Las elecciones son el
principio y el fin del chavismo. Las aceptaron porque el comandante las podía
ganar, según las arrolladoras encuestas del principio, y porque podían
manipularlas después, pero no forman parte de su proyecto de dominación. A los
golpistas no les interesa la consulta de la soberanía popular. Por eso son
golpistas. Por eso hacen operaciones sigilosas. Es la única manera que tienen
para llegar al poder. Así le madrugan a la sociedad.
Aunque no forman parte de
su repertorio natural, las pueden adoptar en la medida en que les funcionan,
pero llenos de desconfianzas y prevenciones. Saben que apenas les sirven cuando
los favorecen debido a la señal de los pronósticos, pero también sienten que
son como la arena que se escurre de las manos debido a ligeros movimientos y
mucho más cuando el viento sopla con fuerza. Si no existieran, para el chavismo
sería una bendición del cielo.
Las elecciones también son
el principio y el fin de la democracia. Aquí en Venezuela son una herramienta
popular para la toma de decisiones desde 1946, cuando se pone en práctica el
voto universal, directo y secreto de la ciudadanía. También permiten, ya se
sabe, pésimas escogencias a través de las cuales se abre la fosa de lo que al
principio fue un auspicioso nacimiento. Independientemente del rumbo torcido o
acertado que ellas puedan determinar, se establecieron como un mecanismo
legítimo de decisión con un arraigo suficiente como para convertirse en fórmula
compartida mayoritariamente y en salida eficaz de los entuertos públicos. Desde
el golpe contra Medina Angarita no se concibe otra manera de participación,
primero a escala nacional y más tarde en diversos procesos de selección en
jurisdicciones regionales y locales. Las elecciones no solo han cumplido su
trabajo inmediato en torno a la alternancia de los mandatarios y de la representación
en cuerpos deliberantes, sino también una posibilidad medular de rectificación.
De otra manera no se hubiera sostenido la cohabitación iniciada a partir del
derrocamiento de Pérez Jiménez.
En el predicamento del
chavismo, esto de las campañas electorales y de la búsqueda de los votos fue
una piedra tragable porque servía para el camuflaje de una cuartelada que podía
darse el lujo de pensar en opiniones ajenas y en escrutinios que serían
favorables de todas todas, pero lo mismo pasa cuando el golpismo, además de
golpismo, es “revolucionario”. La “revolución” se tragó lo electoral porque fue
el pecado original de sus inicios, cuando salió de las tanquetas sin gasolina y
de los aviones sin paracaidistas a topar con los peces del río revuelto que esperaban
el anzuelo más atractivo. La “revolución” pescó porque la carnada funcionaba y
porque los peces mordían sin pensarlo mucho. De allí su concesión electoral. De
allí su afición a un desfile de consultas que tenían la victoria garantizada.
Era como pelear sin bayonetas ante la dormición de las masas, gracias a cuyo
favor se podía anunciar el portento universal de una “revolución” que
consultaba a los electores y que, para demostrar su apego a los principios
democráticos, podía darse el lujo de dejar que el ejército rival conservara
algunas plazas. Jamás un golpismo hecho “revolución” pudo proclamar, a través
de la historia universal, la existencia de un injerto entre autocracia y
consentimiento popular.
Sin embargo, ¿cómo hacer
cuando las elecciones dejan de ser un subterfugio comparable con un tiro al
piso?, ¿cómo hacer cuando el pueblo se toma en serio las elecciones, según
sucedió en 1946 y en 1958?, ¿cuando se comprueba que lo electoral no es un
formulismo de rutina, sino una toma de conciencia ante cuya disposición solo
queda despedirse del teatro? El chavismo no puede negar el mecanismo que antes
se tragó porque no tenía otra opción aceptable, pero a cuyos beneficios se
aferró en los buenos tiempos. No lo puede borrar de la faz de la república, sin
quitarse la careta gracias a la cual ha pretendido ocultar su esencia
autocrática. Tiene una muleta para mantenerse en su farsa: el CNE. No solo lo
inventó para el triunfo, sino también para el infortunio. No solo lo fundó para
que cantara los números clamorosos de la victoria del comandante, sino también
para que evitara escrutinios distintos.
26-06-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico