Por Nancy Colina,
31/07/2015
Cuando se trata de
hablar de los millones de venezolanos que se han ido desde que este gobierno
nos confisco la esperanza de un futuro mejor, cualquier cosa nos viene a la
cabeza. La nostalgia de la patria que se deja, la familia, los amigos. Todo lo
que ha sido la vida de quien toma esta difícil decisión, brota a borbollones.
El que se queda piensa así, el que se va, vislumbra lo que viene.
Los venezolanos nos
íbamos antes a estudiar, pero siempre reingresábamos con la maleta cargada de
ilusiones, a dar lo mejor al país, a ofrecer lo que habíamos aprendido. Las
cosas nunca eran como aspirábamos, pero se podía. Trabajar, tener casa o un
carro, vivir sin peligro, se conseguían las cosas que uno quería o que uno
podía comprar. Hablo de la gente clase media, que salía con un título de una
Universidad, la mayoría que ahora forma parte de la larga lista de emigrantes.
No nos vamos a caer
a cobas con eso que Venezuela es el mejor país del mundo. Digamos que cada país
es un mundo y éste es el nuestro, pero para los venezolanos está
desapareciendo, se está esfumando. No hay sentido de pertenencia, sólo ganas de
irse, no importa lo que quede atrás, no importa lo que vendrá. Irse bien lejos
para diluir la desesperanza, la amargura, la rabia, la frustración, el miedo,
la desdicha.
¿Cómo juzgar al que
se va?, ¿Cómo pedirle que se quede?, ¿Qué criterios podemos alegar para
disuadir a quien toma esta decisión? Difícil cuando se ve lo que está pasando,
difícil cuando se ve la inflación sin precedente, los sueldos que no sirven, la
incapacidad para comprar lo que se necesita, los servicios públicos en tan mal
estado, las trabas para producir, la falta de libertades.
Rescatar lo que
hemos perdido, lo que perdemos cada día, es una tarea ardua. Es difícil irse,
pero más lo es quedarse. Es de valientes no salir corriendo aunque sea a un
futuro incierto. Es duro trajinar el día a día en este país tan comprimido. Es
duro ver partir cada día a más venezolanos que podrían hacer un buen trabajo
para mejorar nuestra Venezuela, esa que nos quieren arrebatar, que nos están
arrebatando.
No se trata de
andar lloriqueando. La expresión ¡Que desastre! es tan común que es difícil
conseguir a alguien que vea las cosas bajo otra perspectiva. Ni quienes están
con el gobierno, porque para ellos también lo es, sólo que muchos no ven más
allá de los beneficios que tienen en estos momentos o que creen tener.
Estamos mal, eso no
es un invento ni una exageración. Estamos muy mal, pero no podemos perder la
perspectiva de poder dar pasos hacia adelante y no hacia atrás. Si nos vamos,
estaremos formando parte ya de otra historia, aunque duela, si nos quedamos
tendremos que hacer algo. No sólo decir ¡Que desastre!
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