Por Luis Pedro España
La derrota les ha resultado
tan dura como inesperada. Quizás no tanto por haber perdido, de alguna manera
estaba en los escenarios, el problema ha sido la magnitud de la derrota.
Cierto es que cualquiera que
hubiese sido el resultado desfavorable, la respuesta estaba dada, preconcebida,
iban a un escenario de confrontación, cohabitar no existe en su diccionario.
Como tampoco lo están palabras indispensables para gobernar en democracia:
consenso, acuerdos o simple entendimiento.
Pareciera una lógica suicida.
Desde una perspectiva que pone centro en el desarrollo del país y el bienestar
del pueblo, ciertamente es absolutamente inconveniente el proceder del gobierno
y sus principales voceros. Tienen a la inmensa mayoría del país en contra y
creen que la forma de recuperarlo es confrontar duramente a la oposición hoy
convertida en Poder Legislativo. ¿Alguien cree que los problemas económicos y
sociales del país se pueden resolver de esa manera?
Obviamente no, pero la óptica
del gobierno lleva años sin ser la del pueblo. Es la de ellos, la de sus
privilegios y de sus temores. La sobredeterminación política de la realidad fue
la de creer, unos más, otros menos, que defender la revolución era la forma de
favorecer al pueblo, hoy se trata de un simple pretexto para mantenerse en el
poder.
Las revoluciones se vuelven
cínicas y esta no es la excepción. No les importa el desabastecimiento crítico
que padeceremos entre enero y febrero del próximo año. Le invierten más tiempo
y dinero en ver cómo convertir esa desgracia en beneficio político, en
estrategia para inculpar a la oposición, que en políticas para que Venezuela
deje de pasar hambre.
El próximo año será un año de
desgracias mayores a las ya padecidas. Vamos a una confrontación de poderes, a
un verdadero escenario de ingobernabilidad. Su desenlace es a vencer o morir,
el gobierno ha planteado el asunto como un conflicto existencial, agónico. “Si
me voy, tú te vienes conmigo”.
Este proceder gubernamental
parte de la tesis, no necesariamente comprobada o cierta, de que la oposición
va por sus cabezas. Su reacción, primero de despecho y ahora de rabia, parte de
una sola apuesta. Están convencidos de que la oposición, gracias a la mayoría
conseguida, tendrán una posición antisistema. Aprovecharán la mayoría
calificada para cambiar, no de políticas, no de gobierno, sino de sistema
político.
Puede que no les falte razón
(ese es el cálculo de los radicales de aquel lado), pero en cualquier caso esa
solo es la aspiración de los radicales de la oposición, quienes han quedado en
minoría, luego del triunfo de los moderados y de la ruta electoral.
Pero esa señal, la posibilidad
de tender una transición que haga centro en el pueblo y no en su permanencia en
el poder no solo la ignoran, sino que no les interesa. Mandan, pues, los
radicales del gobierno. Movilizaciones, inventos comuneros, sabotaje al nuevo
poder emanado de las urnas electorales y crispación generalizada será lo que
nos depararán los primeros meses del próximo año.
El desenlace de este nuevo
episodio en la vida nacional es difícil de prever. Ninguno es descartable,
desde las típicas salidas de fuerza de la política tropical y cavernaria, hasta
la deseable negociación que casi siempre nos sorprende, pero al final casi
siempre ocurre.
Entramos en el final de un
ciclo y el inicio de otro mejor. Pidámoslo de regalo de Navidad y hagámoslo
realidad en 2016.
24-12-15
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