Ysrrael Camero 26 de junio de 2016
Siendo venezolano tengo un especial cariño por
España, por su pueblo, por su proceso histórico y por su democracia. Ese afecto
no es nuevo. Los lejanos orígenes canarios de mi familia no pesaron mucho en mi
crianza pero el impacto de la cultura española no me fue ajeno. En mi casa se
hablaba con simpatía de la recientemente estrenada democracia española y de su
Presidente Felipe González.
Al entrar en mi adolescencia compartí con hijos y
nietos de migrantes españoles, quienes con sus gustos contribuyeron a moldear
los míos. Al estudiar historia en la Universidad desarrollé gran interés por la
experiencia de la Segunda República Española y la tragedia de la Guerra Civil.
Con mis compañeros, futuros historiadores, tuve abundantes discusiones sobre el
proceso histórico español. Leíamos con fruición obras clave sobre su historia,
con la convicción de que no se puede comprender por completo el devenir de
América Latina y de Venezuela sin entender el proceso de construcción de los
pueblos ibéricos.
VENEZUELA EN ESPAÑA, ESPAÑA EN VENEZUELA
Tengo
la certeza de que este afecto entrañable no me es exclusivo. Venezuela recibió
una gran cantidad de exiliados españoles desde el estallido de la Guerra Civil
en 1936. Estos inmigrantes enriquecieron y fortalecieron la cultura venezolana,
como lo hicieron portugueses e italianos, quienes llenaron nuestras vidas con
su comida y sus tradiciones, que se hicieron nuestras progresivamente. Nombres
como los de Manuel García Pelayo, Juan David García Bacca y Juan Nuño forman
parte integral del pensamiento venezolano. Nuestras universidades, públicas y
privadas, no serían las mismas sin el aporte de su pensamiento.
Los venezolanos hemos estado atentos al devenir
histórico de España. El estallido de la Guerra Civil española en 1936 dividió
el movimiento estudiantil venezolano. La Federación de Estudiantes de Venezuela
(FEV) decidió apoyar a la República, provocando la escisión de estudiantes
provenientes de colegios católicos, quienes crearon la Unión Nacional
Estudiantil (UNE), simpatizando con Franco y los “nacionales”. Venezolanos
fueron a pelear en las Brigadas Internacionales para defender a la República en
España. Posteriormente, republicanos exiliados participaron junto con los
demócratas venezolanos en las luchas por construir una Venezuela libre y justa.
Durante el trienio octubrista (1945-1948) la Junta
Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, rompió relaciones
con el dictador Francisco Franco y procedió a reconocer el gobierno de la
República en el exilio. Un gesto romántico que se cimentaba sobre valores
sólidamente establecidos, la naciente democracia venezolana reconocía en la
República española un proyecto político hermano.
EL PROYECTO LIBERAL Y LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA
El proyecto liberal español, que podemos rastrear
hasta la Constitución de Cádiz de 1812, tuvo en la experiencia democrática de
la Segunda República (1931-1936) un momento estelar, seguido por una tragedia
fratricida (1936-1939) y cuarenta años de una dictadura oscurantista que se
extendió hasta 1975.
En Venezuela la transición a la democracia en España
fue vista con júbilo y esperanza. Hacía apenas diecisiete años habíamos tenido
los venezolanos nuestro amanecer libertario. La solidaridad venezolana se
expresó tras la muerte de Franco. La amistad entre el Presidente Carlos Andrés
Pérez y el líder socialista Felipe González fue un factor puente entre ambos
países. Felipe llegó a España en un vuelo presidencial venezolano.
Las últimas cuatro décadas de la historia española
constituyen su verdadero período dorado. Económica, social y políticamente el
balance de la transición a la democracia en España es positivo. Democracia,
sanidad pública, educación pública, bienestar social, libertades públicas, son
logros históricos de la sociedad española durante estos cuarenta años. Nunca
vivieron mejor los españoles que bajo el régimen democrático.
