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miércoles, 29 de junio de 2016

Algunos Mitos Políticos del Venezolano, @Ismael_Perez



Por Ismael Pérez Vigil, 24/06/2016

La tentación de escribir sobre lo ocurrido con el proceso de validación es muy grande, pero sería difícil no caer en centrarse en las trapacerías, violaciones al reglamento y triquiñuelas del CNE y su esfuerzo por proteger al Gobierno de Nicolás Maduro, impidiendo y obstaculizando el ejercicio de los derechos políticos y electorales de los venezolanos, que es precisamente lo que ellos deben proteger y garantizar. Por tanto prefiero hablar de algunos temas de fondo que surgen de la épica civilista protagonizada por los ciudadanos, que hemos visto estos días, con el liderazgo de partidos y la actuación de la sociedad civil, aprovechando para desmitificar estas dos entidades.

Esta semana ha sido aleccionadora en cuanto a la posibilidad de cooperación entre partidos políticos y sociedad civil, para tareas específicas, en este caso la organización del proceso de la mal llamada validación de firmas para autorizar a la MUD a organizar una consulta popular que nos lleve a un referendo revocatorio del mandato de Nicolás Maduro.

Por eso creo que la forma en que se han organizado y puesto de acuerdo partidos y organizaciones de la sociedad civil para lograr ese objetivo, nos debe llevar a hacer algunas reflexiones sobre la relación entre partidos y las organizaciones de la llamada sociedad civil y como dije, para eso es necesario despejar algunos mitos, sobre ambos.

Uno de los axiomas políticos de la sociedad contemporánea, que ha llegado a erigirse en un verdadero mito en las sociedades democráticas, es que los partidos son indispensables para la democracia. Cierto. Pero cuando hay un principio valido pretendemos que se haga extensivo a otras cosas; por ejemplo, ese principio valido, se ha hecho extensivo a lo que los partidos son ahora, en el sentido de que no son los partidos los indispensables para la democracia, sino “estos partidos”, los que existen en el momento, con sus formas organizativas actuales y su forma de hacer política. Por eso ese silogismo no siempre es cierto. No necesariamente los que están ahora son los indispensables y sobre todo menos indispensable aun o más iluso pensar que los partidos tienen que organizarse como están organizados ahora, basados en el centralismo democrático que inventó Lenin para la Rusia de finales del siglo 19 y principios del siglo 20. Como si no hubiera corrido mucha agua bajo el puente.

Afortunadamente ese mito ya se puso seriamente en duda en Venezuela, en 1993, cuando Rafael Caldera llegó a la presidencia apoyado en una amalgama de partidos, totalmente desarticulados, organizados solo electoralmente, y basado en el prestigio del líder, en la desmoralización política del país y la búsqueda por parte del pueblo de una solución; búsqueda que no ha concluido. Ni que decir que ese mito lo siguió siquitrillando Hugo Chávez Frías, quien prácticamente prescindió por completo de los partidos para gobernar y para todo.

Pero si no comparto el mito de lo imprescindible de los partidos con sus formas de organización actual, tampoco comparto su opuesto, que debemos o podemos prescindir de los partidos, como se pretende al destacar como su alterno a la sociedad civil, tema al que paso a continuación.

En efecto, el mito de lo prescindible o imprescindible de los partidos, en los últimos años en Venezuela, va aparejado a otro, el de la fuerza telúrica, inmanente, de la sociedad civil. Ese mito de la sociedad civil, o mejor dicho el mito de que la sociedad civil es la que va a resolver los problemas políticos del país, comenzó a desmoronarse en el mismo momento en que comenzó a surgir, tan temprano como en 1999, aunque algunos no se han dado cuenta o no lo han aceptado.

Ya en 1999, cuando se abrió la primera oportunidad y se discriminó a los partidos políticos para definir una nueva Constitución, en la sociedad civil no solo no denunciamos esa estratagema de Chávez Frías que lo que pretendía era eliminar a los partidos, sino que además no fuimos capaces de ponernos de acuerdo, sino hasta última hora, cuando ya era demasiado tarde, para llevar una lista común para elegir candidatos a la Asamblea Nacional Constituyente. Sin embargo, a pesar de que se logró apoyar una lista final única, nuestro comportamiento durante las frustrantes negociaciones de esa lista no tuvo nada que “envidiarle” a las prácticas de los partidos que durante años criticamos; . No fuimos capaces de dejar de lado nuestras diferencias y apetencias personales, no fuimos capaces de posponer o al menos mostrar claramente nuestras agendas particulares. No teníamos el “dedo” del Secretario General para escoger a los candidatos, pero surtían y surten el mismo efecto otros dedos de algunas personalidades.

Y así, nuestras diferencias y disputas internas, que terminaron por fracturarnos, no se diferenciaron en nada de las que durante años presenciamos en los partidos. Allí aprendimos, o debimos aprender, que nuestras organizaciones de la sociedad civil, tan eficientes en áreas específicas, no están ni remotamente diseñadas para tomar el poder, sino apenas para proponer, influir, modelar y sembrar ideas en la mente de los demás ciudadanos.

Soy militante y defensor de la sociedad civil, pero forzoso es reconocer que estos “movimientos”, espontáneos, eficaces en movilizar, que hemos visto durante los últimos años, hasta cierto punto, son movimientos básicamente de ideas, no destinados a tomar el poder –el poder político, el poder del Estado– y de allí la frustración, el fracaso, esa incapacidad de producir una alternativa coherente, a pesar del cierto poder de movilización. Estos movimientos ciudadanos, aunque muy concientizados, producto de intensos y largos debates políticos, de una muy activa participación, de un fuerte gregarismo social y resistencia contra el poder del Estado, están muy claros en sus aspiraciones y en lo que rechazan, pero no pueden entrar en negociación porque no aceptan que alguien esté en capacidad de negociar en nombre de ellos.

El mito de la supremacía de la sociedad civil va asociado al de la política como algo éticamente despreciable y con una variante peligrosa en los últimos tiempos: prescindamos de los políticos, de los partidos; por ejemplo, somos independientes, no dejemos que saquen sus banderas y sus consignas en marchas y manifestaciones, no queremos contaminarnos ni volver al pasado, etc. Esa conclusión es tan equivocada como la de los partidos de creer que ellos por ser imprescindibles no deben cambiar, no deben democratizarse, no deben superar ciertas prácticas. Ambos extremos están errados y desconocen la urgencia y solicitud de cambio a que aspiran los ciudadanos.

Lo dicho otras veces, se impone entonces un nuevo pacto político entre ciudadanos y partidos, que parta de aceptar las especificidades, capacidades y aspiraciones de cada uno. Hemos venido posponiendo eso durante años y ya va siendo hora de que asumamos la tarea seriamente.

La experiencia, exitosa, de esta semana con el proceso de validación puede ser un inicio importante de esta nueva relación, donde ambos salimos fortalecidos, unidos, con logros compartidos y propósitos comunes.

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