Edgar Rivero 13 de agosto de 2015
Haciendo un simple ejercicio como
ciudadano común y corriente, porque aún cuando mi profesión es de educador,
estoy al frente de una institución y por demás tengo carrera política, eso no
me exime de la necesidad de comer y hacer uso de artículos de limpieza; así
pues me sumergí en una de tantas colas que hacen los ciudadanos cada día, para
palpar la realidad revolucionaria, que vivimos.
Lo primero que escuché fue “no sabemos
que nos van a vender hoy” pero la consigna es “nadie abandona su puesto”. Así,
atados a la idea de poder entrar y comprar, transcurren los días para la mayoría
de la población. Una triste realidad que hasta reporteros internacionales y
turistas han querido comprobar, para llevar a sus respectivos países, las
dantescas imágenes sobre cómo un país tan rico como Venezuela, ha podido
descender tanto en su producción de alimentos, artículos de primera necesidad y
hasta comportamiento cívico.
Fue muy desagradable y decepcionante,
vivir en carne propia, esa experiencia que sobrepasa los límites de derechos
humanos. Al ser coparticipe de una cola, para poder adquirir harina de maíz y
azúcar, quedé realmente alarmado y molesto por varios aspectos: primero la
demora, luego insultos y empujones, entre los presentes, además de abusos de
poder, tráfico de influencias, humillación, zozobra y finalmente el desconsuelo
de la mayoría, quienes valientemente soportamos por horas el “sacrilegio”
infructuoso de aspirar a comprar algo en un país, que fue democrático, lleno de
recursos, desbordante de amabilidad y solidaridad, pero hoy convertido en un
país bajo dictadura y nepotismo, además hambriento e ingobernable. Toda nuestra
digna y gloriosa historia de Venezuela palideció frente a esta V República. Lo
que se palpa es la barbarie, la anarquía y con esto muchas veces vienen
planazos, lacrimógenas y hasta tiroteos.
Ahora bien, el tiempo invertido en esa
cola, para adquirir los alimentos, sirvió para sopesar en un abrir y cerrar de
ojos, cómo se ha acrecentado el malestar de la ciudadanía contra el gobierno de
turno. La molestia generalizada, producto de la escasez de los alimentos, se
agrava mucho más cuando eso que llamamos inflación, un término no muy entendido
en el habla popular, golpea los bolsillos.
En mi odisea en la cola, puede constatar
que efectivamente gran parte de las quejas estuvieron vinculadas al escaso o
bajo poder adquisitivo que tiene nuestra moneda. Realmente era deprimente
escuchar lamentos y quejas, por el poco rendimiento del dinero producto del
esfuerzo y el sacrificio del trabajo. No hubo nadie que dijera lo contrario, ni
siquiera una vecina que lidera una UBCH, se atrevió refutar tales acusaciones y
terminó reconociendo que la situación es tan grave, al punto que si las
elecciones fueran mañana, no tendrían los mismos argumentos para volver a
convencer al pueblo de votar por sus candidatos.
Esta misma guerrera rojita, tuvo que
reconocer que el cuento de la guerra económica perdió su efecto. La sabiduría
popular se impone. No hay argumento que desdibuje esta crisis, ni que la tape
con el dedo mucho más tiempo. Realmente sentí que era sincera al reconocer tristemente
que no se había visto una contracción de salario tan fuerte como ésta, nunca en
nuestra historia. Es cierto, me dijo estamos en la era de la pobreza, hambre y
miseria.
Estos tristes testimonios recopilados
durante mi breve experiencia, me dejaron un sabor amargo, por lo doloroso que
es conocer la situación, vivirla en carne propia, sufrirla como todos y no
poder hacer nada, por los momentos, porque no somos gobierno y nuestras ideas y
recomendaciones, siempre han caído en saco roto. Los grandes analistas
económicos de “la Isla” han recetado las medidas que nos llevaron a esta
quiebra; porque así hay que llamar a esta situación, por su nombre: la quiebra
de Venezuela.
Si a un empresario le duele dejar de
producir y tener que cerrar su fábrica, al pueblo le duele haber perdido sus
fuentes de alimento, de trabajo, de salud, de vivienda, de recreación, porque
aquí los únicos que están gozando de todos esos derechos venezolanos y
universales, son los enchufados en el gobierno. A esos no se les ve haciendo
sus colas como cualquier mortal normal, en ningún sitio. No, ellos viajan a
Aruba, Colombia, Panamá y paremos de contar los privilegios que tienen.
La gran cantidad de venezolanos idos a
otras latitudes, no se fueron a comprar y disfrutar, sino a trabajar de lo que
sea en otros países donde, si trabajas, consigues de todo lo necesario. En
cambio, los que no tienen la oportunidad de pagar un pasaje sin retorno, los
que siguen aquí sobreviviendo a la quiebra, están vendiendo sus cosas, sus
propiedades, los pocos valores que tienen, porque las fuentes de trabajo
escasean y así ven cómo poco a poco, van perdiendo su modesto patrimonio, para
por lo menos sobrevivir y para agravar más las cosas, no se vislumbra el final
de este túnel, a corto plazo. He aquí la enorme necesidad de cambio para el
país. No propiciarlo, no comprenderlo es atentar contra nuestra mesa, donde
pronto no habrá nada qué comer.
Podemos hacer un libro, un informe o
Tratado de economía, para explicar las cifras económicas, las reales, no las
que publican, pero basta con salir a la calle y meterse en una cola, para darse
cuenta lo mal que estamos y lo peor que estaremos de continuar con este absurdo
de revolución socialista. Por ello, es crucial generar desde la Asamblea
Nacional un paquete de medidas, que garanticen un rumbo cierto a los
venezolanos. Vamos Venezuela, vamos Portuguesa, hagamos colas para sacarlos con
el voto y recuperemos nuestro país, trabajemos por el futuro de nuestros hijos.
¡Bótalos con tu voto!
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