Por Marino J. González, 11/08/2015
El gobierno del
presidente Chávez ha decidido avanzar con todo. Luego de la aprobación de la
enmienda constitucional, incorporando la reelección indefinida, muchas
“instituciones” han caído en la arremetida. Desde el fundamento constitucional
del Estado Federal Descentralizado, pasando por los votos que llevaron a
Antonio Ledezma a la Alcaldía Metropolitana, siguiendo con las violaciones al
derecho de propiedad, y llegando (a finales de la semana pasada) a la propuesta
de eliminación de reglas electorales como la representación proporcional de las
minorías.
De manera que ya no
se puede evadir lo que es una constatación clara. La pérdida de las capacidades
democráticas en Venezuela, acentuada desde el inicio del actual gobierno, ha
sido sistemática. Los impedimentos que la sociedad democrática ha colocado, han
retrasado el frenesí autoritario, pero no lo han eliminado. Quizás sea hora de
iniciar una reflexión política profunda sobre el tipo de gobierno que padecemos
hoy los venezolanos.
Hace pocos años, en
2003, la profesora Marina Ottaway, de la Escuela de Estudios Internacionales
Avanzados de la Universidad Johns Hopkins publicó un libro sobre los
denominados regímenes semi-autoritarios. El título del libro (Democracy
Challenged) expresa como la democracia puede ser una ficción en algunos países.
Especialmente en aquellos en los cuales las formas democráticas esconden su
verdadera naturaleza. Esta ambigüedad no es fortuita, responde a las verdaderas
intenciones de los gobernantes.
En el libro se
considera a los regímenes semi-autoritarios como aquellos en los cuales
coexiste una aceptación retórica de la democracia liberal, o al menos de
algunas de sus instituciones (poderes públicos, partidos políticos, elecciones,
entre otras), con rasgos marcados o tenues de autoritarismo. Destaca la autora,
que no son regímenes en evolución a la democracia. Dicho de otra manera, un
régimen semi-autoritario tiende a perpetuarse, a aumentar su duración por
cualquiera de los canales a su disposición.
Muchos venezolanos de
esta época, tanto los que están con el gobierno como los que lo adversan, saben
con lujo de detalles como ha sido nuestra marcha, acelerada en las últimas
semanas, para convertirnos de manera muy evidente en un régimen con grados
mayores de autoritarismo. Ello se expresa, según la autora, en cuatro rasgos
centrales.
El primero es la
limitación que impone el régimen a la transferencia del poder. Nada más con la
introducción de la posibilidad de reelección indefinida pareciera estar
demostrado el punto. Por primera vez en casi cien años existe la posibilidad de
que un gobernante venezolano esté en el poder más de veinte años. El segundo es
la debilidad progresiva de las instituciones. Sólo con citar la dependencia de
la Asamblea Nacional y la reversión de la descentralización, pareciera
ilustrarse este aspecto.
El tercero,
agravado en nuestro caso, es la ausencia de vínculos entre las reformas
económicas y las políticas. Es decir, estos gobiernos pueden tener economías de
mercado y ser autoritarios. En nuestro caso particular podemos tener una
economía controlada y autoritarismo. Explicado mucho por la dependencia del
petróleo. El cuarto rasgo es la limitación progresiva a la acción de la
sociedad política y civil. Todo lo cual nos debe llevar a examinar con detalle
cómo nacen y finalizan los regímenes de este tipo. Especialmente cuando sabemos
que el nuestro ya no tiene otra obsesión que ser eterno.
Politemas, Tal
Cual, 27 de mayo de 2009
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