RAFAEL LUCIANI sábado 9 de
mayo de 2015
@rafluciani
Francisco ha venido denunciando el
flagelo de la corrupción como uno de los obstáculos más graves para el
desarrollo de un país. Es uno de esos males que se han vuelto habituales tanto
en instituciones públicas como en líderes políticos. Tal flagelo es parte de un
proceso de muerte, como lo llama el Papa, pues propicia relaciones
deshumanizadoras y termina por afectar el porvenir de los más pobres de una
sociedad.
En palabras de Francisco: «el corrupto
no puede aceptar la crítica, descalifica a quien la hace, busca disminuir
cualquiera autoridad moral que pueda cuestionarlo, incluso ataca con insultos a
todo el que piense diferente y si puede lo persigue (...). El corrupto no
conoce la hermandad o la amistad, sino la complicidad y la enemistad». El
corrupto vive de la desconfianza, el chantaje y el aprovechamiento del
necesitado. Por eso, la corrupción es uno de esos signos que revelan el estado
de salud de las personas, las sociedades y la vida institucional de un país.
No se trata de un flagelo exclusivo de
la sociedad moderna. Ya Juan el Bautista criticaba el sistema político de su
época con la metáfora «raza de víboras» (Mt 23,33) y comparaba a sus líderes
políticos y religiosos con una «cueva de ladrones» (Mt 21,13). Él entendió, con
toda claridad, que quien roba y miente le quita el pan, el futuro al pobre, y
torna al otro en dependiente, porque ha convertido al «dinero» en su ídolo (Lc
16,13), olvidando así la importancia del otro, quien ha de ser su «hermano».
Como nos recordaba la hermana Teresa de Calcuta: «el mayor mal es la terrible
indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado, asaltado por la
explotación, la corrupción, la pobreza y la enfermedad».
Todos hemos escuchado: «no roben o
engañen, ni mientan» (Lev 19,11-12) porque «la verdad nos hará libres» (Jn
8,32). Pero vivir así exige «desechar la mentira y hablar con la verdad» (Ef
4,25). Este cambio o proceso de conversión exige que cada uno apueste por vivir
en una sociedad mejor, o de lo contrario la mentira y la corrupción nos
seguirán deshumanizando, perturbando así nuestras palabras y tratos, y
destruyendo el bien común.
Muchos se preguntarán si es posible
vivir de otro modo. Podemos compartir tres claves que pueden ayudar a
devolverle el talante humano a nuestra sociedad. Hablar con la «verdad» y no
con la mentira; producir y gozar de la «abundancia» y nunca de la escasez y el
regateo; y tratarnos «fraternalmente» y sin odio. Estos tres signos devolverán
la salud a nuestras vidas.
Podemos concluir haciendo memoria de
algunas palabras de Juan Pablo II: «La corrupción, sin guardar límites, afecta
a las personas, a las estructuras públicas y privadas de poder y a las clases
dirigentes. Se trata de una situación que favorece la impunidad y el
enriquecimiento ilícito, la falta de confianza con respecto a las instituciones
políticas, sobre todo en la administración de la justicia y en la inversión
pública, no siempre clara, igual y eficaz para todos» (Ecclesia in America,
23). Superar la corrupción es uno de los grandes retos que tenemos como país.
Doctor en Teología
@rafluciani
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