Por Gioconda San Blas
Eran los años de las primeras décadas del IVIC.
Llegado octubre, Santos Meléndez, su esposa y un grupo de seguidores con
aficiones musicales nos preparábamos, cuatro en mano y voz dispuesta, para
arrancar diciembre cantando aguinaldos y gaitas en la hora meridiana, cada día
en un centro diferente.
En la última semana de actividades, cada
Centro o Departamento organizaba su fiesta navideña. Algunas, como la de
Antropología, eran legendarias. La "leche de burra" preparada por
propia mano del Prof. Cruxent atraía a todo el que quisiera acercarse, de manera
que los litros necesarios para satisfacer tan alta demanda eran monumentales.
Otra notable era la de la Biblioteca, a
la que muchos de nosotros visitábamos en agradecimiento por todos los servicios
obtenidos a lo largo del año, cuando todavía no existía el mundo digital y
apenas el fax hacía su debut como adelanto tecnológico.
En el Centro de Microbiología llegamos
en algún momento a tener nuestra fiesta con toldos, mesas y sillas vestidas
para la ocasión. A pesar de las dificultades económicas de siempre (aunque
nunca como ahora), todos podíamos disponer de un dinerillo para aportar a la
rumbosa fiesta de fin de año.
No olvidemos la propia fiesta que la
Dirección del IVIC ofrecía a todo el personal, en donde el agasajo también era
ofrecido en abundancia, mientras los asistentes departíamos alegremente.
En todas había abundancia de comida.
Hallacas, pernil, ensalada de gallina, pan de jamón, dulce de lechosa,
panettone, turrón y cualquier exquisitez que los comensales quisieran aportar,
formaban parte del condumio. Al haber fiestas simultáneas, los ivicenses
circulaban entre ellas para compartir abrazos y una copa de vino o una cerveza.
Además, se jugaba al "amigo secreto" y se hacía un intercambio de
regalos como símbolo de lo mucho que nos agradecíamos unos a otros luego de un
año de trabajo conjunto.
Cuando nació la Asociación de
Investigadores del IVIC (AsoInIVIC) en 1983, José Antonio O'Daly, José Rafael
López Padrino y yo, como Junta Directiva primigenia, decidimos armar una
parranda. No sólo había vino y pasapalos, sino también música para quienes
disfrutamos de "echar un pie" (¡y vaya que bailamos!). Lo hicimos por
varios años. La característica principal de esta festividad fue que la
AsoInIVIC invitaba a todas las agrupaciones sindicales, a los trabajadores en
general, que hacían vida en el IVIC. Y así, al compás de la música y
compartiendo el agasajo, nos encontramos todos los ivicenses, sin distinción,
en esas tardes festivas.
El tiempo fue pasando y el IVIC fue
cambiando, como ocurre con cualquier cuerpo viviente. Hoy en día, ya no hay
dinero para fiestas, los sueldos no alcanzan ni para los juguetes del Niño
Jesús, la inflación se ha comido el valor de la moneda, los implementos para
preparar el condumio festivo son difíciles de conseguir y muy costosos. De
manera que las fiestas en el IVIC se han reducido a su mínima expresión (me
dicen que el jolgorio de Antropología quedó convertido en un modesto desayuno;
así en los demás Centros).
No sólo eso: lo de ayer en el IVIC
(último día de labores, antes de entrar en el receso navideño) es el sello de
la humillación a lo que se nos ha condenado como pueblo en estos nefastos 17
años. En vez de fiestas o celebraciones modestas, ayer el IVIC dejó de ser el
Instituto Venezolano de Investigaciones Científica, cuya misión es la de servir
de avanzada nacional en materia de ciencia y tecnología, para convertirse en un
inmenso Mercal que vendería pernil y otros pocos productos a los trabajadores
de la institución.
Nadie trabajó, por supuesto; nadie
organizó almuerzos de fin de año. Desde la madrugada comenzó a formarse la
cola, ya para las 9 de la mañana había varios cientos esperando. Cuando
finalmente hacia las 3 de la tarde se apareció la gente de Mercal, ya eran más
de 900 las personas haciendo cola. No sé a qué horas terminó el mercado, pero
sí sé de gente cuyo ticket estaba alrededor del número 300, que fueron
atendidos hacia las 11 de la noche. Sé de ivicenses vecinos de San Antonio que
pasada la media noche recibieron la llamada de compañeros de trabajo pidiendo
cobijo para esa noche, dado el peligro de bajar a Caracas a tan altas horas de
la noche.
Humillación, esa es la única palabra que
se me ocurre para describir lo sucedido ayer en el IVIC. Los venezolanos, del
IVIC y de cualquier parte, humillados ante un pedazo de carne o una lata de
leche. ¿Qué mejor imagen para entender la aplastante victoria de la alternativa
democrática? El voto era el gran recurso para que un pueblo humillado,
silenciosa y democráticamente depositara en las urnas su grito de rebeldía. Y
así lo hicimos. Dijimos ¡Basta!
Si el régimen fuera sensato, entendería
las señales que le ha mandado el pueblo el 6D. Pero ya lo sabemos: las
gríngolas ideológicas decimonónicas y la arrogancia del poder no le permiten
ver lo obvio. Creen que podrán seguir haciendo lo mismo que han hecho a lo
largo de 17 años. Pero ahora contaremos con una nueva Asamblea Nacional que con
una sólida mayoría calificada de 2/3 y con el apoyo de 8 millones de votantes
(y más, que seguramente se sumarán con el tiempo), servirá de freno y de
contrapeso a los desvaríos del ejecutivo y demás poderes subyugados.
Esta será una navidad pobre, con poco
pan de jamón y apenas unas contadas hallacas, sin estrenos ni regalos. A pesar
de la pobreza material, tendremos la navidad más alegre de espíritu en más de
tres lustros, porque las esperanzas de construir una tierra fecunda han
renacido el 6D.
Espero que en la navidad de 2016, los
trabajadores del IVIC podamos dedicar el último día de actividades laborales a
abrazarnos, a compartir, a desearnos todo lo mejor para el año siguiente. Y no
a estar haciendo humillantes colas para conseguir lo mínimo para nuestra
subsistencia y la de nuestras familias.
Un abrazo para todos.
19-12-15
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