Marta de la Vega 25 de diciembre de 2018
Una
síntesis de los múltiples efectos provocados por el proyecto chavista del
fallido socialismo del siglo XXI recoge 3 aspectos claves: el derrumbamiento
del aparato productivo y la quiebra de empresas y servicios, la corrupción
convertida en práctica delictual que atraviesa todos los estratos sociales
desde el más alto gobierno hasta los más débiles, de carácter amiguista,
clientelar y oportunista, con predominio de 3 estamentos surgidos de la
tradición socialdemócrata que imperó en Venezuela: los militares, la mayoría
sin méritos, cercanos al caudillo Chávez, los militantes frustrados de la
izquierda radical derrotada por la naciente democracia conducida por Rómulo
Betancourt, ávidos de poder y repletos de resentimiento, y los pragmáticos
herederos de las viejas élites socioeconómicas que se adhirieron al proceso
para enriquecerse más y no renunciar a sus privilegios.
Todos
han robado a la par, desviado fondos y usufructuado de la inmensa renta
petrolera a favor de sus intereses particulares. No hay que insistir en el
alcance de la catástrofe humanitaria provocada despiadada y criminalmente por
esta mentalidad de la casta dirigente y sus principales beneficiarios con un
futuro destruido por niños desnutridos, no nacidos o muertos por hambre, madres
parturientas que no se salvan por la precariedad de las condiciones de salud,
personas que mueren sin necesidad por la escasez de medicinas o enfermos
crónicos o críticos que se suicidan desesperados para no convertirse en cargas
para sus familias.
El
último de los efectos destacables es la anomia moral y la anarquía resultante
de un poder ejercido discrecionalmente, cuya huella no solo ha marcado a los
sectores mencionados sino que ha transformado el país en una sociedad
transgresora.
Aunque
hay gente con profunda conciencia ciudadana, espíritu altruista y solidario, la
mayoría ha sido contaminada por esta degradación del tejido social.
La
bajísima cohesión y el llamado “familismo amoral” fueron alentados por la
“ética revolucionaria” que impuso el militar golpista de febrero de 1992,
ensalzado luego como héroe, con el liderazgo y control de Cuba, cuya
revolución, la más antigua y sanguinaria dictadura latinoamericana, idealizada
en el mundo occidental desde 1959 con el enfrentamiento bipolar o Guerra Fría
entre las 2 potencias, la entonces Unión Soviética y los Estados Unidos de
América, destruyó la economía, el progreso y la prosperidad de esa nación, a la
vez que trituró el destino de por lo menos 5 generaciones de cubanos. Sus
dirigentes y emisarios venidos de la isla comunista llegaron invitados por
Chávez para cumplir en Venezuela la misma tarea destructora. No han cesado
desde hace 20 años de interferir, entrenar y adoctrinar en muy diversos
ámbitos, además de dominar el sistema de identificación e identidad nacional,
registros y notarías con todo el inventario de propiedades y patrimonios y el
sistema escolar oficial.
Entre
sus repercusiones más duras, el ataque frontal contra el periodismo
independiente y la censura contra la libertad de expresión han derivado, por
falta de papel periódico que el gobierno reparte a su antojo pues tiene el
monopolio de su importación, en el cierre o expropiación sin la debida
indemnización de numerosos medios de comunicación, en el despojo a sus dueños
de emisoras de radio y televisión y en la suspensión impresa de medios
escritos. Entre ellos hay dos emblemáticos que me son muy cercanos y queridos,
en los que he colaborado desde hace mucho tiempo, Tal Cual y, desde el 14 de
diciembre de 2018, El Nacional y su “Papel Literario”. Pero veremos de nuevo
surgir la fuerza de su pluralismo, hondura y riqueza de perspectivas de
análisis e interpretación. Los delincuentes que desgobiernan Venezuela dejarán
pronto de pavonearse y cantar victorias. Quienes apostamos por la reconstrucción
de las instituciones, clamamos por superar la impunidad con verdad, justicia
imparcial, transparente y rápida.
Marta
de la Vega
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