Por José Domingo
Blanco, 14/08/2015
Miguel no fue a
trabajar hoy. No por gripe, ni tampoco por resaca después de una noche de
juerga. Su razón es mucho peor. Tuvo que pedir permiso, a pesar de las
consecuencias que eso acarrea, porque debe patear la calle buscando la medicina
que necesita su niñita. Desde hace días no la encuentra y está desesperado. Le
quedan pocas pastillas. Pero él y su mujer saben que no pueden quedarse sin
ellas: un día que la pequeña Marieta pase sin su tratamiento, es un día que se
le acorta la vida… Miguel sacude la cabeza porque la sola idea de perder a su
muchachita lo aterra. Por eso, no pudo ir a trabajar hoy. Y si no trabaja no
cobra. Pero, eso es lo de menos cuando lo que está en juego es la vida de su hijita…
Aún el sol no ha
salido en su barrio; ni en ninguno de los barrios raídos que ahora abundan en
esta nación. Todavía escucha como, a lo lejos, los malandros aclaran sus
diferencias, o se apropian de lo que no es suyo, vaciando las cacerinas de las
pistolas en la humanidad de sus contrarios. Miguel no entiende en qué momento
su barrio, ese a donde llegó aun siendo un muchacho imberbe, pasó a ser una
tierra azotada por muchachos aún más imberbes que lo que fue él; pero, que no
dudan ni un segundo a la hora de sumar un muerto más en su prontuario. No, por
eso, no es seguro salir a las cuatro de la mañana. Tampoco regresar en la tarde
más allá de las 6. Así que, resignado, espera a que los choros y jíbaros se
recojan y cesen su jornada. Mientras, su mujer le recuela los restos de un
café. El mismo café que una, otra y otra vez echa en la malla de colar, con la
esperanza de que aún suelte algo de sabor.
Enciende la radio y
escucha una propaganda en la que el líder del régimen ensalza los logros de su
gestión. Miguel lo maldice -con odio, mucho odio- a pesar de que aún le parece
escuchar la voz de su madre diciéndole que, ni en las peores circunstancias se debía
maldecir al prójimo, porque eso ofende a Dios. Si su mamá estuviera viva, ¿qué
pensaría de la situación del país? Imagina que, seguramente, a pesar de su
devoción a la Virgen del Carmen y a la misa de los domingos, la escucharía
denigrando del gobierno y renegando de cada uno de los que lo integran.
Miguel nunca, en
todos los años que suma de vida, vio tanta pobreza. Jamás convivió con tanta
miseria. Es verdad, reconoce, que los gobiernos anteriores al actual, también
cometieron sus errores. Pero, los salvaban la alternancia y la separación de
poderes. Este régimen -no sólo lo piensa él sino todos con quienes conversa- es
igual o peor que la dictadura cubana. Y recuerda que ya son casi 17 años los
que lleva su país en manos de incapaces. Un régimen que llegó como el cáncer
que le acorta la vida a su Marieta. Un gobierno que desapareció, sin dejar
mayores huellas, la riqueza más abundante jamás vista en la nación y el mundo
entero. Mequetrefes sin trayectoria que de la noche a la mañana se hicieron del
poder, y no tienen intenciones de soltarlo. Pobres lame suelas, sin trayectoria
ni cuentas bancarias que de la noche a la mañana, derrochan lujo y abundancias…
Y él, honrado de formación y corazón, maldiciendo desde las entrañas a quienes
por ambición y mañas, llevaron al país a una situación que pone en peligro la
vida de su muchachita.
Mientras, baja las
escaleras para llegar a la parada de autobús, se topa con un ladrón rezagado
que, revolver en mano, le arrebata a una señora la cartera. Aún no se acostumbra
a que sean más las veces en las que ve atracos y violencia, que la cordialidad
y los “buenos días” de sus paisanos. Se sube a un autobús abarrotado y
destartalado. Con cauchos lisos y repuestos improvisados. Y contempla las
calles envejecidas, sucias. Enumera las casas y edificios que se suceden uno
tras otro, luciendo sus fachadas desteñidas y agujereadas. Y los carros, que ya
parecen del siglo pasado, híbridos parapeteados con muchos modelos, cuyos
conductores se ufanan en seguir rodando. Comercios vacíos, con vidrieras rotas.
Ostentando en las entradas letreros en los que se lee “no insista, no hay” o,
el cada vez más frecuente, “cerrado por saqueo”. Esa no era la cara que lucía
su ciudad. Ni sus habitantes, cuyos rostros son hoy el retrato del hambre,
enfermedades, miedo y desesperanza. Un paisaje que dista mucho de ser un edén y
se asemeja más a la desolación.
El sol aprieta y
revuelve los aromas pestilentes de las aceras. Son más de diez las farmacias
que ha visitado y en las que solo ha encontrado “no” como única respuesta.
Pero, se niega a aceptarla. Porque esa respuesta es para su Marieta una
condena. Alza la mirada al cielo. Azul, como siempre. A pesar de que otros se
empeñan en pintarlo con grises. A veces, lo tiñen de rojo. Por momentos lo invade
la derrota. Pero, no puede perder la esperanza. Se seca el sudor, respira hondo
y se enrumba de nuevo a dar la pelea.
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