ÁNGEL LOMBARDI BOSCÁN Viernes, 25 de diciembre de 2015
Simón
Bolívar (1783-1830) en vida fue querido y odiado. Yo pienso que más odiado que
querido. Sólo que la hagiografía (“Vida de los Santos”) que a partir de 1842
con José Antonio Páez (1790-1873) a la cabeza, empieza a elaborarse, encubre
sus manchas y deslices. El Mito Bolívar adquiere señorío no sólo en Venezuela
sino en toda Hispanoamérica. Lo español había que enterrarlo y el nuevo
criollismo vencedor de la Independencia tenía que levantar nuevos altares que
sirvieran de sustituto al de los reyes borbones tutelares. La nueva identidad
nacional se cubrió de la “gloria” de Bolívar, un guerrero, como todos los
guerreros, con ausencia de piedad, y sí, de mucha crueldad.
En
Venezuela, Nueva Granada y Ecuador devino en deidad junto a sus lugartenientes
principales, muy especialmente, Antonio José de Sucre (1795-1830), el “Abel, de
América”. Todas las historias que empezaron a escribirse bajo el amparo del
nuevo poder oficial establecido exaltaron al mito junto a la leyenda. Bueno,
casi todas. Los críticos al estilo de un imprudente Carlos Marx (1818-1883) y
de algunos “compañeritos” de armas resentidos, provenientes de la Legión
Extranjera, como Jean-Baptiste Boussingault (1801-1887) y Henri Louis Villaume
Ducoudray Holstein (1772-1839) tuvieron que ser suprimidos por la nueva censura
bolivariana. Su condición de extranjeros les descalificaba en eso de hablar mal
sobre el Padre de la Patria y la nueva religión cívica aunque inspirada por el
furor marcial, dicotomía absurda ésta, de la que aún hoy en pleno siglo XXI, no
hemos sabido librarnos los venezolanos. En esa hoguera cayó obviamente el
humanista español Salvador de Madariaga (1886-1978) y su impecable biografía en
dos tomos sobre Bolívar (1951).
Ni
siquiera Gabriel García Márquez (1927-2014), acusado de irreverencia Caribe,
pudo meterse con la mayestática figura del caraqueño en su General en su
Laberinto (1989). Toda obra, tratado u opúsculo, elaborado por algún criollo
capaz de cuestionar la grandeza de una memoria elaborada a la medida de los
intereses de las hegemonías/oligarquías asaltantes del poder en el periodo
republicano, fueron suprimidas, dando la impresión de unanimidad respecto a la
conveniencia de la Independencia (1750-1830) contra el Imperio Hispánico en
América.
Así no
pensó un oscuro y desconocido cronista que el colombiano Evelio Rosero (1958)
rescata en su muy polémica novela histórica La Carroza de Bolívar (2012). Se
trata de José Rafael Sañudo (1872-1943), nacido en Pasto, Departamento de
Nariño en la hoy Colombia. La obra en cuestión se llama Estudios sobre la vida
de Bolívar (1925). He tratado de conseguirla y leerla para evitar las
deformaciones inevitables, ya sea las genuinas o aquellas provistas de mala
intención, de los distintos intérpretes, aunque ha sido una misión imposible.
Hoy es un libro invisible. Es una obra proscrita, de un apóstata, que habló mal
del Libertador y Sucre.
Muy
poca gente repara hoy, y es que la historia en su lucha contra el olvido ha
degenerado en apología/propaganda y no en comprensión, que no todas las
regiones y pueblos de la Colonia acompañaron a los libertadores durante las
luchas por las Independencias. Maracaibo, Coro, Guayana, Pasto, Piura y Lima
entre otras se sintieron a gusto con los Virreyes, Capitanes Generales y
Gobernadores. Pasto, particularmente, fue siempre un incordio para Bolívar y
sus huestes en las llamadas Campañas del Sur (1821-1826).
El
suceso en que se explaya José Rafael Sañudo es la llamada: “Navidad Negra”, una
masacre sobre civiles, habitantes de Pasto, el 24 de diciembre de 1822 por
parte del batallón Rifles bajo el comando de Antonio José de Sucre siguiendo
las órdenes superiores de Simón Bolívar. El objetivo militar devino en acto de
castigo por la insolencia de Agustín Agualongo (1780-1824) y sus partidarios en
no querer ser “liberados” del yugo imperial. 400 fueron los civiles asesinados
a mansalva y se hicieron más de 1000 prisioneros, la mayoría hombres, que
finalmente fueron desterrados a Guayaquil, Quito y Cuenca.
Acostumbrados
sólo a transitar por el heroísmo inmaculado de un solo lado, referir estos sucesos
trágicos y vergonzosos sin que los autores sean los odiosos y despiadados José
Tomás Boves (1782-1814), Francisco Rosete (1775-1816), Eusebio Antoñanzas
(1770-1813), Francisco Javier Cervériz, Francisco Tomás Morales (1783-1845),
Pablo Morillo (1775-1837) y José de la Serna (1770-1832) entre otros monstruos
referidos por la historia patria, podría turbar a más de uno.
Este
conflicto entre memorias, ésta historia oblicua deformada por las ideologías
políticas en el presente, representa un extraordinario reto para los
historiadores profesionales puestos en el dilema de callar o de presentar
algunas verdades incomodas.
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