Rosalía Moros de Borregales 08 de mayo de 2015
@RosalíaMorosB
Por cientos de años existió, y aun hoy
en día persiste, la idea de hacer toda clase de sacrificios para adorar a Dios.
El ser humano fundamentado en la concepción del hombre pecador necesitaba hacer
algo que involucrara trabajo forzoso, desprendimiento de algo querido y hasta
el infligirse dolor físico con la idea de conseguir la benevolencia del
Altísimo. Durante el Antiguo Testamento cuando alguien pecaba era necesario
traer al sacerdote un corderito sin mancha, sin arruga, sin defectos; el
sacerdote lo examinaba y si era suficientemente bueno, era destinado al
sacrificio. Al haber el derramamiento de sangre del cordero, la persona que
había pecado podía irse con la convicción de haber sido perdonada.
Durante el acto del sacrificio, el
pecador ponía sus manos sobre el cordero para así “transferir” sus pecados al
animal; al mismo tiempo que recibía de éste su perfección y su pureza. Hay una
preciosa imagen de Cristo escondida en esta practica del Antiguo Testamento.
Muchos van a la iglesia y repiten semana tras semana que Cristo Jesús es el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Sin embargo, a pesar de la
perfección, pureza y belleza de este Cordero muchos no han creído y continúan
practicando actos de sacrificio.
Pero Dios no puede hacer justicia en los
sacrificios del ser humano, pues todo el sacrificio que era necesario fue
consumado en la cruz del Calvario. Dice el apóstol Juan en el capítulo tres de
su evangelio que Dios amó de una manera tan maravillosa a toda la humanidad que
nos otorgó a su Hijo para que por medio de él pudiéramos todos ser salvos. ¡Y
éste es el fundamento de nuestra fe cristiana! Sin la cruz no hay salvación.
Jesús establece el puente entre Dios y el ser humano; se convierte en ese
cordero perfecto.
El sacerdote es una imagen de Dios, y de
la misma manera que los sacerdotes no examinaban a la persona que traía el
cordero sino al propio cordero, así cuando venimos a Dios a través de Jesús, El
no nos mira a nosotros, pecadores, sino mira a su glorioso Hijo, el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo. Jesucristo pagó la deuda que teníamos con
nuestro creador, no necesitamos ir por ningún otro intermediario, lo que
necesitamos hacer es permanecer en Jesús.
En el nuevo pacto, el cambio no es de
afuera hacia adentro, sino de adentro hacia fuera. No necesitamos ir a un lugar
específico a llevar un sacrificio delante de Dios. Podemos hacerlo desde
nuestro corazón en donde tenemos comunión con Cristo. Necesitamos creer en
nuestro corazón que El es el Cordero perfecto de Dios que quita el pecado del
mundo, que entregó cada gota de su sangre por ti. Necesitamos confesar con
nuestra boca esta verdad y caminar esperando el favor de Dios sobre nuestras
vidas.
La relación con Dios no exige de nuestra
parte ningún sacrificio. Con Dios todo se trata del corazón; pues en el corazón
atesoramos lo que estimamos como valioso. De manera que, podríamos ofrecer toda
clase de sacrificios, como algunas religiones y sectas lo exigen. Pero, Dios
solo quiere tu corazón. Así, cuando tu corazón está en Dios tu vida es
transformada desde el pecado hacia el bien del Señor. Pasas a ser una rama
alimentada por la savia de su amor y su sabiduría y tu vida comienza a mostrar
sus frutos.
No continúes aceptando las ofertas de
tantas filosofías huecas; no pienses que algún sacrificio de tu parte podría
hacerte llegar a Dios; no creas que debes ir a un lugar específico del mundo
para encontrarlo. El está allí, donde quiera que estés en este momento. Acepta
hoy su invitación:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él
conmigo”. Apocalipsis 3:20.
@RosalíaMorosB
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