Por Nelson Rivera
―Queremos comenzar por su
visión del actual estado de cosas en Venezuela. ¿Qué ve, qué siente, qué le
resulta inquietante?
―Hace unos meses escribí una
etiqueta en Twitter para protestar ante la trágica situación de escasez de
medicamentos que ha provocado tantas muertes en nuestro país. Muy pronto recibí
un reproche de un seguidor que consideraba excesiva la etiqueta #GenocidioSanitario.
Defendí mi intuición inicial con la verificación de lo que Naciones Unidas
sanciona respecto a lo noción genocidio. Cuando me dispongo a responder este
cuestionario siento la mirada fija del niño Oliver Sánchez con su tapabocas,
delante de un piquete policial, enarbolando una pancarta con la frase “Quiero
curarme”, seguida de dos palabras, Paz y Salud. Oliver Sánchez falleció apenas
dos semanas después de su humilde reclamo. ¿Cuántos Oliver, pequeños o grandes,
mueren cada día frente a la indolencia de un gobierno cuya tarea diaria es
engrasar su artillería verbal de lucha contra el imperio (sic) y desperdiciar
enormes recursos en adquirir tanques y aviones de combate?
Un país a la deriva, una
mafia enquistada en el poder embolsillándose los dineros públicos como bandas
de delincuentes en su guarida pero enarbolando un falso y cínico discurso de
redención de los pobres es el panorama que veo enfrente. Con inquietud
creciente cada día me perturba la demencial beligerancia de la casta militar en
la vida venezolana e increíble facilidad con la que se habla de la inminencia
de un golpe militar.
Esperanzado como estoy (y
trabajo por ello) en una mejor Venezuela, a pesar del gran logro que
significa la plataforma de la Mesa de la Unidad Democrática, siento también
inconsistencia en la clase política opositora para superar intereses
particulares partidarios para encarar colectiva y unitariamente la salvación de
la república.
―Un tema, cada vez más
presente en las preocupaciones venezolanas, es la cuestión de la violencia y el
modo en que viene ocupando espacios en la sociedad. ¿Venezuela tiene
posibilidad de realizar un cambio político sin recurrir a la violencia?
―A pesar de que ciertamente
los nubarrones de la violencia oscurecen el cielo venezolano, del incremento de
la violencia criminal y de los erráticos e improvisados operativos policiales
para “combatirla”, de la tortura a los presos políticos, de la violencia en el
lenguaje y de la violencia institucional que conspira contra el mandato
popular, ciudadano, me resisto a pensar en una salida violenta a la grave
crisis que vive Venezuela.
El camino más transparente,
menos traumático y democrático lo conoce el gobierno: no interfiriendo la
realización del referendo revocatorio establecido en la Constitución.
Venezuela no merece que un
individuo tan necio y escasamente equipado intelectualmente como Nicolás Maduro
la empuje por el sendero doloroso de la violencia.
―De forma recurrente, hay
personas que se preguntan si la sociedad venezolana ha aprendido algunas
lecciones de los padecimientos de estos últimos años. ¿Hemos aprendido o
todavía podríamos ser una sociedad frágil ante la tentación populista?
―Toda sociedad es vulnerable
a las promesas de redención de inesperados outsiders que irrumpen en la arena
política aparentemente incontaminados de los defectos que se atribuyen a la
elite dominante. Véase el caso alucinante de Donald Trump en los Estados
Unidos. O de Podemos en España. Ciertamente, la condición de país petrolero nos
hace más propensos a caer en tentaciones populistas. Pero viendo los
testimonios desgarradores de los padecimientos de gente humilde en las colas
para conseguir alimentos o medicinas, confío en que esta dura realidad pueda
servir como un antídoto para estar más alertas a las alucinadas y redentoras
promesas populistas que representó el chavismo desde sus orígenes. Asimismo,
pienso que la interrogante podría ampliarse al indagar si los dirigentes
políticos, también, han aprendido la lección.
―Queremos preguntarle por la
idea de fracaso. ¿Cabe establecer una relación entre Venezuela y el fracaso? De
ser así, ¿qué fracasó, qué salió mal?
―De toda evidencia ha
fracasado el modelo populista autoritario chavista. Promovido desde 1999 por el
ahora ausente líder carismático, Venezuela padece hoy el gangsterismo político:
el dominio de una mafia apertrechada en los poderes públicos para torcer la
voluntad popular. Sin duda puede hablarse de un estado fallido. Ha sido muy
dañino para el país que los venezolanos dieran la espalda a sus compromisos con
lo público. El fracaso que colectivamente podemos asumir ha sido la incapacidad
de construir ciudadanía, una ciudadanía para la democracia. Mantener la ilusión
de que Venezuela es un país rico nos ha hecho mucho daño.