UNA COALICIÓN SOCIAL MODERNIZADORA Y DEMOCRÁTICA
La Transición española se convirtió en un modelo
para estudiar, y su ejemplo influyó en procesos de democratización posteriores
en otras latitudes. Pero quiero hacer énfasis en un actor en especial de este
proceso de transformación: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE),
liderado por el grupo sevillano y por Felipe González, quien fue jefe de
gobierno entre 1982 y 1996. El PSOE se convirtió en el partido por excelencia
que consolidó al régimen político democrático que se inició en 1978.
Una generación de españoles estuvo marcada por la
dinámica de la transición a la democracia y la modernización de la economía y
de la sociedad. Fenómenos como la movida madrileña y el destape,
la explosión de creación cultural y artística, transformaron la cotidianidad
desde Sevilla hasta Barcelona, y de Valencia hasta Santiago de Compostela.
Nuevas luchas, movilizaciones, determinaron la construcción histórica de los
derechos de la democracia, incluyendo la sanidad pública, las pensiones no
contributivas, el acercamiento a un Estado de Bienestar como nunca lo habían
disfrutados los españoles.
Alrededor del PSOE y del liderazgo de Felipe
González se aglutinó entonces una inmensa coalición social modernizadora y
democrática, comprometida con convertir a la España arcaica del franquismo en
un país libre, democrático y moderno. Sus fronteras estaban mucho más allá del
“electorado” socialista, incorporando simpatizantes de otros sectores de
izquierda y de centro, laprogresía madrileña, los sectores medios
de las urbes españolas apoyaron a los socialistas en este proceso.
El PSOE se proyectó en repetidas ocasiones como la
izquierda posible, como el voto útil, moderado pero reformista, frente al
romanticismo del PCE y de IU. De esta manera hegemonizaron los socialistas el
espectro político de la izquierda sociológica. Esta coalición urbana,
modernizadora y democrática, joven, renovadora, plena de artistas, hombres de
la cultura, intelectuales, cuadros medios, funcionarios, brindó repetidos
triunfos electorales al PSOE y a Felipe González entre 1982 y 1993.
Había regiones determinantes en esta coalición.
Debemos empezar con Andalucía, empobrecida, marcada por el latifundio, con una
larga tradición de luchas. De Sevilla procedía el nuevo liderazgo sociata.
En segundo lugar es necesario mencionar a Extremadura. En tercer lugar debemos
referirnos al peso específico, cualitativo, de los cuadros urbanos de la progresía madrileña.
El otro gran pivote de esta coalición era el Partido
de los Socialistas Catalanes (PSC). El socialismo había encontrado un
particular equilibrio entre el centralismo franquista y las reivindicaciones de
los nacionalismos periféricos. Era el mismo PSC de hecho una coalición
progresista con un proyecto modernizador que equilibraba un catalanismo
moderado con un socialismo democrático. El PSC se convirtió también en un eje
vertebrador del sistema político catalán, en su particular vínculo con el
régimen constitucional español de 1978.
¿LA AGONÍA?
Esta coalición social empezó a debilitarse a partir
de 1993. Durante los últimos tres años del gobierno de Felipe se elevó la
tensión y se resquebrajó la base social que el PSOE había construido desde los
años ochenta.
Es en ese contexto que llega el gobierno de José
María Aznar (1996-2004) con otro programa de reformas, de liberalización
económica, de recuperación del empleo, pero también con el quiebre de grandes
consensos sociales y políticos que se habían generado desde los Pactos de La
Moncloa.
El Partido Popular (PP) había tenido también su
particular evolución. Como artefacto político funcionó para integrar a diversos
cuadros del franquismo en el sistema democrático y para reconciliar a las bases
sociales conservadoras que habían apoyado a Franco con el régimen de 1978.
Democratizar a la derecha española, al franquismo, fue un gran mérito del PP en
el sistema político. Con Aznar emerge también una nueva generación
conservadora, más tecnocrática y con un programa económico liberal, que
desarrollaron en sus ocho años de gobierno. El resultado de las elecciones de
1996 obligó al PP a gobernar en coalición con nacionalistas catalanes (CiU),
vascos (PNV) y canarios (CC) pero cuatro años después el resultado de una
nuevas elecciones permitió un gobierno monocolor negado a dialogar.
