Axel Capriles 13 de agosto de 2015
@axelcapriles
Una discoteca con luces intermitentes
sobre una oscura pista de baile en la que funcionarios, malandros, policías,
prostitutas, jóvenes tatuados, prepagos, boliburgueses y gente común, bailan al
son de un reguetón animadamente mezclado por una DJ con shorts apretaditos,
buenota, hasta que la fiesta estalla en una sonora trifulca de sálvese quien
pueda. La bronca, retransmitida en un programa de televisión sobre Venezuela,
parece haberse originado en el enfrentamiento entre un chamo y un militar
enamorados de una misma prostituta, hermana de un policía, que había sido
monopolizada por el funcionario revolucionario enriquecido. La imagen puede
parecer rebuscada, pero no lo es. Es Venezuela. Un país efervescente que diluye
su vacío en la superficialidad y la rumba pero que vive permanentemente al
borde del estallido.
A pesar del compromiso democrático y del
esfuerzo unificado de los líderes de la oposición por canalizar el descontento
popular hacia la búsqueda de alternancia por la vía pacífica del voto, la
presión económica anuncia condiciones temibles a las que los venezolanos nunca
antes habíamos estado expuestos. El gobierno ha corrido la arruga hasta la
última esquina pero ya el engranaje de la economía no aguanta sino unas pocas
semanas. Aunque los chinos abrieran masivamente la compuerta de los préstamos y
los dólares, el aparado productivo y la red de distribución de productos
básicos evidencian, ya, rupturas y desperfectos irrecuperables. Desde la Guerra
de la Independencia y la Guerra Federal, Venezuela no se asomaba a tanta
pobreza y escasez ¿Qué pasará, entonces, con el carácter fogoso y ventisco del
venezolano? Hasta ahora, muchas de las angustias que vivimos diariamente se han
ahogado en la búsqueda misma de la supervivencia y gran parte de la violencia
producida por la frustración ha tomado la forma de delincuencia común. Estamos,
sin embargo, en un punto de inflexión propicio para los movimientos colectivos.
A mediados del siglo XIX, el diplomático
brasileño Miguel María Lisboa visitó Venezuela y viajó por todo el país. A
partir de sus observaciones escribió: “No vacilo en repetir que en Venezuela el
pueblo bajo de las ciudades es dócil y fácil de gobernar. Excitado, engañado o
seducido, mete bulla, vocifera y comete excesos; más, naturalmente, no tiene
aquella ferocidad que le atribuyen observadores apasionados.” Poco tiempo
después, la crisis económica de 1858 desembocó en estallido de la Guerra
Federal.
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