Javier Conde 22 de diciembre de 2015
@jconde64
La
jornada invariablemente acababa entre 8 y 9 de la noche. En los días buenos,
Teodoro dejaba listo el editorial, solo para pequeños retoques en la mañana. A
las 6:30 am estábamos de vuelta en el diario, junto a media docena de personas,
para cerrar la edición que debía estar en la calle a las 10 de la mañana.
Fue
una de esas noches, de regreso a casa, con Teodoro al volante antes de irse,
siempre daba una vuelta por el diario y ofrecía llevar al
"descarriado" cuando le pregunté por qué él, entre tantos dirigentes
de peso del Partido Comunista de los 60, advirtió que la lucha armada era un
fracaso y que el socialismo por el que luchaba debía ser distinto al modelo
implantado en la URSS, capaz de aplastar Hungría y Checoslovaquia si se
desviaban de la ortodoxia.
-Por
mi papá, creo recordar que me dijo, con la parquedad que trata estos asuntos
que invaden cierta esfera íntima.
Y me
relató entonces un episodio que lo marcó. Se encontraba en la sala de su casa
leyendo, sería un joven de unos 20 años o menos, en el comienzo de la década de
los años 50 del siglo pasado, y su padre pasó y le tomó el libro: ¿A ver qué
lees?, le dijo. Debió sentarse al lado de Teodoro, hojear el texto durante un
rato no muy extenso y le espetó: -Chico, pero en esta historia de la revolución
rusa no sale Trotsky -Trotsky es un traidor, papá, le soltó Teodoro sin
pensarlo -¿Así que el creador del Ejército Rojo es un traidor?, siguió el
viejo, y llevándose el índice a la sien (a la de él o a la de Teodoro), le dio
el consejo de su vida.
-Piensa
con cabeza propia, y el dedo martillaba en la sien (en la de él o en la de
Teodoro). A mí me interesaba la historia porque siempre me han cautivado los
personajes que nadan a contracorriente. Y TalCual, el periódico que creó y
dirigía Petkoff, iba en esa dirección, cuesta arriba, contra la lógica al uso,
como repitiendo la propia historia vital del personaje frente al volante.
Además, si Teodoro maneja, es bueno conversar y distraerlo del acelerador.
Me
dejaba en Cumbres de Curumo y él seguía un trecho más. En la mañana, muy
temprano, podíamos volver juntos al diario, que entonces quedaba en el edificio
Mene Grande, al lado del Centro Plaza. Mi carro era poco solidario y el
Toyotica de Teodoro, salvo inoportunas averías, cumplía su tarea con
eficiencia. A veces, muy a veces, yo era quien lo buscaba.
Esa
cabeza propia que ha distinguido a Petkoff y que seguramente también ha
suscitado tantos enconos- parió, with a little help from his friends, el
Movimiento Al Socialismo, que fue una ruptura con el pensamiento de izquierda
tradicional, perfiló con nitidez el fondo democrático del socialismo a la
venezolana y creó una alternativa al poder bipartidista de AD y Copei, que
luego, diría que injustamente y nunca fui militante del MAS, sucumbió ante la
ola chavista, como si fuera tan responsable "del desastre" como
blancos y verdes.
Y en
aquel 1998, o un poco antes, soltó a sus compañeros de partido que pasaron de
Irene Sáez a Hugo Chávez sin anestesia- aquello de "los espero en la
bajadita". Una frase, quizás luis herrerista, con el poder de encerrar en
unas cuantas sílabas toda una profecía, ahora autocumplida. La feliz expresión,
vista con retrospectiva, desnuda a tantos y tantas, poderosos e ilustrados, que
justifican su apoyo al chavismo inicial con un argumento pueril: "nadie pensaba
que aquello devendría en esto". Sí, alguna gente lo pensaba.
Teodoro
aparcaba su carro, subía en ascensor al quinto piso, entraba en la redacción
dando los buenos días a todo gañote y se sentaba frente a la computadora.