La emergencia de nuevas conflictos sociales y
políticos durante el gobierno de José María Aznar había contribuido a conformar
entonces nuevas coaliciones en la sociedad española. Los nacionalismos
periféricos (vasco, catalán, gallego, canario, etc.), que habían gobernado con
socialistas y populares en legislaturas previas van a resentirse bajo la
mayoría absoluta que Aznar gana en 2000. En esos últimos cuatro años el PP
intenta imponer su programa completo, incrementando la conflictividad social y
la resistencia de los partidos y movimientos nacionalistas.
EL PRECOZ ASCENSO DE ZP
La salida de Felipe González derivó en un difícil
proceso de sucesión, incluso generacional, dentro del PSOE. De Josep Borrell a
Joaquín Almunia se fue perdiendo la fortaleza de la coalición social
modernizadora y democratizadora. El triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero
parecía ser parte de esta transición dentro del liderazgo socialista, lo que
implicaba la superación de la generación de la transición democrática, y el
ascenso de una nueva generación, con otros temas y perspectivas que vinculaban
la consolidación de la democracia con la emergencia de códigos de cambio
sociocultural, de políticas de igualdad que fueran más allá del discurso
económico, integrando temas de género, de minorías excluidas, etc.
Pero lo que parecía ser un paso más en una
transición interna alcanzó precozmente la jefatura de gobierno. Tras la torpeza
del gobierno de Aznar antes los atentados del 11 de marzo de 20o4 el triunfo
del PSOE en las elecciones generales fue un cambio inesperado. Rodríguez
Zapatero llega a La Moncloa sin que se hubiera consolidado la renovación del
proyecto político del PSOE.
El gobierno de ZP estuvo lleno de luces y sombras,
con el ascenso de jóvenes socialistas a los altos cuadros del gobierno de
España, con políticas de ruptura frente a lo concebido como tradicional, se
profundizaron políticas de igualdad, de inserción de la mujer, de
reconocimiento a la comunidad LGBTI, de integración de los migrantes, etc. Hubo
una renovación rápida en el discurso y en las políticas públicas españolas.
Pero la falta de experiencia pasó factura en algunos
temas tradicionales, como la política y la economía. El pase a retiro de la
generación de la transición fue demasiado precoz. Con políticos de alto perfil
retirándose antes de los sesenta años de edad, se despreciaron una experiencia
y un conocimiento muy útiles para la democracia española en momentos de crisis.
Bajo ZP no se construyó una nueva coalición sino un conglomerado tenso de
políticas y de agendas progresistas dentro de una plataforma diversa que aún no
había cuajado por completo.
Estas limitaciones cobraron su factura cuando llegó
a España el impacto de la crisis económica mundial de 2008, que se expresó en
la crisis del ladrillo, y el derrumbe del sector de la construcción. Los
orígenes de la crisis española son previos al gobierno de ZP, y deriva de
decisiones tomadas por Aznar para liberalizar las tierras, pero la evasión de
la profundidad de la crisis durante la gestión de Rodríguez Zapatero contribuyó
a la derrota socialista en 2012 y al ascenso de los populares con Mariano
Rajoy.
Por otro lado, es clave mencionar el nuevo papel que
los nacionalismos periféricos, frente las limitaciones del nacionalismo
español, han jugado en este proceso. Durante la gestión de ZP pareció dejarse
atrás la violencia política en el País Vasco, lo que representa un gran avance
de la democracia española. Pero las dificultades de los socialistas en Cataluña
apenas habían comenzado, pronto el PSC iniciaría su derrumbe al perder su
capacidad de manejo del equilibrio entre la política catalana, que viraba hacia
el independentismo, y política que se dirigía desde Madrid.
