea palabra engañosa del dictador para
legitimarse y dominar. Soberanía significa poder del pueblo sobre la vida
nacional donde cada venezolano se sienta corresponsable de la construcción de
la Venezuela que va a resurgir de las actuales ruinas.
Dos
alas para volar. El renacer de Venezuela requiere dos
alas: producción y solidaridad, que tienen que remar juntas para que el país
levante vuelo. Pero son tan distintas que tienden a rechazarse mutuamente.
Producción. En
cinco años el producto interno bruto (PIB) se ha hundido a menos de la mitad;
tragedia increíble para cualquier país, y hambre, miseria y éxodo para
Venezuela. Ello no es causado por una catástrofe natural o una guerra
arrasadora, sino por una demagogia reparticionista y populista del aclamado
mesías militar: Venezuela –decía– es un país riquísimo, con las mayores
reservas petroleras del mundo. ¿Cómo se explica que el pueblo sea pobre en país
tan rico? La respuesta mesiánica gustaba a muchos: porque hay tres bandidos que
asaltan nuestro ingreso petrolero: el imperio, los corruptos partidos políticos
y la empresa privada de los ricos. Pero yo –continuaba diciendo el mesías–
llego como vengador y acabaré con la corrupción, expropiaré a estos asaltadores
y repartiré al pueblo lo que es suyo. Arrancaré de raíz la empresa privada,
invento diabólico para apropiarse de la sangre y producción del trabajador.
¡Grandes aplausos y luz verde sin control!
En
estos veinte años el “socialismo del siglo XXI” ha hecho el trabajo: lLa
mayoría de las empresas están cerradas o a 25 % de su capacidad productiva, las
instituciones republicanas en ruinas, en quiebra la “Pdvsa del pueblo” y el
país en el pódium mundial de la corrupción. Estos “socialistas” demostraron que
el liberal Adam Smith tenía razón: la riqueza de las naciones no consiste en la
cantidad de oro y plata (petróleo, coltán, esmeraldas…) que poseen, sino la
cantidad de bienes y servicios que produce su población. Hoy la producción
venezolana es ridículamente pobre, debido a que la prédica revolucionaria
sembró la idea de que gobernar es distribuir (sin necesidad de producir) la
abundante renta petrolera y estimuló todos los reflejos reparticionistas e
improductivos hasta llegar a la ruina total.
Para
reconstruir el país, todos esos reflejos condicionados deben ser sustituidos
por reflejos, estímulos, capacidades e instituciones para producir la riqueza
que no tenemos. Productividad y solidaridad son nuestras primeras necesidades.
Solidaridad. La
República no es un conglomerado de individuos, de “yos” yuxtapuestos cada uno
en su juego impulsado por su egoísmo. La República surge cuando esos habitantes
descubren y deciden formar un “nos-otros”, una unión con voluntad común con
raíces en el yo de cada uno. No puede haber solidaridad sin pacto social de
derechos iguales y sin instituciones de bien común alimentadas y acatadas por
todos. Y que todos sientan la Re-pública como una verdadera riqueza y
oportunidad en su vida.
El
igualitarismo en economía es romántico y gusta a las utopías laicas y
religiosas, que son utopías justamente porque atraen pero no tienen lugar en
este mundo. El hecho productivo no es igualador, sino diferenciador. Empeñarse
en lo contrario es la causa fundamental del fracaso de todos los socialismos y
colectivismos. Es diferenciador porque premia más al que produce más y mejor;
todo empeño de pagar y retribuir igual a quienes producen distinto, lo mata. La
retribución desigual a producción distinta no es un invento perverso del
capitalismo, sino que ya practicaba hace miles de años el hombre primitivo que
al salir a cazar, recolectar, pescar o sembrar sabía que a mejor trabajo mejor
cosecha. En la retribución diferenciada está el imprescindible estímulo
económico. La carencia de estímulos productivos mató la economía soviética y
sigue matando la cubana. Los hechos demostraron que los intentos soñadores de
suplir los “estímulos materiales” por “estímulos morales” son pecados “contra
natura” económica. Fomentar la productividad, inversión, tecnología,
creatividad, libre iniciativa y libre mercado, han hecho que la humanidad pase
de una modesta subsistencia a la “revolución permanente de las fuerzas
productivas”, como diría Marx.
La
Venezuela productiva que necesitamos reverdecerá con estímulos económicos y
garantías jurídicas a la inversión, a la productividad, y con un matrimonio
bien avenido entre formación-educación y sistema productivo. La buena educación
es para formar buenos ciudadanos y productores, no para repartir títulos para
el ascenso social. Es desacertado seguir hablando y pensando en “fuerza” de
trabajo, pues hoy en el siglo XXI la empresa más vale cuanto mejor sea el
“talento” de todos sus integrantes, y mejor enlazados estén los talentos de
todo su equipo. Con la primitiva mentalidad capitalista del siglo XIX el
fracaso y el conflicto social serían insuperables.
Ahora
es más fácil de entender que el divorcio entre empresa y educación,
radicalizado por este insensato régimen político, trae la ruina para toda la
población y todos los sectores sociales. Con las instituciones en ruinas y
bajísima productividad pública, a los gobernantes reparticionistas no les
duelen las suspensiones de clases, ni las largas colas de millones de personas
perdiendo el tiempo en la aventura cotidiana de conseguir los servicios más
básicos y elementales.
Liberalismo
y solidaridad. Cuando el liberalismo económico no se
toma como una básica condición humana sino se ideologiza con el nombre de
“neoliberalismo”, se cae en la ilusión de levantar vuelo sin el ala de la
solidaridad y se rechaza enfermizamente todo lo que sea Estado social. Es
indispensable la solidaridad comprendida y querida (voluntad general) con
reconocimiento mutuo entre los diversos miembros y sectores. Voluntad colectiva
que se hace realidad en vasos comunicantes, en instituciones verdaderamente
solidarias. Por eso cualquier sociedad de economía capitalista inteligente, ha
desarrollado instituciones de beneficio común, y entre 35% y 55% de los
ingresos individuales van al presupuesto común para garantizar a todos el
acceso a los básicos y comunes bienes públicos, como salud, educación, seguridad
y múltiples servicios. Ello permite la igualdad de oportunidades que va
acompañada de desigual retribución a desigual rendimiento.
Lo que
demuestra la historia contemporánea es que las sociedades de liberalismo
unilateral o de estatismo igualitario de sello socialista fracasan por su
intento de volar con una sola ala. Libertad sí, pero con igualdad de
oportunidades y de dignidad humana, nutridas por la siempre renovada fuente
espiritual de la fraternidad que alimenta a ambas.
Es un
arte difícil combinar una economía capitalista con una sociedad de democracia
solidaria, pero imprescindible afirmar ambos componentes de manera que el uno
no anule el buen funcionamiento del otro.
¡FELIZ NAVIDAD Y RENACIDO AÑO 2019!
Luis
Ugalde, SJ
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