CARLOS PADILLA ESTEBAN 19 de diciembre de 2015
Me
gusta mirar a María rumbo a Ein Karen. Me gusta su paso presuroso por la
montaña. Me conmueve el amor en camino. El amor que sube montañas. El amor que
atraviesa las puertas.
María
se pone en camino. Su adviento tendrá dos caminos. Este hacia Isabel y
el otro hacia Belén. El primero le sale del corazón. El segundo lo marca la
ley.
El
camino hacia Ein Karen es espontáneo, brota de su alma, sin dudarlo. Este
pasaje habla del alma de María. Quiere llegar pronto para poder ser más útil: “En
aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo
de Judá”.
Sale
con prisa, presurosa, pero va segura. María camina y guarda dentro a
Cristo. En su alma. Muy hondo. ¡Cuánto hablaría con Él! Lo acariciaría
en silencio. Camina con la decisión firme de ayudar, de ponerse a servir. No
puede perder el tiempo.
¿Por
qué no fue más prudente y se quedó cuidando a Jesús en su vientre? Me he hecho
esa pregunta tantas veces. ¿Por qué María, José y Jesús no fueron
prudentes? ¿Acaso no tengo que ser yo prudente en mi camino?
Dios
tal vez quiere que no me cuide tanto. Que confíe más en Él
y menos en mis fuerzas. Que me abandone y me exponga. Que no tema el
ridículo ni la crítica. Que no puedo controlar todas las reacciones de los
hombres. Sus opiniones, sus palabras y sus gestos.
María
se arriesga y se expone. Porque cree en la promesa de Dios. Alguna tradición
muestra que san José la acompañó y no viajó sola. Me gusta pensarlo así. Que no
la dejó sola en ese camino lleno de riesgos. La cuidó y la protegió.
Pienso
en la admiración de José hacia María que, al enterarse de que
estaba embarazada, sale a ayudar a Isabel. ¡Cuánto la debió amar José! También
sufriría por ella. Todos queremos proteger a los que amamos.
Me
gustaría ser como María. Salir de mí mismo como María. Dejar todo lo que hago y
ponerme en camino hacia el que me necesita. A veces espero a que me
digan que me necesitan para moverme. No tomo la iniciativa.
Me
gustaría aprender de María a ponerme en camino hacia el que no me lo
pide. Sólo por alegrarle, sólo porque pienso que me necesita.
María
se fue a un pueblo en la montaña. Una cuesta larga lleva a la casa de Isabel
allí en Ein Karen. Una cuesta larga y difícil. María fue valiente. Eso me
conmueve. Quizás tuvo miedo pero su miedo no la retuvo, no impidió su misión,
no limitó sus pasos.
¡Tantas
veces me quedo yo quieto por miedo a perderme! Me da miedo
enfermar, estar yo mal, agotado, herido. Tengo un ombligo muy grande.
Preocupado siempre de lo que necesito, de lo que me hace falta.
Una
persona me comentaba con algo de tristeza: “Al final parece que cada uno
va a lo suyo. Eso me entristece“. Como si los hombres
perdieran el tiempo en esa angustiosa lucha por sobrevivir.
Hoy
María me enseña que no vale tanto la pena guardar la vida. Porque
el que la guarda la pierde. Y yo la pierdo cuando no la doy.
Si no
me desgasto amando, no amo de verdad. Si mi amor no me exige
renuncia, no es verdadero mi amor. Si mi amor no me lleva a salir de mi
comodidad, de mi tranquilidad, no estoy amando.
Me
gustaría sorprender a los que quiero, hacer más cosas gratis como
María, no esperadas ni exigibles. Dar una medida generosa en la vida. No
guardarme, no protegerme, no defenderme. Aunque me deje el alma hecha jirones.
María
amaba con toda su alma a Dios, a Isabel, a los hombres y no duda en dejarlo
todo y salir hacia Ein Karen. Es impresionante ese paso presuroso de María
llevando a Jesús. Es impresionante su actitud firme y segura. Me gusta su calma
y su firmeza, su temple y su alegría.
Decía
el Padre José Kentenich: “Ella nos trajo una vez al Redentor y volverá a
hacerlo hoy también. Es nuestra esperanza. Llevamos en nuestros
corazones el anhelo de redención que palpita en estos tiempos. María, la gran
portadora de Cristo, la que alumbra a Cristo, la que ayuda a Cristo en toda la
obra de salvación, ha preservado nuestro instinto de lo infinito tomándonos en
su escuela. Ella fue fortaleciendo más y más en nosotros dicho instinto”[1].
El
primer camino de amor de Jesús en la tierra es hacia el más necesitado. Y
lo hizo dentro del seno de su madre. Me gustaría llevar a Dios por los caminos
con mi presencia.
María
sigue trayendo a Jesús hoy en su seno. Sigue corriendo presurosa a la montaña.
Busca llegar a servir. María es mi esperanza.
Tengo
un anhelo inmenso de infinito. Cuando amo de verdad quiero hacerlo para
siempre. No me conformo con amar a medias, por un tiempo. El amor
verdadero me pone en camino.
¿Dónde
estoy cómodamente sentado esperando a que la vida pase? Ponerme en camino es un
esfuerzo. Exige. Me cuesta. Me duele. Ponerme en camino y dejar mi zona de
confort, donde estoy bien. ¿Para qué dar más?, pienso.
Pero
el amor de Cristo me urge: “Caritas Christi urget me”. Ese grito de san
Pablo resuena en mi corazón. Llevo a Jesús como María.
Decía
el padre Kentenich citando a san Pablo: “Esta antigua consigna que nos
transmite san Pablo adquiere ahora su sentido más pleno y creador de felicidad
beatificante: – No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 1, 10). Si
Cristo vive en mí, entonces también el Espíritu Santo mora en mí”[2].
El
amor de Cristo en mí. La presencia de Jesús en mi vida. ¿De dónde tengo que
salir yo en este Adviento? ¿Hacia dónde me pongo en camino? No
consiste en ir a cualquier lado. Supone salir de mí para ir al encuentro de
alguien. María sale de sí misma para ir a encontrar a Isabel.
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