F. MANETTO, A. MARS, J. LAFUENTE, A. MOLEIRO 06 de mayo de
2019
@fmanetto ,
@amanda_mars , @lafuentejavi, @amoleiro
Pocos
esperaban esa imagen. Al alba, Juan Guaidó hablaba a la cámara y a pocos metros
de él, junto a un grupo de militares, firme, Leopoldo López. El preso político
más perseguido por Nicolás Maduro estaba libre después de cinco años, tres de
ellos encarcelado y dos en arresto domiciliario. Ambos pedían a los ciudadanos
que saliesen a las calles y a los militares que dieran la espalda al líder
chavista, Nicolás Maduro. Apenas amanecía el martes 30 de abril y Venezuela se
preparaba para otro día definitivo que no fue tal.
Los
acontecimientos se sucedieron como un torbellino. Las horas siguientes
desvelaron un complot para tumbar al sucesor de Hugo Chávez elaborado durante
meses, que descarriló y evidenció traiciones, egos, precipitaciones. Un plan
que mostró también las grietas cada vez mayores en la cúpula chavista.
Desde
que el 23 de enero Guaidó se
juramentase como presidente encargado de Venezuela y fuese
reconocido por más de medio centenar de países, los acontecimientos se han
acelerado. La presión sobre el Gobierno de Nicolás Maduro ha sido constante,
con diversos puntos de inflexión. El objetivo siempre ha sido el mismo: lograr
que el alto mando militar esté dispuesto a dejar caer a Maduro. No se logró el
23 de enero, pese a que la oposición y Estados Unidos hicieron ver al resto de
aliados que el reconocimiento de Guaidó como mandatario interino forzaría una
quiebra en la jerarquía militar; tampoco el
23 de febrero, cuando fracasó el intento de introducir cargamentos
con material médico y suplementos nutricionales por las fronteras.
Desde
finales de ese mes, se comenzó a penetrar en el entorno de Maduro, tanto del
lado civil como del militar, según una decena de fuentes —políticas,
diplomáticas y del entorno castrense— que han estado involucradas en distintos
momentos. A partir de su testimonio, bajo condición de anonimato, se
reconstruye lo que ha ocurrido en la última semana en Venezuela. En todo este
tiempo, la oposición ha contado con el apoyo de muchos países, pero siempre
con el respaldo e
impulso la Administración de Donald Trump. “Si algo hace ver que
estamos en una fase de desenlace y que esto no tiene marcha atrás es la
determinación de Estados Unidos parar sacar a Maduro del poder”, asegura una de
las fuentes.
La
posibilidad de una intervención militar se ha agitado constantemente bajo la
premisa de que todas las opciones están encima de la mesa, repetida tanto por
Guaidó como por Washington. No obstante, salvo en sectores radicales de la
oposición y de la ya de por sí extrema Administración Trump, esta opción
encontró resistencia. Si no se ha descartado ha sido, en gran medida, por
mantener viva la guerra psicológica y la presión sobre la cúpula chavista.
La
penetración en sectores próximos a Maduro permitió la elaboración de un plan
por el que se lograba una vía institucional que propiciase su salida. Esta
pasaba por una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) que facilitase
la convocatoria de elecciones presidenciales este año. El acuerdo contaba,
según varias de las fuentes consultadas, con el visto bueno de Maikel Moreno,
presidente del TSJ; el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, así como el
comandante de la Guardia Presidencial, Iván Hernández Dala. Al tanto, según al
menos dos fuentes, estaba también el ministro del Interior, Néstor Reverol.
“Artesanía
muy laboriosa”
Llegar
hasta ese punto ha sido una tarea ardua, “artesanía muy laboriosa”, en palabras
de uno de los implicados. En el proceso han participado magistrados del
Ministerio Público, militares, algunos gobernadores y empresarios, algunos de
ellos vinculados con los medios de comunicación que han hecho fortuna durante
el chavismo y a los que Maduro ha protegido en los últimos años.
La
presión se ha ejercido a través de exmilitares de los servicios de inteligencia
de Hugo Chávez, que hoy viven fuera de Venezuela. “Al sector más próximo de
Maduro se ha llegado a través de sus testaferros y de los familiares de los
complotados”, asegura una fuente. Miami, República Dominicana, Bogotá y Panamá
son los cuatro puntos desde donde se ha ejercido más presión. Para propiciar la
ruptura con Maduro, a todos los implicados se les daban garantías ante una
hipotética caída del líder chavista, desde una amnistía ante posibles delitos,
levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos y facilidades para
abandonar el país. Tras fracasar la ofensiva de esta semana, el enviado
especial del presidente estadounidense para el país caribeño, Elliott Abrams,
afirmó en los medios que, según tenía conocimiento, existía un documento de
garantías de alrededor de 15 puntos que incluía una salida “digna” para Maduro.
