Páginas

lunes, 17 de agosto de 2015

Souvenirs, por @yedzenia



Por Yedzenia Gainza, 12/08/2015

Una de las cosas más tradicionales de viajar es traerse un recuerdo del lugar visitado. No tiene importancia el motivo del viaje, queriéndolo o no se puede ir a parar a un pueblo perdido en el mapa, y una vez que se llega a ese nuevo sitio parece indispensable volver a casa con algo que evoque esos días o le haga saber alguien que aunque sea en el pensamiento del viajero, también estuvo allí. Ese es el motivo por el que multitud de negocios se llenan de miniaturas de aceite de oliva, chocolates, postales, pasta tricolor, botellas de vino, camisetas con corazones…

Antes cuando un venezolano volvía al país sus maletas estaban repletas de perfumes, chocolates de todos los tamaños y un montón de regalos provenientes de cada rincón del mundo que había pisado. Familiares y amigos festejaban la vuelta del viajero escuchando con ilusión cada episodio de la aventura mientras disfrutaban de los bombones que solamente por venir de tan lejos hacían a un lado a los Toronto que abundaban en todas partes, confirmando que para variar “la hierba del vecino es siempre más verde”.


Lejos quedaban los retrasos en aeropuertos, los trenes perdidos, las vueltas una y otra vez por la misma calle. Hasta los peores momentos sazonaban los recuerdos y animaban al resto a seguir los mismos pasos dejando espacio suficiente en el equipaje para traer a casa caprichos propios y ajenos.

Pero un mal día todo cambió, los venezolanos dejaron de viajar por placer y comenzaron a hacerlo por necesidad. Sustituyeron las decenas de cambios de ropa apretados en enormes bultos propios de las misses, por lo justo para ir al supermercado a adquirir los nuevos encargos. Se acabaron los antojos, nadie pide los zapatos del momento ni el perfume más vendido, las prioridades son otras y desgraciadamente nada banales.

A Maiquetía las maletas regresan llenas de desodorante, toallas sanitarias, pañales, jabón, pasta dental, champú, pastillas anticonceptivas, leche, cuadernos, preservativos, papel sanitario, máquinas de afeitar, y sobre todo, del temor de sus dueños a que el mafioso de turno las abra y robe todo lo comprado para cubrir necesidades básicas de seres queridos. Esta es la realidad ¿Quién puede pensar en perfume cuando no tiene ni con qué bañarse? Es lamentable, pero a ese pueblo acostumbrado a ducharse por lo menos dos veces al día ahora le toca rendir el champú con el agua maloliente que sale de los grifos, y utilizar jabón de lo que sea para poder asearse. Muchas mujeres deben faltar al trabajo durante la menstruación porque no tienen ningún tipo de absorbente ni tampoco suficiente papel como para improvisar uno y salir de casa.

Antes los expatriados pedían a los amigos que no se les ocurriera cruzar el charco sin una lata de Pirulín, o por lo menos una Harina PAN. Ahora les toca llevar a los “turistas” a kioscos donde puedan tomarse una malta –más barata, por cierto– prepararles arepas en casa y acompañarlos a buscar las caraotas o la harina que tan ausentes están en las cocinas de todo el país.


Y entonces se rompió la tradición, ya los viajeros no revisan las fotos durante el vuelo de vuelta, sino que sacan cuentas pensando en la carne que no pudieron embarcar. Ven pasar con nostalgia el carrito de la aeromoza mientras desean que llegue el día en el que los venezolanos vuelvan a recorrer el mundo por placer y no por necesidad, sin sentir que se les encoge el estómago cada vez que piden la cuenta, sin pasar por la obligatoria humillación de ir a comprar comida más allá de las fronteras recordadas por el régimen sólo cuando necesita cortinas de humo. Miran por la ventanilla y se pierden entre las nubes soñando que la libertad vuelve a Venezuela y le abre las puertas a todo lo que un país merece para vivir dignamente. Cumplido ese sueño, ya podrán pensar en perfumes y chocolates.


Yedzenia Gainza
@yedzenia

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico