Alberto Barrera Tyszka 9 Julio 2014
Una mujer camina por la calle con cara
de angustia, mirando hacia todos lados. Carga un bebé dormido en el brazo
izquierdo. Su mano derecha alza un récipe médico. No quiere plata. Solo quiere
que alguien le compre unos remedios. El problema no es solo encontrar lo que se
busca. Después viene la tragedia de no tener con qué pagarlo. Poco a poco,
lentamente, quizás todos terminemos ejerciendo alguna forma de mendicidad.
Para los que tenemos la imaginación
económica corta, esta mujer es un dato puntual, una cifra matemática que se ha
fugado de los exitosos informes del gobierno. Nos dicen PIB y pensamos en ella.
O en otro caso. Cada vez son más, cada vez están más cerca o ya se han
instalado en nuestras propias vidas. No hay discurso más contundente que la
quincena que no alcanza. No hay estadística más exacta que llevarse la mano a
la cartera y encontrar el vacío.
Chávez elaboró una nueva narrativa
nacional resucitando la certeza de que somos un país rico, uno de los países
más ricos del mundo. Le propuso a la nación la idea de que la riqueza no había
que producirla, que ya estaba aquí, navegando, fluyendo entre nosotros. Que lo
único que hacía falta era saber administrarla, distribuirla, repartirla con
mayor justicia. Terminó creyendo que la historia del país y su historia
personal eran la misma aventura. Gozó de todos los favores del Estado mientras
decía que “ser rico es malo”. Lo mismo podrían repetir sus hijas ahora, todavía
instaladas en La Casona.
Sin embargo, en medio de la ilusión de
estos 15 años prometiendo un cielo socialista lleno de bienestar y prosperidad,
de pronto aparece ahora la economía a aguarnos la fiesta. Aquello que durante
tantos años vaticinaron algunos especialistas y académicos por fin y por
desgracia está aquí. Llegó la inflación y mandó a parar.
El discurso oficial con respecto a la
crisis económica ha variado más que el dólar negro. Chávez garantizaba sobre
todo una retórica única, que se reproducía con rigor industrial en todos sus
funcionarios y seguidores. Ahora, la multiplicidad de voces solo parece
producir una coral que aumenta la confusión. El argumento de la famosa “guerra económica”
no parece haber resultado demasiado exitoso. Cuando Elías Jaua proclama
aguerridamente que no hay divisiones internas, que todo es “una lucha del
pueblo contra la burguesía”, ya más de uno piensa que es cierto, pero que la
verdadera burguesía está ahora en el gobierno. Cuando dicen “oligarcas”, se
nombran.
Antes, Maduro pensaba que la crisis
podía ser una “bendición”, una oportunidad para llegar más rápido al
socialismo. Ahora trae refuerzos de Cuba, justo cuando Cuba está reconociendo
mundialmente el fracaso de su modelo. Esta semana, Maduro nos promete un
“sacudón” en el gobierno. Pero luego repite la hojarasca de siempre: “Formación
para la transformación”, “eficiencia socialista”, “Plan de la Patria”… después
de década y media, todavía hablan de “perfeccionar los métodos de la
revolución”.
Pero la palabra “sacudón” asusta.
Quizás suena demasiado cercana a “paquetazo”. Es parte de la amenaza que han
ido dejando colar lentamente. Es parte del viraje. La calle lo sabe, pero el
gobierno aún no se atreve a reconocerlo. Algo viene. Algo está por suceder. El
ministro Menéndez asegura que “el Plan de la Patria existe en la gran esfera
nacional y en lo concreto del barrio, en cómo vivimos y cómo vamos a vivir en
revolución, cómo van a ser nuestros años en el futuro que solo en revolución
podemos tenerlos y conquistarlos”. Suena bonito. Pero no suena a verdad. La
economía es otra cosa. La economía es la señora con el récipe en la mano. La
economía es el precio de la harina. La economía son las monedas que nos faltan.
Dos menos dos que no son cuatro.
Hace año y medio, Hugo Chávez aseguró
que “aquí no hay paquetazo, ni habrá paquetazo, porque gobierna la revolución.
Y porque va a seguir gobernando la revolución”. Sus herederos hoy parecen
anunciarnos otra cosa. La fantasía tampoco tiene precio justo.
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