“Todo
este tiempo se fue cooptando a gente muy poderosa y de ahí tocando a gente de
la jerarquía chavista”, resume una de las fuentes. Uno de los movimientos que
hizo ver que el proceso era definitivo fue el visto bueno de Vladimir Padrino.
El jefe del Ejército dejó claro a los implicados que no estaba dispuesto a un
cuartelazo, una sublevación, pero no se opondría a una salida institucional.
Dos de las fuentes consultadas aseguran que su compromiso era absoluto, si bien
otras tantas difieren y sienten, a tenor de lo visto, que hizo las veces de
doble agente para tumbar el plan. Padrino, con hijos residentes en Europa,
encaja en el perfil de miembro del régimen al que la oposición y el Gobierno
estadounidense consideran factible para lograr un Ejecutivo de transición o
para favorecer su acogida en países donde ya se encuentran sus familias.
Canales diplomáticos
Con el
conocimiento del Gobierno de Estados Unidos, se fueron lanzando mensajes a
otros países, como Canadá, Alemania o Francia, “siempre a través de canales
informales”, recalca una de las fuentes. A España, sin embargo, no se le
informó de los detalles. La mayoría de las fuentes coinciden en señalar, de una
u otra manera, que pese a haber impulsado en Europa el reconocimiento de Guaidó
como presidente interino, el Gobierno de Pedro Sánchez no termina de generar
plena confianza en la oposición, porque consideran ambigua su posición en la
crisis de Venezuela. A pesar de ese reconocimiento por parte de Madrid de
Guaidó y de que haya decidido acoger a López en sus dependencias diplomáticas
en Caracas.
Con la
presión de la calle del lado opositor y una salida forjada en la Constitución,
la ejecución del plan era cuestión de días, aunque la mayoría de las fuentes
niega que hubiese una fecha concreta para ello. De ahí que el martes, cuando
Guaidó apareció de madrugada junto a Leopoldo López, liberado, frente a la base
militar de La Carlota instando a la gente a salir a la calle y a los militares a
sumarse a la ofensiva, la sorpresa fue mayúscula. La mayoría de los consultados
coinciden en recurrir a una expresión muy venezolana para explicar lo que
vivieron: “Nos madrugaron”. “Es incorrecto que se adelantase el plan, porque lo
que ocurrió nada tenía que ver con la película que se estaba construyendo”,
asegura una de las fuentes.
Por
qué se precipitaron López y Guaidó aún es motivo de controversia y de versiones
encontradas. En el entorno de los dirigentes de Voluntad Popular aseguran que
el plan se había comenzado a filtrar. Dos días antes, Guaidó tuvo que suspender
a última hora su participación en un acto en Barquisimeto, capital del Estado
de Lara. El temor a ser detenidos y encarcelados —López pasó tres años en la
prisión de Ramo Verde antes de que le concediesen el arresto domiciliario— les
llevó, según la versión que ha trasladado su círculo, a tomar la decisión. “Es
poco creíble que fueran a ser detenidos si contaban con el apoyo de los que, en
el caso de López, le custodiaban y ayudaron a su liberación”, argumenta una
fuente al tanto del proceso y a quien avisaron de lo sucedido poco antes de que
Guaidó emitiese el vídeo con López.
Otra
de las incógnitas que planea es si ambos dirigentes contaban con el apoyo de
Estados Unidos. La mayoría de las fuentes aseguran que no, que fue una decisión
unilateral de López, a la que Guaidó accedió por el peso que su jefe político
tiene sobre él y que estuvo impulsada por Christopher Figuera, el director del
Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), la policía política, destituido
tras los acontecimientos del martes. Los agentes de la inteligencia venezolana
dibujaron a López, según el relato difundido por los protagonistas, un panorama
mucho más alentador de la disposición de la cúpula del Ejército y de la alta
Administración del Estado a dar la espalda al régimen. En el entorno del
dirigente político, no obstante, insisten en que López no hubiese dado un paso
sin el consentimiento de la Administración de Trump.
