Carlos Raúl Hernández 28 de diciembre de 2015
El Obispo mira a las alturas y responde:
“Dios en el cielo sabrá reconocer los suyos”
Nada
mejor para ser interesante que fruncir el ceño, engolar la voz y disertar sobre
la “crisis moral”, con aire de solemne. La disolución de las costumbres, el
irrespeto a los valores, las drogas, la corrupción del comportamiento, bla bla
bla. Con frecuencia estos intérpretes de oído dicen que “lo más difícil será
recuperar la ética” o “hacer que los venezolanos trabajen”. Pero la más
superficial revisión indica que los “moralistas” son eternos, bien remunerados
y tienen su público, y que la Humanidad siempre recibe sermones parecidos, en
los que se cuestiona la integridad de la gente. Durante los 90, en los momentos
de esplendor de Venezuela, cuando arrancaban las reformas necesarias, un cura
radical hablaba de la “anomia” que erosionaba al país, y al público se le salía
la baba ante tanto saber y rectitud. Se necesitaba una “revolución” para poner
orden y sabemos cómo eso termina.
La
peor enfermedad del espíritu político es la revolución, porque exagera hasta el
absurdo los rasgos malvados de la naturaleza humana, codicia, crueldad,
envidia, explotación, y los atribuye a la sociedad abierta que llaman por mal
nombre capitalismo, donde manda el capital y no la sociedad, como será en
elsocialismo. Detrás de la moral, las leyes, la democracia, nadie es honrado en
un mundo que explota el trabajo ajeno y los que no explotan directamente a
otros, lo justifican con su indiferencia. La industria cultural, el cine, la
publicidad, el arte en la sociedad abierta, milagros que llenan de magia
nuestro aparato perceptivo, son maquinarias de enajenación. El empresario más
honrado es un vampiro y la filantropía una máscara. Un cretino genial dijo que
es tan criminal asaltar un banco como fundarlo. Según ese pensamiento
envenenado la Humanidad padece una metástasis moral.
Siempre los puros
Digna
de la siquiatría política, esa visión hunde sus raíces en la herejía Cátara,
“los puros” del siglo XI, sectas que dominaron varias ciudades del Langedoc,
cerca de Cataluña. En Besiers, Narbona, Foi, Toulousse y Carcassona, rompieron
con todo para vivir en la pobreza y la caridad. Su doctrina consistía en que el
Mundo Material -empezando por la Iglesia-, lo había creado el demonio,
Satanael. Lo hicieron a escondidas de Pater Noster, el Dios de bondad, para
vengarse de él por construir el Mundo del Espíritu. De ese acto espurio nacen
los humanos, y todo lo tangible es demoníaco, tiene en sí el germen del gusano
y la destrucción. Qué hay bajo la piel de la mujer más bella: vísceras,
inmundicias. Sectas menos radicales, como los Franciscanos, creían que la
Iglesia se había desviado, pero que hombres “íntegros” podían redimirla y
negociaron para esquivar la hoguera.
La
radicalidad no permitía transacciones a los cátaros de ayer, ya que su objetivo
era destruirla. La única opción para ellos era “el Espíritu”, así como para los
de hoy es “la Revolución”. Los de hoy, creen también que los pocos justos,
honorables y valientes deben rechazar el mundo (“el capitalismo”) encarnación
de todos los males, y se requieren remedios bárbaros en males bárbaros.
Cauterizar las llagas de la sociedad, meter el escalpelo, sangrarla,
limpiardetritus, sucios intereses, eliminar los contaminados. Y el devenir se
repite como maníaco: cada vez que los delirantes quieren sanear la impureza
humana, crean lo más siniestro, el infierno en la Tierra. Los pecados de la
sociedad normal son juegos de niños frente a la trágica pesadilla, la crueldad
sin límites. Los bolcheviques son cátaros del siglo XX que triunfan y promueven
tiranías absolutas en muchos lugares.
¿Políticos o predicadores?
Se
pone la sangre de gallina cuando los líderes asumen el papel de regeneradores
morales y en vez de hablar como políticos lo hacen como predicadores. Una vez
fracasan en su empresa de “hacer el bien”, se instala la esquizofrenia:
defender monstruosos resultados a nombre “del pueblo” que martirizan, y destruir
a quienes los denuncian. El error inicial se convierte en mentira insolente y
usan el lenguaje para mentir y encubrir el pensamiento. Todo es dolor aciago y
espinas para la gente común, pero se aferran al poder por lo mismo que
denunciaban: ambición, corrupción, riqueza, intereses creados y miedo al
Frankestein que pusieron en marcha. Los pueblos no son en sí ni malos ni buenos
y se comportan de acuerdo con las instituciones que los rigen. Después vinieron
los aterradores desmoronamientos en los que pagan justos por pecadores.
Víctimas
de los setenta años de una “sociedad justa” soviética, o de la “revolución
árabe”, los pobres deambulan como parias en Occidente. Cubanos y norcoreanos
están entre los seres más sufrientes y humillados del planeta. Los cubanos para
sobrevivir en la miseria están compelidos a la tracalería de su régimen, pero
en Florida actúan conforme a las leyes como ciudadanos normales. La tragedia
del paraíso perdido, cuando se desploman las utopías. Sitiada Besiers, uno de
los focos de resistencia cátaros, por tropas francesas y vaticanas, ya al final
de su aventura contra la Iglesia, el enviado del Papa sugiere al Duque invadir
la ciudad para apresurar el final a sablazos. Ante lo que sería una masacre de
la población, el Duque le pregunta cómo lograrán los soldados distinguir buenos
cristianos de cátaros. El Obispo mira a las alturas y responde: “Dios en el
cielo sabrá reconocer los suyos”.
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