Disponía de una hora (cuando no había hecho el trabajo en la noche) para
escribir unas 600 palabras, que serían que fueron la cara de TalCual día tras
días durante las mil y tantas noches chavistas.
Teodoro
escribe rápido y bien, como lo reflejan sus libros y como es fácil comprobar en
sus millares de editoriales. Y, además de bien, dando en el blanco.
Desde
esos editoriales de TalCual, Petkoff perfiló los rasgos básicos de una política
democrática para la oposición venezolana. Teodoro entendió muy temprano la
deriva autoritaria del chavismo y, por eso, tras su salida abrupta de la
dirección del diario El Mundo síntoma ya de como los medios iban cayendo en
las redes del poder oficial se empeñó en crear un diario para el combate
politico y para contribuir a preservar la democracia venezolana.
Su
Hola, Hugo inicial era el saludo de un hombre indoblegable, con una misión
política afinada y certera, a pesar de cierta carga de más al comienzo contra
Luis Miquilena, entonces el padre de la criatura.
La
tarea que Petkoff trazó para TalCual superaba, en mi juicio posterior, las
propias fuerzas del diario: se trataba de alertar y denunciar y combatir los
desafueros del Gobierno "revolucionario" y, a la vez, diferenciarse
sin medias tintas del desenfoque, a veces muy riesgoso, de la oposición. De
alguna forma, el diario se granjeó enemigos en ambas aceras, aunque también un
importante sector de fieles lectores, que encontraban luces cada mañana en
aquellas palabras.
Petkoff
fue de los primeros en denunciar el golpe de abril, de cuestionar la extensión
del paro petrolero, de no retratarse nunca en la Plaza Altamira y en desligarse
del boicot parlamentario.
Eso es
público y notorio, y comprobable en sus editoriales, sin dejar de desplegar una
actividad privada en asuntos espinosos del mundo opositor, para fortalecer su
unidad y evitar desgarramientos, que los hubo.
TalCual
pagó esa política. Una imagen lo explica: una mujer que compra el diario en La
Trinidad a un pregonero, paga y luego lo rompe en la cara del vendedor.
Seguramente
era una mujer opositora, antichavista furibunda (que quizás en el 98 votó por
el Comandante) que no aceptaba que el diario tuviera "cabeza propia",
y llamara a las cosas por su nombre, y que además se equivocara, como también
ocurrió.
El
diario y TP, que era un poco lo mismo, siempre insistió contra una creciente
opinión opositora que había que dar el paso de reconocer al otro para poder
avanzar en la elaboración política y para ganar talante democrático, dentro y
fuera del país. Y eso ocurrió por vez primera en las elecciones que perdió
Manuel Rosales en 2006, cuya candidatura fue posible tras un acuerdo adulto
entre el candidato zuliano, Julio Borges y el propio Petkoff, que fueron las
precandidaturas de la oposición. Aquella noche de la severa derrota, más de 3
millones de votos, Petkoff, puertas adentro, recordaría el compromiso
adquirido: había que salir a dar la cara y decir la verdad, y a partir de ahí
construir el futuro.
Sobre
aquella noche se tejieron toda clase de especulaciones, uno de los deportes
favoritos de ciertos opositores. Pero esa es la noche fundacional, y perdonen
la exageración, del rumbo de la oposición hacia el encuentro con el sentir de
las mayorías en el país. Fernando Mires, que observa a Venezuela desde Alemania
con una lucidez envidiable, destaca en su más reciente artículo (se puede leer en
Prodavinci y en el blog del propio Mires) como ese año de 2006 significó un
vuelco decisivo para la oposición y, esperemos, que para el país.
Hoy,
frente al panorama que se abre, es más importante que nunca tener un liderazgo
que piense con "cabeza propia" y que ponga el país, a Venezuela, por
encima de sus propias ambiciones.
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