Gestión de los tiempos
La
presencia en primera línea del presidente de la Asamblea Nacional era crucial
para impulsar la ofensiva de López. Guaidó, que en los últimos meses atiende
una agenda frenética, se reunió el jueves con diplomáticos europeos. El relato
indica que no tuvo una participación decisiva en la operación, sobre todo en la
gestión de los tiempos. “López no estaba de acuerdo con un plan que le otorgaba
demasiado protagonismo al chavismo”, asegura una fuente al tanto del proceso
para explicar el movimiento del dirigente de Voluntad Popular, que aseguró que
había sido liberado tras un indulto de Guaidó a los presos políticos que sus
custodios acataron. A diferencia de lo que ocurre con gran parte de las
decisiones adoptadas por Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, en
este caso no se ha hecho público ningún documento relacionado con el supuesto
indulto. En el plan acordado con los complotados chavistas, la liberación de
López se daba gracias a un indulto, pero esta no antecedía el resto de pasos.
El
propio Leopoldo López, refugiado en la Embajada de España en Caracas, ha
reconocido que su liberación no logró los efectos esperados. Pasado el
mediodía, la movilización en la calle no era masiva y la fractura en el alto
mando militar nunca se dio, aunque el dirigente político ha asegurado que ese
intento de quebrar la cúpula de las fuerzas armadas solo era un primer paso y
que nunca se planteó como solución definitiva.
La
señal más indicativa de que la operación había naufragado llegó pasadas las dos
de la tarde, cuando el Gobierno estadounidense, a través del consejero de
Seguridad Nacional, John Bolton, decidió apuntar públicamente a las tres
máximas autoridades chavistas implicadas en el plan: Maikel Moreno, Vladimir
Padrino e Iván Hernández Dala. Una fuente presente en parte de las
negociaciones previas con parte de la cúpula chavista señala que al nombrarlos
buscaban enviar un mensaje de fuerza. Ya era demasiado tarde.
El supuesto avión de Maduro
Poco
después de la intervención de Bolton, Estados Unidos redobló la presión. El
jefe de la diplomacia, Mike Pompeo, aseguró que Maduro tenía un avión preparado
ese mismo martes para huir del país, pero había sido disuadido por Rusia, un
extremo que las fuentes venezolanas creen que no es cierto. Al día siguiente,
repetirá que la intervención militar, aunque no deseada por Washington, “es
posible si es necesario”. El viernes, el Departamento de Defensa comunica la
celebración de una reunión de alto nivel sobre Venezuela mantenida esa mañana
en el Pentágono con el secretario interino, Patrick Shanahan; Pompeo; Bolton,
el jefe de gabinete interino de Trump, Mike Mulvaney, y el jefe del Estado
Mayor Conjunto, Joseph Dunford, entre otros. En ella, el jefe del Comando Sur,
Craig Faller, informa de “un amplio rango de opciones militares”.
Al
menos tres fuentes, dos políticas y una próxima al ámbito militar, interpretan
la actuación de Estados Unidos como una forma de maquillar el fracaso para no
tener que admitirlo y evitar dejar en evidencia a la oposición, que para ese
entonces trataba de cerrar filas y pretendía transmitir un mensaje de unidad
que distaba mucho de ser real. En muchos sectores, sobre todo en las
formaciones Primero Justicia —del excandidato presidencial Henrique Capriles y
Julio Borges, exiliado en Colombia— y Un Nuevo Tiempo, hay un claro malestar
por la actuación de López. Al dirigente de Voluntad Popular se le recrimina —de
nuevo— haberse precipitado y, en este caso, enturbiar un acuerdo institucional
para formalizar un cambio político y un Gobierno de transición. De acuerdo a la
mayoría de las fuentes consultadas, la actuación de López, con sus afanes
protagónicos, ha congelado el plan inicial, como dejó entrever el propio
Elliott Abrams al asegurar que ninguno de los complotados respondía ya al
teléfono.
Los
actores fundamentales de la oposición están muy renuentes a comentar lo
sucedido el 30 de abril. Predomina el hermetismo y la idea de mantener el foco
político en lo que se aproxima y no perder energías intercambiando acusaciones.
Algunos observadores, funcionarios y dirigentes vinculados a la oposición
opinan que, aunque el germen del malestar sigue vivo en todos los actores y el
corazón del alto gobierno ha cerrado filas con Maduro, aún hay una oportunidad
para volver a construir un plan de transición. De hecho, estos mismos actores
—todos críticos con el chavismo— aseguran que, pese al fracaso de la ofensiva
del martes, esta evidenció que Maduro es cada vez más frágil y que quienes
estuvieron dispuestos a dejarlo caer están tan temerosos de las represalias que
podrían acelerar cualquier otra opción que propicie su salida. Una persona
implicada al máximo nivel en este proceso recurría esta semana a una expresión
venezolana para resumir lo que se viene a partir de ahora a los complotados: “O
corren o se encaraman. Se están jugando el pellejo literalmente”.
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