Por Tamara Sujú Roa, 22/12/2015
Durante los últimos 12 años, y se escribe fácil pero hay que ver como
han sido de largos y angustiosos, los venezolanos vivimos la terrible división
que Chávez sembró en la población, para así lograr mantener siempre
cohesionados a quienes creyeron en su proyecto a pesar de que nunca les trajo
verdadero bienestar social, pero siguieron votando por el oficialismo esperando
la tierra prometida que nunca llegó, porque Chávez murió y quien lo sucede no
tiene ni un ápice del carisma y la inteligencia que el militar tenía para
controlar las masas a través su política populista y las grandes sumas de
dinero producto de la renta petrolera que usó para proselitismo político,
propaganda electoral, comprar conciencias nacional e internacionalmente y
venderse como la maravilla del siglo XXI.
A medida que pasaban los días, meses y años, el país daba muestras de
retroceso. Lo pudimos ver en la infraestructura en general, en el deterioro de
los servicios públicos, en el lamentable estado de los hospitales y centros de
educación, en el transporte público. Una muestra clara puede observarse en el
parque automotor. Parece que estuviéramos viviendo todavía en los años 90, excepto
cuando pasan a nuestro lado las camionetas o vehículos oficiales, que sí son
renovados continuamente.
Así como se iba deteriorando la calidad de vida día a día, los
venezolanos fueron perdiendo poco a poco también sus libertades. Ejemplo de
ello, la libertad de circular libremente por todo el territorio nacional. La
inseguridad y el deterioro de las autopistas y carreteras ha hecho que las
personas piensen muy bien el simple hecho de tomar un autobús para viajar al
interior del país o de vacacionar en una playa. Ningún lugar es seguro. El
hampa es la dueña de las decisiones de movimiento de la población y por eso el
venezolano se ha autoimpuesto un toque de queda a partir de cierta hora de la
tarde y se ha encerrado en sus casas para autoprotegerse.
También nos quitaron la libertad de decidir cómo informarnos, el acceso
a la información. El gobierno mantiene la hegemonía comunicacional, luego de
haberle quitado la concesión a RCTV, de haber cerrado más de treinta emisoras
de radio, de haber promovido por acción u omisión el cierre de periódicos y
paginas Web, de haber perseguido a dueños de medios, a periodistas de larga
trayectoria, a generadores de opinión y haber inducido a que algunos fueran
despedidos de sus trabajos.
Los venezolanos no tenemos derecho a saber cuáles son las cifras reales
de inflación, cuántas personas fallecen diariamente víctimas de la violencia,
cuáles son las cifras reales sobre secuestros y robos, y además ya no podemos
ver la transmisión en vivo de sucesos que tengan imágenes reales que ellos
determinen como “violentas”. Por lo tanto, poco se transmite sobre alzamiento
de presos en las cárceles del país, o sobre manifestaciones de la gente en las
calles exigiendo sus derechos o el deplorable estado de los hospitales
públicos, los enfermos tirados en el piso en las emergencias, las mujeres
pariendo en los pasillos y los bebés acostados en cajas de cartón.
El cerco comunicacional es imprescindible para mantener el poder. Y les
funcionó hasta el pasado 6 de diciembre. Las promesas y dádivas ofrecidas no
les dieron resultados el 6 de diciembre. La gente ya no les cree y tiene
motivos de sobra. Hoy los índices de pobreza, incluyendo la pobreza extrema,
muestran el fracaso total del proyecto de poder que fue el socialismo del siglo
XXI. El poder adquisitivo del venezolano se ha visto mermado por la inflación y
el control impuesto por la escasez de productos de primera necesidad. Las
enfermedades antes controladas por políticas sanitarias implementadas en
anteriores gobiernos, han vuelto, y además, algunas como epidemias no
reconocidas por el sector oficial. Enfermos mueren diariamente por falta de
medicamentos. La insalubridad y la desnutrición por mala alimentación se
muestran en los barrios populares, contrariando el discurso demagógico del
gobierno ciego y sordo ante las calamidades reales de la gente.
Luego vendría la sistemática y malvada persecución contra un sector de
la población que se les oponía y reclamaba respeto a la Constitución y a los
DDHH. El despido de los 22 mil empelados de Pdvsa –ahora sabemos que el
gobierno necesitaba el control total de la empresa para ponerla a la completa
disposición presidencial y se convirtió en la caja chica de pocos que se
enriquecieron e hicieron grandes negocios. La empresa estatal está hoy en la
palestra mundial por escándalos de lavado de capitales. Luego vendría la
persecución sistemática de miles de venezolanos que firmaron por el referendo
revocatorio del presidente Chávez y cuyos nombres fueron recopilados en la
llamada lista Tascón, la persecución contra miembros de la sociedad civil
organizada, militares, ONG de DDHH y estudiantes, ha sido la pauta marcada por
el régimen para tratar de someter a la población.
Cruel ha sido la manipulación del 1 x 10 que ha ordenado el gobierno
entre sus seguidores para arrear a la gente a votar (1 busca y lleva a 10
votantes más), la obligatoriedad de los empleados públicos a acudir a marchas y
concentraciones so pena de ser sancionados o botados, el proselitismo político
impuesto en las oficinas y demás dependencias públicas de idolatría a la figura
del presidente, la prohibición de hablar en contra del gobierno o de criticarlo
en dichos lugares so pena de ser considerados traidores a la revolución y
despedidos, hizo mella en los empleados públicos, causando que se inhibieran en
el libre ejercicio de sus derechos ciudadanos.
Pero el conocimiento por parte de los venezolanos de la verdadera cara
de lo inhumano y cruel de este régimen continuado, vendría después. De esto
hablaré en mi próximo articulo.
Quiero desearles a mis lectores una Navidad en unión familiar llena de
esperanzas. Venezuela es nuestro hogar, al que debemos cuidar y por el que
debemos trabajar. El 6D se abrió una puerta para que juntos empecemos a
enderezar esta ruina en la que han convertido a nuestro país. Y debemos hacerlo
con honestidad y por el bien de todos.
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