LOS INDIGNADOS Y LA CRISIS DEL PROYECTO DEMOCRÁTICO
Para el año 2011 ya era imposible eludir que la
crisis económica había llegado a España, convirtiéndose en una profunda crisis
hipotecaria, la “crisis del ladrillo”. Las presiones de la Unión Europea sobre
España se incrementaron, las exigencias de austeridad presupuestaria, lo que
implicaba importantes recortes en materia de gasto social del Estado, se
convirtieron en temas de debate público cotidiano. Los desahucios contra la
población vulnerable, el aumento del desempleo, con más énfasis en el juvenil,
incrementaron la conflictividad social y política.
El 15 de mayo de 2011 una plataforma diversa de
movimientos sociales y organizaciones inició un conjunto de movilizaciones en
varias ciudades españolas, trayendo consigo la aparición de nuevas
reivindicaciones sociales con un discurso contra el status quo de la política y
de la economía española, una retórica antiestablishment que caló profundamente
en varias capas de la sociedad española, con mayor énfasis en quienes habían
sufrido lo peor de la crisis, jóvenes, pensionados, articulado rápidamente por
las redes sociales, con conexiones con el mundo académico. Acá se estaba
armando una nueva coalición social crítica frente a las elites tradicionales,
también frente a la institucionalidad democrática española y europea. El
Movimiento 15M nace de las entrañas de esta propuesta, aquí están los
antecedentes de Podemos.
La presión de la famosa troika sobre el gobierno
español arreció. El 23 de agosto de 2011, el Jefe de Gobierno promueve la
realización de una reforma constitucional para incluir en la Carta Magna
española el tema de los equilibrios presupuestarios y la limitación a los
déficits públicos. Fue votada esta reforma tanto por el PP como por el PSOE,
contando además con el apoyo de la Unión del Pueblo Navarro (UPN). Al contar
con un apoyo abrumador en la cámara no necesitó llevarse a referéndum la
reforma.
Este es el ambiente con el que me encontré en España
entre 2011 y 2012. Un descrédito profundo contra la elite política tradicional
por parte de los más jóvenes, un desprecio también contra la Transición
española y contra la institucionalidad democrática que se había logrado
construir desde 1978. El discurso del regeneracionismo antipolítico y
antipartido crecía como la verdolaga entre los jóvenes que no conseguían una
perspectiva de futuro. Como venezolano no pude dejar de percibir en ese
discurso analogías con el que existió en la Venezuela de los años 80 y 90. Más
de tres décadas después de su transición a la democracia se estaba viviendo un
proceso de crisis de legitimidad del sistema democrático español.
El gobierno de ZP estaba en una prolongada agonía.
La campaña de Alfredo Pérez Rubalcaba, de los mejores representantes de la
vieja guardia del PSOE, cargaba con un fardo muy pesado. Quedaba
fundamentalmente por hacer una política de control de daños para evitar que la
crisis arrastrara a todo el PSOE hacia el desastre. Luego tendría que venir la
renovación.
Las elecciones de 2012 le dieron una holgada
victoria a Mariano Rajoy y al Partido Popular, pero detrás de las urnas
electorales se venía conformando un amplio movimiento social que tensaría los
límites de la democracia española. El gobierno de Rajoy puso en ejecución todo
el proyecto de austeridad fiscal impulsado por la troika de la Unión Europea.
La reducción del gasto público, los recortes afectaron a toda la sociedad
española. A pesar de la recuperación económica, e incluso de la recuperación de
la capacidad de la economía española para generar empleo, el daño social
parecía profundizarse en determinados grupos vulnerables, lo que rápidamente
pasó a trasladarse a la emergencia de una nueva política. La crisis tuvo una
capitalización política y social, un conjunto de plataformas ciudadanas empezó
a abrirse paso entre los partidos políticos, frenando desahucios, construyendo
nuevas redes.
SIN “CAFÉ PARA TODOS”
En Cataluña se vivía un drama muy específico. Los
nacionalismos periféricos tenían un lugar privilegiado en el entramado
constitucional español. El “café para todos” del Estado de la Autonomías
pretendía distribuir los beneficios entre todas las comunidades autónomas, el
sistema electoral favorecía la representación de los partidos nacionalistas
periféricos (como Coalición Canaria, el Partido Nacionalista Vasco, Convergencia
i Unió, ERC, etc.), por encima de partidos con más votación pero repartidos en
todo el territorio español (como el PCE y luego IU). Tanto PSOE como PP
pactaron en repetidas ocasiones con los nacionalistas para fortalecer su
gobernabilidad.
