Por Yedzenia
Gaínza, 19/08/2015
En los meses de
verano europeo las noches cortas ayudan a que las fiestas se alarguen hasta el
amanecer. Nadie quiere encerrarse en casa durante el periodo que aportará la
energía necesaria para soportar el nostálgico otoño y el intenso gris invernal
en el que no se piensa, mientras, la alegría de ir descalzo por el campo o
esquivar las olas exprime la ingenuidad que ilusiona a todos con un tiempo que
parece eterno, pero que como todo amor de verano, no lo es.
En los países
tropicales las despedidas no son definitivas, allí la eterna primavera cargada
de clemencia reparte calor, sol y aguaceros a partes iguales. Nadie se despide
del mar con tristeza, pues las visitas se producen una vez a la semana. Es por
eso que los amores que se juntan un domingo cualquiera se mantienen vivos
durante tanto tiempo, allí no hay invierno que ponga a prueba la robustez de su
tronco ni la profundidad de sus raíces.
Vivir en un país
tropical es como ser adolescente toda la vida. Cuando se es adolescente se
llega a creer que todo es para siempre, que nunca se amará como hasta ese
momento, que nunca se encontrarán mejores amigos, que todo será siempre igual.
Y Venezuela como gran país tropical durante muchos años fue una dulce adolescente.
– ¡La playa es
gratis! Decían los muchachos cuando veían pasar a una criatura blanca como una
perla que hacía mucho no se había dado un baño de playa. Y así era, gratis como
la mayoría de tesoros que en esa gran tierra muchos todavía no saben valorar.
Ricos y pobres se juntaban en los kioscos camino a las playas más conocidas del
país para desayunar empanadas o llenar sus cavas de hielo y bebidas para todos
los gustos y bolsillos. Desde el vehículo más lujoso hasta el autobús más
modesto repleto de jóvenes estudiantes se cruzaban en una autopista donde todos
iban con alegría a divertirse, a disfrutar del agua cristalina, la arena fina,
y el verde de las montañas que escondían paraísos inimaginables para los
europeos sometidos al peaje del frío a cambio de tres meses de recompensa. Los
muelles se llenaban de despreocupados visitantes que tranquilamente esperaban
su turno para que una lancha los llevara a un cayo cualquiera donde poder reír,
jugar, comer, hacer amigos, o simplemente tenderse como iguanas al sol.
Con tantos
kilómetros de costa parecerá mentira, pero ahora Venezuela ha conocido la cara
más dura del invierno. No por el frío, y tampoco por el gris. Al país de la
eterna primavera llegó el oscuro invierno de la violencia, esa que acecha en
las carreteras a la espera de un autobús lleno de muchachitos a quien asaltar.
Esa que llega en peñero a Playa El Agua para robar a todos y cada uno de los
bañistas. Esa que cobra vacuna a la señora del kiosco para que el día que (suponiendo
que tenga harina) pueda vender empanadas sin temor a que le maten un hijo. Esa
que pone alcabalas en la carretera donde funcionarios públicos cobran a los
viajeros el impuesto revolucionario mejor conocido como “algo pa’ los frescos”.
El invierno de la violencia tendió su sombra sobre el bolsillo de los pobres
que no pueden ir a la playa porque el domingo es el día que les toca comprar
comida, brujulear por los supermercados a ver cuál tiene una cosa u otra, y
volver a casa sin la bolsa de empanadas porque media docena cuesta la décima
parte del salario mínimo.
Ya nadie mira con
lástima a los pobres europeos con sus pocos meses de verano, pues en este país
tropical incluso teniendo 365 días de sol, muchos no se atreven a bajar a la
playa porque no pueden permitirse hacer 100Km en cinco horas y tener luego que
recogerse antes de las cuatro de la tarde cuando todo comienza a ponerse más
peligroso. Por temor a no regresar, muchos han renunciado a la que una vez fue
la diversión más barata del mundo.
La playa con peces
de colores, estrellas de mar, arena blanca, brisa suave, agua tibia, sin
piedritas, sin medusas, sin algas, sin tiburones… Ese lugar perfecto que
permanece inalterado en la memoria como el amor que cual lágrima de San Lorenzo
llegó de repente y desapareció antes de que se pudiera desear que se quedara
para siempre, ya no es gratis.
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