Por Vladimiro
Mujica, 06/08/2015
Existen muchas
evidencias históricas de cómo movimientos de inspiración fascista, de derecha o
de izquierda, promovieron el desorden, la violencia y el caos como una manera
de hacerse con el poder. Los ejemplos de Hitler en Alemania y de Mussolini en
Italia son probablemente los más obvios, pero casos similares se han presentado
también en el resto del mundo. La receta es relativamente sencilla desde el
punto de vista conceptual, pero sus efectos son potencialmente letales. Se
trata, en esencia, de jugar con el miedo de la gente y de crear la sensación de
que solamente un gobierno fuerte puede poner freno a una situación de violencia
y desorden, creada precisamente por quienes se presentan como una alternativa
salvadora frente a una población atemorizada.
Una variante del
juego del caos ha sido practicada abiertamente en Cuba y Centroamérica, y ahora
en Venezuela. En esta versión es el Estado el que estimula, de manera abierta o
encubierta, manifestaciones de anomia y caos como formas de avanzar el control
social. Se trata, en la práctica, de promover acciones y controles
desquiciantes que enervan de manera continua a la población y generan un estado
de angustia y ansiedad cotidianas que transforman la vida de la gente en un
ejercicio agotador de supervivencia. El resultado final que se pretende es que
la población termine por ocuparse solamente de subsistir y abandone la
resistencia al control social.
La estrategia de
inducir el caos en la situación venezolana se torna aún más compleja para el
gobierno porque pretende ejecutarla desde una posición de relativa debilidad
política ante la cercanía de unas elecciones que el chavismo da por perdidas.
Ello ha determinado el endurecimiento de la conducta del gobierno en todos los
flancos y la aparición de manifestaciones abiertamente desesperadas. Por
ejemplo, la errática conducta en el plano internacional ha ido aislando en cada
vez mayor medida al chavismo en un terreno otrora controlado por una operación
de desinformación y de chantaje petrolero cuidadosamente articulada. El
gobierno venezolano es percibido en cada vez mayor medida como un régimen paria
y violador de los derechos humanos. El espectáculo de oleadas de parlamentarios
y ex presidentes de países amigos condenando sin reparos la detención
arbitraria de López, Ledezma y de otros importantes dirigentes políticos,
activistas ciudadanos, obreros y estudiantes, ha pulverizado la imagen del
régimen chavista en prácticamente todos los escenarios diplomáticos del mundo.
La infame doctrina del “injerencismo” defendida denostadamente por la
Cancillería venezolana ya no tiene ninguna credibilidad y cada vez se impone
con más fuerza la noción de que los derechos humanos, la democracia y la
libertad no tienen fronteras y que cuando son vulnerados, como en Venezuela, es
deber de los pueblos y gobiernos civilizados y democráticos del mundo opinar y
actuar dentro del marco del Derecho Internacional.
En otra dirección,
la creación de las llamadas “Zonas de Paz” fue tan ilegal y violatoria de la
Constitución y las leyes venezolanas como lo es la detención arbitraria, los
allanamientos y la terrible violencia de lo que pretende ser el correctivo del
gobierno. De hecho, uno casi podría afirmar que simplemente se pasó de una
versión de la OLP en las Zonas de Paz, la Organización de Ladrones Protegidos,
a la otra más aceptada oficialmente de Operación de Liberación del Pueblo,
ambas con las mismas siglas, dos caras de la misma moneda con diferente
significado. Que sea este el momento en que el gobierno pretenda reprimir a
sangre y fuego a una delincuencia que su propia acción u omisión contribuyó a
crear, no es sino otro episodio de la desinformación característica del juego
del caos. Lo mismo puede afirmarse del manejo del desabastecimiento y la crisis
económica: se la crea durante años de desaciertos y corrupción, los mismos que
ahora supuestamente se pretende corregir con una nueva ola de abusos y
expropiaciones.
Pero hay otra dimensión
de toda esta tragedia que se cierne sobre Venezuela que no puede ser
desestimada y que también se deriva de la peligrosa estrategia que adelanta el
gobierno. Se trata de que la desesperación de la gente y los episodios
incontrolados de violencia y saqueo de los que hemos sido testigos en estos
meses, tienen el potencial de generar una reacción en cadena que se le puede
escapar de las manos al represivo gobierno de nuestro país. La resistencia
democrática claramente no tiene ningún interés ni vocación en provocar un
estallido social incontrolado. Ello solamente abriría la puerta a más violencia
y a poner en riesgo la consulta electoral del próximo diciembre.
La estrategia del
caos puede terminar por volverse contra sus creadores, y el gobierno venezolano,
acorralado en el perverso juego por mantenerse a todo evento en el poder, puede
descubrir que la paciencia y el miedo de la gente tienen un límite. Una
frontera muy tenue separa el que salgamos de este desastre por medios
democráticos o que el drama que ya vive nuestro país dé paso a una tragedia
humanitaria de hambre y violencia. A evitar que esto último ocurra debemos
contribuir todos los demócratas y amantes de la libertad, no importa donde
estemos ni que nacionalidad tengamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico