S:D:B: Alejandro Moreno
La historia del mundo, de
los hombres que vivimos y morimos aquí, ha sido desde sus inicios la historia
de unos hombres sometidos al poder de otros hombres. Y decimos bien cuando
usamos el término sometidos porque el poder es en el fondo la capacidad
efectiva que tienen algunos para conseguir que otros hombres, libres por
naturaleza, hagan, digan o piensen lo que no harían, ni dirían, ni pensarían
por su propia voluntad. Es el secuestro, al fin y al cabo violento, de lo más
íntimo de la propia personalidad de los otros. A lo largo de esa historia, y
muy lentamente, algunos pueblos y sociedades han ido logrando una progresiva
liberación de ese dominio, nunca completa y siempre en peligro de regresión.
Hoy, a esa relativa y precaria liberación la hemos llamado democracia.
Pero no hemos conocido en
toda nuestra historia un hombre tan radicalmente ejemplar, desde su nacimiento
hasta su muerte, en su lucha contra el poder como Jesús de Nazaret. Puede
decirse que toda, absolutamente toda, su vida discurrió en el extra y en el
contra de todo poder y de todos los poderes de este mundo. “Mi reino no es de
este mundo”, le dijo a Pilato cuando se encontró totalmente bajo su dominio,
civil y el de los jefes religiosos, esto es, el poder total, en el momento en
que se ejercía al máximo. ¿Pero era también uno de otro mundo? No en el mismo
sentido del término. Ni siquiera metafóricamente. Un poder que es solo
concebible como su propia negación, como un no-poder. Esto surge con toda
claridad del estudio hermenéutico de toda su historia de vida. ¿Cuando hablamos
del “poder de Dios” no estamos blasfemando? El Dios que revela Jesucristo es el
no-poderoso, el totalmente impotente. Cuando usamos ese término mentimos porque
el “poder de Dios” no ha de entenderse sino como liberación de la idea misma de
poder.
El hoy venezolano está
marcado por el progresivo avance hacia la absoluta e implacable afirmación del
poder de unos cuantos sobre todos nosotros, el dominio total hasta lo más íntimo
de cada cual, hasta su alma. No nos ilusionemos ni nos dejemos engatusar por
los muchos y variados mecanismos de engaño que ellos ponen en práctica. Esa
gente nunca dice la verdad. La mentira es su ejercicio de poder. Por eso
nuestra lucha ha de ser tan radical, tan sin concesiones, como radical es su
pretensión. En esto, ejerciendo su fuerza antipoder, nos acompaña, no tengamos
ninguna duda, el Dios de Jesucristo por su misma naturaleza, por su mismo modo
de ser y existir. Incluso para los no creyentes, como ideal e impulso de
liberación.
25-12-18
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