Pero la crisis también rompería este equilibrio,
fortaleciendo una nueva emergencia del catalanismo independentista. Una vez que
la política catalana gira hacia el independentismo las tensiones empezaron a
corroer al Partido de los Socialistas Catalanes (PSC). Incapaz su dirigencia de
manejar la tensión entre Madrid y Barcelona empieza a perder su influencia
regional, perjudicando fuertemente a todo el PSOE, quien perdería su baza
catalana. De ser el principal partido termina descendiendo al quinto lugar. Esta
misma deriva llevaría a la ruptura de Convergencia i Unió (CiU) y a un
fortalecimiento de la ERC y de la CUP. Pero, a efectos del presente análisis,
el impacto central deriva del derrumbe del PSC.
LOS ACTORES DE LA RUPTURA
Podemos apareció en escena en las elecciones
europeas del 25 de mayo de 2014, colándose con 5 escaños. Manejando un discurso
contra el establishment político español, una dicotomía que oponía a los de
abajo contra los de arriba, los excluidos contra los incluidos, los de fuera
contra los de dentro, que contribuyó a capitalizar el descontento con una
estrategia de marketing muy efectiva y una organización creciente.
Sostiene un discurso de ruptura con el régimen
político democrático que se inició en 1978, insistiendo en repetidas ocasiones
en una lectura negativa del proceso de Transición, de los pactos y acuerdos que
dieron paso a la democracia en España. Ese rechazo a los acuerdos políticos se
corresponde también a una actitud crítica contra la institucionalidad política
liberal y la deliberación plural, más allá de la teatralidad de la tertulia
televisiva.
Con cuadros provenientes, en primera línea y en un
primer momento, del mundo académico, con amplia presencia de profesores de la
Universidad Complutense de Madrid, supieron aglutinar la base sociológica de
los indignados, y del Movimiento 15M, que se había lanzado a las calles tres
años antes.
Ha sido un movimiento pragmático en sus alianzas,
tanto para financiarse como para proyectarse, sin tener escrúpulos de buscar
recursos del régimen autoritario venezolano como para conseguir un canal en
alianza con el régimen islámico de Irán.
Asimismo, ha construido redes de alianzas locales y
regionales, manejando un discurso ambiguo frente a temas complejos, mientras se
conecta con coaliciones de ciudadanos que manejan dicotomías similares. Así, a
pesar de no participar directamente en las Elecciones Municipales de 2015,
supieron cosechar resonantes éxitos de sus “aliados” o compañeros de ruta en
Barcelona, con Ada Colau, y en Madrid, con Manuela Carmena, entre algunas otras
importantes.
En algún momento quiso evadir la dicotomía
izquierda-derecha para consolidarse como fuerza anti status quo en la más
fructífera de abajo-arriba, pero decidió emplear una identidad
“socialdemócrata” para absorber el espectro sociológico de la izquierda. La
alianza con Izquierda Unida termina con configurar este perfil.
El otro nuevo actor es el movimiento Ciudadanos.
Tuve oportunidad de conocerlos como partido político catalán en 2011 y 2012. En
Cataluña el movimiento Ciutadans (C’s) asumía una posición de centro, moderado,
que defendía que la identidad catalana existía dentro de la identidad española,
y no en oposición a ella. Defendía la educación en castellano al mismo nivel
que la que se realizaba en catalán. Estas políticas eran calificadas de
“derecha” por una parte importante de la opinión pública catalana.
Ciudadanos estuvo cerca de construir una alianza con
la Unión, Pueblo y Democracia (UPyD) de Rosa Díez en elecciones previas, en un
intento de crear un nuevo centro político que rompiera la polarización española
entre el PP y el PSOE. La incapacidad de construir esa alianza y la proyección
de Ciudadanos hacia toda España terminó de sentenciar la decadencia de UPyD.
