Por Ricardo Hausmann
Hace dos años, se produjeron
manifestaciones públicas tanto en Kiev como en Caracas. Mientras que la
Revolución de la Dignidad en Ucrania rápidamente llegó al poder, en Venezuela
los cambios políticos han ido por una vía mucho más lenta. Sin embargo, las
elecciones parlamentarias que se realizaron el 6 de diciembre, en las que la
oposición obtuvo dos tercios de los escaños, han
llevado a un aceleramiento de los acontecimientos políticos en Venezuela.
A pesar de que en la noche de
las elecciones el presidente Nicolás Maduro reconoció la derrota, su gobierno ha prometido
desconocer toda legislación que apruebe la Asamblea Nacional y ha establecido
otro, el Parlamento Nacional Comunal, que no está dispuesto en la Constitución.
Todavía más, aprovechó la última sesión de la Asamblea Nacional para nombrar a
19 magistrados de la Corte Suprema, y ha hecho un llamamiento a sus
simpatizantes para evitar que la Asamblea recién elegida entre en funciones el
5 de enero. Al igual que Ucrania dos años atrás, Venezuela va rumbo a una
crisis constitucional.
Sin embargo, existe un
paralelo aún más antiguo y ominoso entre Venezuela y Ucrania: la hambruna
intencional de 1933 en la Ucrania Soviética. La decisión tomada por Stalin en
1932 de obligar a los agricultores independientes —los kulaks— a trabajar en
grandes granjas colectivas, causó la muerte por inanición de 3,3 millones de
personas en Ucrania el año siguiente.
La catástrofe se desató cuando
Stalin, convencido de que los kulaks le ocultaban grano al estado soviético,
requisó sus semillas, creyendo que con esto obligaría a los agricultores a
emplear el grano oculto para sembrar. Sin embargo, no había grano oculto —y,
por lo tanto, tampoco había simiente para plantar la cosecha de 1933. Stalin
culpó del resultante colapso en la producción de alimentos a conspiraciones
lideradas por los muertos y los moribundos.
En lugar de enfrentar la
catástrofe que se estaba desarrollando, y a pesar de los bajísimos niveles de
producción, Stalin aumentó las requisiciones de granos —decisión que llevó a
una hambruna masiva. Al público se le ocultó información, lo cual impidió que
se tomaran medidas para rectificar la situación. Incluso se rechazaron
ofrecimientos de ayuda humanitaria, especialmente por parte de Polonia.
Antes de que sucediera, era
difícil imaginar una hambruna en un país tan fértil como Ucrania. Es igualmente
difícil imaginar una catástrofe similar en un país que tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo. No
obstante, éste es precisamente el escenario que enfrenta Venezuela al entrar al
2016.
Los ingredientes fundamentales
para semejantes desastres provocados por el hombre son cuatro: represión del
mercado, supresión de información, persecución sistemática de la disidencia y
atribución de la culpa por el desastre a sus víctimas (lo que justifica radicalizar
las políticas que causaron el problema). Desgraciadamente, Ucrania no es el
único ejemplo: el costo en vidas humanas —estimado entre 15 y 45 millones de
víctimas— del Gran Salto Adelante de 1958-1961 en la China de Mao Zedong, fue
aún mayor.
Al igual que en Ucrania y
China, el gobierno de Venezuela ha estado intentando colectivizar la
producción. Después de su reelección en 2006, Hugo Chávez decidió acelerar la
“revolución” y nacionalizó bancos, telecomunicaciones, el cemento y el acero,
supermercados, cientos de otras empresas y millones de hectáreas de tierra. Y,
también al igual que en Ucrania y China, la producción de las empresas
afectadas colapsó rápidamente.
Más allá de la expropiación
directa, el gobierno implementó un sistema que atacó la habilidad natural del
mercado para auto-organizar la economía. El mercado no es una panacea, y sólo
puede funcionar bien dentro de un Estado que opera adecuadamente, pero sí es
una poderosa fuerza estabilizadora. Los precios del mercado proporcionan información
sobre los bienes que escasean.
