Tulio Ramírez 25 de diciembre de 2018
3:00
am del 24 de diciembre, o sea hoy en la madrugada, ring ring suena el
telefonito. Atiendo pensando que era Madame Kalalú. Me confundo porque en mi
sueño, esa canción de Rubén Blades era el fondo musical de una mega rumba en la
cual el más cotizado por las mujeres era yo. Entre dormido y despierto escucho
una voz con tono militar. ¿Es el Doctor Ramírez? Debe ser alguna emergencia
médica, me dije. Alguien ha debido ver mi tarjeta de presentación y sin leer
que soy Doctor en Educación asumiría erróneamente que soy de los doctores que
operan y recetan. “Síp”, respondo, “ok, le pongo a alguien que le quiere
hablar”.
Al
otro lado del teléfono escucho una voz aniñada que dice, “aló Dr. Tulio, necesito
que me ayude, estoy retenido en el aeropuerto de Maiquetía”. ¡¿Quién habla?!,
pregunto. “Soy Jesús, un viejo amigo suyo”. Ahora si es verdad, me dije, tantos
abogados pelando y éste carajo viene a llamarme precisamente a mí el día de
navidad. Quién sabe en qué parranda habré conocido a este sujeto. De seguro en
plena rasca le dije que era mi hermano y que contara conmigo para las que
fuera.
Como
pude me puse los pantalones y la camisa que la noche anterior había tirado en
el pote de la ropa sucia. Salí presuroso y en la carrera me puse un saco de
color quien sabe y me enrumbé para el aeropuerto. Me daba cosa dejarlo tirado
allí.
Pasar
la noche de navidad encanado o desvalijado por unos funcionarios ávidos del
aguinaldito reparador de libertades, no es cosa que le deseo a nadie. Ni
siquiera a esa persona que me dice conocer.
Llegué
y accedí al sitio de tránsito luego de convencer al guardia que se trataba de
un camarada en problemas. Si no le digo así, ni por el carajo me deja pasar. Al
presentarme me reciben unos funcionarios y me llevan a un cuartico. Supongo que
es el que tienen todos los aeropuertos en el mundo, suerte de purgatorio desde
donde regresan a su país de origen a los no deseados. Grande fue mi sorpresa al
encontrarme con un carajito como de 6 años de edad esposado al apoyamanos de la
silla donde está sentado.
Casi
fuera de mí, amenacé con llamar a un fiscal de menores y hacer la denuncia por
crueles maltratos a esta criaturita. Sorprendidos por mi reacción me toman del
brazo y me llevan a un cuarto contiguo, supongo que era el cuarto para fumar
por la hediondez a tabaco barato. “Mire Doctor, tenga cuidado y no se deje
engañar, ese carajito es muy peligroso. A cometido una serie de delitos que lo
catalogan casi como terrorista”. ¡Pero si es una criatura!, respondí con mucha
alteración. “Cálmese doctor, ya le vamos a explicar”.
“Saque
sus cuentas, siendo menor de edad llegó sin pasaporte y sin el permiso de los
padres. Esto ya es suficientemente grave. ¡Pero qué locura es esa!, dije sorprendido.
Obviando mis palabras, continuaron. “Se le incautaron un pocotón de juguetes
sin facturas y no canceló los aranceles del Seniat. Esto puede ser tipificado
como delito de contrabando”. ¡Pero pónganle una multa, decomísenle la mercancía
y suéltenlo, yo me hago responsable!, insistí como último recurso.
“No,
mi dóctor, no es tan fácil. El chamo dice que esos juguetes son para los niños
venezolanos y usted muy bien sabe que está prohibido traer al país ayuda
humanitaria. Por si fuera poco, al preguntarle si no sabía que los niños
venezolanos recibirían sus juguetes en las Cajas CLAP que repartiría Nicolás,
nos manifestó que el no reconocía a San Nicolás y que el Rey era él. Ahí si se
embromó mi dóctor. Para colmo de males nos dijo haber nacido en Israel. Esto,
como comprenderá, lo hace sospechoso de ser un espía del Mossad”.
Con un
aire de autoridad recién ascendida, me remataron con esto: “mire caballo no
pierda su tiempo defendiendo a ese carajito. Mínimo va a La Tumba por
indocumentado, contrabandista, espía y contrarrevolucionario”. Retorné a mi
casa preguntándome si los niños venezolanos encontrarán esta noche sus juguetes
en el pesebre.
Tulio
Ramírez
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