Por Yedzenia
Gainza, 12/08/2015
Una de las cosas
más tradicionales de viajar es traerse un recuerdo del lugar visitado. No tiene
importancia el motivo del viaje, queriéndolo o no se puede ir a parar a un
pueblo perdido en el mapa, y una vez que se llega a ese nuevo sitio parece
indispensable volver a casa con algo que evoque esos días o le haga saber
alguien que aunque sea en el pensamiento del viajero, también estuvo allí. Ese
es el motivo por el que multitud de negocios se llenan de miniaturas de
aceite de oliva, chocolates, postales, pasta tricolor, botellas de vino,
camisetas con corazones…
Lejos quedaban los
retrasos en aeropuertos, los trenes perdidos, las vueltas una y otra vez por la
misma calle. Hasta los peores momentos sazonaban los recuerdos y animaban al
resto a seguir los mismos pasos dejando espacio suficiente en el
equipaje para traer a casa caprichos propios y ajenos.
Pero un mal día
todo cambió, los venezolanos dejaron de viajar por placer y comenzaron a
hacerlo por necesidad. Sustituyeron las decenas de cambios de ropa apretados en
enormes bultos propios de las misses, por lo justo para ir al supermercado a
adquirir los nuevos encargos. Se acabaron los antojos, nadie pide los zapatos
del momento ni el perfume más vendido, las prioridades son otras y
desgraciadamente nada banales.
A Maiquetía las
maletas regresan llenas de desodorante, toallas sanitarias, pañales, jabón,
pasta dental, champú, pastillas anticonceptivas, leche, cuadernos,
preservativos, papel sanitario, máquinas de afeitar, y sobre todo, del temor de
sus dueños a que el mafioso de turno las abra y robe todo lo comprado para
cubrir necesidades básicas de seres queridos. Esta es la realidad ¿Quién puede
pensar en perfume cuando no tiene ni con qué bañarse? Es lamentable, pero a ese
pueblo acostumbrado a ducharse por lo menos dos veces al día ahora le toca
rendir el champú con el agua maloliente que sale de los grifos, y utilizar
jabón de lo que sea para poder asearse. Muchas mujeres deben faltar al trabajo
durante la menstruación porque no tienen ningún tipo de absorbente ni
tampoco suficiente papel como para improvisar uno y salir de casa.
Antes los
expatriados pedían a los amigos que no se les ocurriera cruzar el charco sin
una lata de Pirulín, o por lo menos una Harina PAN. Ahora les toca llevar a los
“turistas” a kioscos donde puedan tomarse una malta –más barata, por cierto–
prepararles arepas en casa y acompañarlos a buscar las caraotas o la harina que
tan ausentes están en las cocinas de todo el país.
Y entonces se
rompió la tradición, ya los viajeros no revisan las fotos durante el vuelo de
vuelta, sino que sacan cuentas pensando en la carne que no pudieron embarcar.
Ven pasar con nostalgia el carrito de la aeromoza mientras desean que llegue el
día en el que los venezolanos vuelvan a recorrer el mundo por placer y no por
necesidad, sin sentir que se les encoge el estómago cada vez que piden la
cuenta, sin pasar por la obligatoria humillación de ir a comprar comida más
allá de las fronteras recordadas por el régimen sólo cuando necesita cortinas
de humo. Miran por la ventanilla y se pierden entre las nubes soñando que la
libertad vuelve a Venezuela y le abre las puertas a todo lo que un país merece
para vivir dignamente. Cumplido ese sueño, ya podrán pensar en perfumes y
chocolates.
Yedzenia Gainza
@yedzenia
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