Con Albert Rivera a la cabeza Ciudadanos ha tratado
de configurarse como una fuerza del centro político, abierta a alianzas tanto
con el PP como con el PSOE. Su resultado electoral estuvo muy por debajo de lo
que las encuestas proyectaban. Al parecer el electorado popular, del que
parecía alimentarse, se nuclea en las coyunturas electorales, más allá de los
escándalos de corrupción.
MÁS ALLÁ DEL SORPASSO
Las elecciones de diciembre de 2015 dejaron abierto
un escenario inédito en la democracia española. De un sistema bipartidista sui
generis, por la presencia de los partidos nacionalistas como recurrentes
aliados, se pasó a un escenario con cuatro partidos fuertes, pero con grandes
dificultades para constituir gobierno.
El Partido Popular, a pesar de haber perdido muchos
escaños y votos, parece encontrarse en relativa comodidad como primera fuerza,
aunque no pueda formar gobierno. Lo más probable es que el 26 de junio sea la
fuerza más votada, contando con un electorado más leal, teniendo el control de
su espectro político y de su base sociológica.
Lo que hay que tener claro es que la pelea del
domingo es por el electorado progresista español, por la base sociológica de la
izquierda, es allí donde las mutaciones están ocurriendo con rapidez. Los
cambios en ese espectro pueden tener un impacto decisivo en el sistema
democrático español.
Parece ser Podemos, ahora en alianza con Izquierda
Unida, la más importante amenaza para el sistema, justamente amenazando con
desplazar al PSOE del segundo lugar. En las elecciones de diciembre el avance
de Podemos se realizó a expensas del electorado tradicional del PSOE. Los
socialistas quedaron desplazados por Podemos entre el electorado urbano de las
principales ciudades, así como entre los sectores más jóvenes, de donde se
reclutan los principales cuadros de los partidos progresistas.
Pedro
Sánchez (PSOE) se encontró en un difícil predicamento luego de las elecciones
de diciembre. Podemos se estaba comiendo su electorado desde abajo. Eso
determinaba el margen de maniobra de Pedro Sánchez. Si apoyaba en Rajoy en una
gran coalición como la alemana, podía terminar como el PASOK griego, perdiendo
toda su base electoral a manos de su competidor de izquierda. Pero lo mismo
podía ocurrir si se aliaba con Podemos contra Rajoy. Intentó Sánchez
infructuosamente construir alianzas a tres a su alrededor, incorporando a
Ciudadanos. Pero fue infructuoso. Se hizo inevitable una nueva elección.
Claramente
el objetivo a corto plazo de Podemos no es derrotar al PP ni sustituir a
Mariano Rajoy en La Moncloa, sino desplazar al PSOE en el electorado de la
izquierda española. La alianza con Izquierda Unida apunta en esa dirección. De
lograr el sorpasso solo sería cuestión de tiempo para que Pablo Iglesias
gobierne España desde La Moncloa.
El
ascenso de Podemos puede convertirse en el inicio del fin del régimen
democrático derivado de la Transición. A pesar de que ha insistido últimamente
en mostrar un perfil socialdemócrata su programa económico no es claro, aunque
parecen reivindicar las reformas iniciales de los griegos de Syriza, así como
muestra admiración por el régimen venezolano.
En
manos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se encuentra la defensa de
la democracia española, de los avances que se han venido construyendo social,
política y económicamente, y también la posibilidad de avanzar en una reforma
sustancial, progresista, modernizadora, del pacto constitucional que une a los
españoles. En materia de la reforma del Estado de las Autonomías ha propuesto
el PSOE la creación de un Estado Federal. La apuesta por una izquierda
responsable ha sido siempre la baza central del PSOE de la democracia. Esta es
la encrucijada en que se encuentra España. En pocas horas veremos hacia donde
se dirige la voluntad de los españoles.
Sobre
España escribo desde el afecto, desde la cercanía, por las relaciones
históricas que nos vinculan de ambos lados del Atlántico. Quienes luchamos por
la democracia somos compañeros donde quiere que estemos. Permaneceremos
pendientes.
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