“Que las alas que
sirvieron para irse del aula sirvan para el regreso”
Por Juan Maragall,
14/08/2015
Cuando inicio las
clases con mis alumnos del postgrado en Gerencia de Proyectos Educativos no
sólo necesito preguntarles quiénes son, sino principalmente quiénes quieren
llegar a ser. Hasta 2013, sus respuestas giraban en torno a ascender en su
institución, desarrollar o fundar proyectos propios. Hoy la situación ha
cambiado drásticamente: “¡Ay, profe, no pregunte eso! Aquí todos nos vamos o
nos queremos ir. Cuando empezamos a estudiar teníamos otras expectativas, pero
la cosa cambió…”
La emigración
masiva de nuestros jóvenes y la fuga de talentos hacia otros países representan
un reto tanto para quien se va como para cada uno de los sectores de
nuestra sociedad. Ya se habla de más de un millón de emigrantes recientes y
algunas universidades reportan que promociones completas han salido del país.
La realidad golpea en la cara a quienes hemos dedicado la vida a formar a
nuevas generaciones. Nunca nos dedicamos a formar emigrantes: nuestra visión ha
sido (y es) formar para el desarrollo personal y la transformación de
Venezuela.
No voy
a entrar en el delicado tema de irse o quedarse. Cuando educas a alguien y
le das alas para volar, la búsqueda de espacios de libertad es natural. Hay
quienes sienten que Venezuela es un espacio infinito para soñar
y hacer. Hay quienes se sienten atrapados. Y cada quien decide qué hacer con
eso.
A mí, en lo
personal, la emigración de mis alumnos me tiene desarmado. A pesar de que todas
las señales indicaban que esto iba a suceder, tengo que confesar que ésa no la
vi venir, que me agarraron fuera de base. Ni en pesadillas se me ocurría pensar
en la emigración.
Y entonces ahora
toca aprender y buscar la forma de adaptarse para progresar.
La inacción del
Gobierno ante esta situación da náuseas y, para muchos, es otra razón para
cambiarlo. No está permitido quedarse de brazos cruzados y menos nosotros los
educadores: somos quienes tenemos que ajustar nuestras prácticas y desarrollar
nuevas narrativas.
Cuando trabajé en
Guatire estuve diez años diciéndole a mis alumnos que el futuro podía ser
mejor que el presente, que ni las condiciones en las que nacieron ni la
falta de oportunidades que vivieron sus padres determinaban su futuro, que
podían y tenían que soñar y trabajar para progresar. Luego me tocó trabajar en
Caracas con los hijos de familias prósperas y estuve diez años diciéndole
a mis alumnos que el éxito no se hereda, que la realización es un logro
personal. Puedes heredar la cartera o el modo de caminar, pero la construcción
de un futuro personal y profesional depende de ti, de tu esfuerzo y de tus
decisiones.
Pero todavía no
tengo una narrativa para esta nueva realidad. Y estamos obligados a
construirla, así que los invito a hacerlo. Así que me animo a compartir
algunas ideas inacabadas.
Tenemos que educar
con una visión de patria grande. Uso el término inspirados en este texto de
Leonardo Padrón, que leí aquí en Prodavinci: La casa grande.
El concepto de
Nación (población y territorio) tiene que inclinarse hacia la gente. No podemos
hablar de los de aquí y los de afuera. Tenemos que vernos todos
dentro.
Para el que se va,
el que queda tiene que importar y el que se queda tiene que integrar a su
realidad al que se va.
Mientras no
logremos que todos estemos bien y tengamos calidad de vida, Venezuela estará
incompleta.
Aprovechemos la
globalización y las comunicaciones para comprender que no hay mucha diferencia
entre quien se va de Mérida para Maturín y quien se va de Maracaibo
para Madrid. Ambos son venezolanos que buscan oportunidades y para conseguirlas
deben vivir lejos de su hogar.
La
internacionalización de los venezolanos puede convertirse en una gran
oportunidad. Aprendamos de países como India, que aprovecharon el talento
emigrado para transformar su economía.
Y, sobre todo,
eduquemos para el regreso: que esas alas que hoy sirven para irse
también sirvan para regresar.
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