Las ganancias crean incentivos para responder a
la información que contienen los precios. Y los mercados de capital asignan
recursos en busca de ganancias. Es posible que los mercados fallen, y las
políticas pueden contribuir a mejorar los resultados; pero Chávez y Maduro, del
mismo modo que Stalin y Mao, atacaron al propio mecanismo del mercado.
En Venezuela, un sistema
generalizado de control de precios y del mercado de divisas está causando
estragos. El tipo de cambio se asigna administrativamente a un precio que es
alrededor de 130 veces inferior al del mercado. Ni
siquiera el narcotráfico es tan lucrativo como esta oportunidad de arbitraje,
con obvias consecuencias.
Una fórmula para el precio
“justo” mantiene artificialmente bajos a todos los precios (el fijar un precio
más alto envía a los infractores a prisión), lo que causa escasez,
racionamiento y colas que consumen un gran número de horas de la vida diaria de
la mayoría de los venezolanos. La escasez de productos esenciales ya ha cobrado
muchas vidas, sin siquiera mencionar sus devastadoras consecuencias para la
producción. Y, a pesar del control de precios, la inflación está por sobre el
200%, debido a que el banco central monetiza un déficit fiscal de más del 20%
del PIB.
El incremento del precio del
petróleo que inicialmente acompañó a la adopción de estas políticas, mitigó su
impacto, ya que las importaciones podían compensar la caída de la producción.
En 1998, cuando Chávez fue elegido por primera vez, el petróleo languidecía a
US$8 el barril; en 2012, el promedio del precio fue de US$104.
Pero, en lugar de utilizar
esos extraordinarios ingresos en prepararse financieramente para una época de
vacas flacas, Chávez optó por usar el alto precio del petróleo como colateral
de préstamos masivos y cuadruplicó la deuda pública externa. Esto le permitió
gastar en 2012 como si el precio del barril hubiera sido de US$197. Pero hoy
día, cuando el crudo venezolano está por debajo de los US$30 y el país no tiene
acceso a los mercados de capital internacionales, las importaciones han
declinado a una fracción del nivel que tenían en 2012. Ahora es que se están
sintiendo las consecuencias de la previa destrucción de la capacidad
productiva.
Sin el mecanismo del mercado,
el ajuste se está realizando con demasiada poca información y demasiados
incentivos perversos, lo cual hace que su repercusión en la producción y en el
bienestar sea aún más devastadora. En el próximo año habrá una nueva reducción
drástica de las importaciones. No sólo ha bajado aún más el precio del
petróleo, sino que las importaciones de 2014-2015 se financiaron en parte
disminuyendo las reservas y otros activos, y autorizando importaciones privadas
pero sin pagarlas, una expropiación de facto del capital de trabajo
—la semilla del grano— de las empresas privadas.
Las implicaciones de esta
locura son ominosas. Para evitar una catástrofe humanitaria, es preciso tomar
medidas rápidamente: restaurar el mecanismo del mercado; unificar el tipo de
cambio (como lo acaba de implementar el presidente Mauricio Macri en
Argentina); establecer un sistema alternativo de transferencias sociales que
sustituya al racionamiento; sanear el fisco; reestructurar la deuda externa de
manera ordenada; y conseguir un apoyo financiero masivo de la comunidad
internacional.
Maduro no está haciendo nada
de esto; en su lugar, dedica su energía y creatividad a mantenerse en el poder,
sea a través de métodos limpios o sucios. Pero el tiempo se está acabando. A
menos que Maduro cambie, la nueva Asamblea Nacional —donde la mayoría de dos
tercios permite que la oposición enmiende la constitución— tendrá que cambiarlo
a él.
♦
El
texto fue publicado originalmente por Project Syndicate y fue traducido al castellano por Ana María
Velasco
29-12-15
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