Por Miguel Ángel Latouche
Los venezolanos vivimos en
una dinámica de múltiples ficciones. Inventamos mundos imaginarios,
explicaciones imaginarias, expectativas imaginarias. Nos negamos a leer la
realidad circundante en sus propios términos, como si fuese suficiente con
desear mucho que algo pase para que la realidad que anhelamos se materialice.
Se trata de una dinámica
social esquizofrénica. Si uno escucha, por ejemplo, las percepciones de los
voceros de la MUD o del PSUV con relación a los resultados de la Asamblea
General de la OEA de la semana pasada, resulta que ambos se declaran ganadores.
Como si el problema político venezolano se limitara a definir quienes fueron
favorecidos o no por la percepción que sobre nuestra dinámica política tiene la
Comunidad Internacional.
La verdad es que resulta
llamativa la miopía con la cual quienes ejercen el liderazgo político leen la
realidad circundante. Quizás esa llaneza sea una de las características
principales de una clase política que no se ha preparado para el ejercicio del
poder, para la construcción de lo político como ámbito de convivencia
colectiva. Habría que preguntarse que leen nuestros políticos. Uno les escucha
hablar como si el problema se limitase a quien ejerce el poder en un momento
determinado y no a la existencia de una dinámica social en la cual se han roto
los espacios de funcionamiento de la sociedad.
Estemos claros, acá hace
falta un cambio de gobierno, es necesario que el mismo se produzca por vía
institucional y como resultado de una derrota política que vaya más allá del
hecho electoral. Es necesario reinventar el proyecto de país posible. Es
necesario reconstituir la República. Así pues, no es suficiente con decir que
es necesario que se produzca un cambio, por el contrario, es necesario definir
con claridad y de manera extensiva los contenidos del cambio propuesto.
Es necesario comprender los
contenidos del momento político. Tomar decisiones sin considerar con cuidado
las implicaciones del contexto es el equivalente a lanzar palos de ciego. La
incapacidad de leer el mundo circundante, los cambios, es una de las razones
que explican que el Liberalismo Amarillo se enfrentase durante años al
gomecismo, sin resultados. Creyendo que se trataba de un problema del siglo
XIX. Nunca se dieron cuenta de que se trataba de un fenómeno sustancialmente
diferente.
Quizás esa sea una de las
razones que explican que el chavismo se haya instalado entre nosotros durante
tanto tiempo. Uno siente que nuestros políticos de oposición leen la realidad
dentro de las dinámicas propias del Sistema de Conciliación de Élites (la
llamada Cuarta República) y con las perversiones correspondientes. De allí la
ausencia de propuestas, de un discurso alternativo, de una visión de país que
nos incluya a todos. La construcción de la política requiere de la construcción
de un discurso que trasmita un mensaje que sea comprendido, aceptado y
compartido por todos.
El discurso es el eje
movilizador de lo político. Así, a los políticos les corresponde, como diría
Ortega y Gasset, “colocarse a la altura de los tiempos” para interpretar las
necesidades y expectativas de la gente y actuar para satisfacerlas, para ayudar
a que el otro desarrolle su autonomía. A mediados del siglo pasado Mariano
Picón Salas escribió su ensayo “A veinte años de Doña Barbara”. Allí describen
los contenidos de lo que debe considerarse nuestra obra literaria fundamental.
Borges, me refiero a Jorge Luis, -claro-; señala en una conferencia titulada
‘El Libro’ que cada país tiene un libro, -que es ‘una extensión de la memoria y
de la imaginación’-, que describe su naturaleza, que se constituye en su
representación. El nuestro es, sin dudas, esa obra magna de Don Rómulo
Gallegos.
En el trabajo de Picón Salas
puede leerse una interpretación de la dicotomía entre la civilización y la
barbarie que es importante considerar en los tiempos en los que vivimos. Nos
dice el Maestro que es necesario comprender la naturaleza de lo que se
considera incivilizado y sus razones. Barbarita a fin de cuentas, nos dice, no
siempre fue mala, fue sometida por los malvados, violentada hasta que cambio su
naturaleza y se convirtió en la dueña de El Miedo.
Así, si se quiere gobernar
al país, se debe intentar rescatar nuestra constitución republicana, se debe
incorporar a la gente a la idea civilizatoria que se construye cuando se
le pone un límite a la violencia, cuando se construye institucionalidad, cuando
se define la civilidad como un valor imprescindible de la convivencia. Se trata
de incluir y nunca de excluir, de instalar la tolerancia y la aceptación de las
diferencias con el respeto que corresponde, se trata de reducir el insulto a
una expresión inaceptable.
Pero además, se trata de
rescatar a los excluidos, de proteger a los más débiles, de escuchar a
los demás desde sus razones sin desprecios y con consistencia ciudadana. Solo
de esa forma esta “raza buena (que) ama, sufre y espera” podrá ver convertido
El Miedo en Altamira. Reconstituir la República pasa por restaurar el ámbito de
funcionamiento de la civilización, esto es: la imparcialidad, el respeto, la
civilidad, el buen trato, el reconocimiento del otro, la equivalencia moral; en
fin, el comportamiento asociado a la norma y a los preceptos de la justicia.
29-06-16
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