Pero el país Venezuela, su gente,
está allí. Un venezolano dirige hoy el célebre MIT (el Instituto de Tecnología
de Massachusses), dos cineastas han ganado recientemente el León de Oro de
Venecia y la Concha de Oro en dos de los más acreditado festivales mundiales de
cine. Venezolanos copan cargos de prestigio en muchas universidades. Nuestros
chef, músicos, historiadores, destacan en la vanguardia a nivel mundial. La
triste y algunas veces trágica inmigración ha hecho que muchos compatriotas
tengan maravillosos logros en países extranjeros. Por concepto alguno hemos
fracasado del todo. Fracasó una élite falsamente ideologizada.
―El tema del posible papel
de los intelectuales en la vida pública, sigue siendo debatido. ¿Cómo valora
Usted la actuación, en términos generales, de los intelectuales en los últimos
años? ¿De qué modo, si es que ha ocurrido, ha impactado la polarización en la
actividad de los intelectuales en Venezuela?
―Asumiré como “los últimos
años”, desde diciembre de 2007 cuando la ciudadanía derrota en las urnas la
propuesta de Hugo Chávez de un modelo político contrario al espíritu y letra de
la Constitución. Desde ese momento la deriva del gobierno fue claramente el
sendero del populismo autoritario y la actuación de los intelectuales no fue
inmune a las consecuencias de la polarización como política de Estado.
La polarización es un corset
al pensamiento.
Los intelectuales
partidarios del gobierno, convertidos en los intelectuales “orgánicos” del
régimen, renunciaron a pensar, se sometieron dócilmente al modelo de la lógica
castrense que impera en el chavismo: disciplina, obediencia y
subordinación.
Desde la esfera crítica al
populismo autoritario chavista, si bien, globalmente es difícil escapar a la
mediocridad que impone la polarización, han sido numerosos los espacios desde
donde no solamente se ha enfrentado al gobierno sino ofrecido una reflexión
para entender el drama social, político, cultural que nos aqueja. La
persecución sistemática y la criminalización de la opinión ha dejado honda
huella. Y como en todo régimen de impronta totalitario se ensancha esa área
gris donde o bien se renuncia a pensar o, simplemente, se calla. Y cómo dice el
refrán popular, quien calla otorga. Una calificada representación de la
intelectualidad venezolana sigue fiel a los principios de la libertad,
pluralidad del pensamiento, virilidad, al reconocimiento al otro.
―¿Cuál es, en su criterio,
el estatuto actual de la polarización política en Venezuela? ¿Se mantiene, ha
cambiado?
―La polarización se mantiene
porque es una política de Estado.
Creo no obstante que la
verborrea interminable, necia y cursi de Nicolás Maduro actúa como un bumerang
que está haciendo bastante mella en el gobierno. En el seno de la plataforma de
la unidad democrática toma cuerpo la comprensión de que un país no son dos
mitades y en consecuencia la necesidad de articular una política que hable al
país en su conjunto. Urge una estrategia de pedagogía política en el seno de la
población opositora para que pueda apreciarse que hablar de reconciliación no
es un pecado mortal, una capitulación y, mucho menos, una necedad.
―Se afirma, incluso con
soporte en estudios de opinión, que en la mayoría de los venezolanos está
presente, con fuerza, un deseo de cambio. ¿Podría intentar describir ese deseo
de cambio? ¿Tiene Usted idea o intuición del cambio al que aspira la mayoría de
los venezolanos?
―Las encuestas dicen que los
venezolanos quieren salir a las calles y que no los maten; las madres desean
que cuando sus hijos salen de fiesta regresen vivos. Que cuando vas al supermercado
encuentres los alimentos; que cuando vas a la farmacia consigas las medicinas.
Que los jóvenes que han sido literalmente expulsados del país quieren regresar
cuando “esto” cambie. La mayoría de los venezolanos entiende que el cambio que
se ausculta en las encuestas es el cambio de gobierno. Intuyo que el cambio al
que aspira la mayoría de los venezolanos está relacionado con el imperativo de
derrotar el populismo autoritario chavista para recuperar espacios mínimos de
vida civilizada.
―La experiencia de procesos
en otros países demuestra que la transición demanda de cierta disposición al
entendimiento y a la reconciliación; de ciertos sacrificios; de ciertas
energías distintas a la de la confrontación. ¿Cómo evalúa Usted la
disponibilidad de estos y otros elementos para una posible transición en
Venezuela?
―Insisto en que es urgente
una estrategia de pedagogía política en el seno de las mayorías opositoras que
libere al vocablo “reconciliación” de toda carga negativa de entrega, de
claudicación, de impunidad.
Del mismo modo, en el mismo
sector oficialista se entiende que el modelo autoritario populista de Hugo
Chávez hoy representado por Maduro no tiene vida. Deben entender igualmente que
asumir una actitud favorable a la “negociación” no significa entrega ni
claudicación. Aunque polémico, la experiencia histórica enseña que las
transiciones comportan un cierto nivel de “impunidad”. Una única certidumbre:
“dos mitades no hacen un país”.
―Una última pregunta:
¿tienen los intelectuales alguna asignatura pendiente con el país? ¿Falta
alguna contribución decisiva?
―Los intelectuales no
pueden, o en todo caso no deben renunciar a su condición existencial que es el
pensamiento. Sin pretender ser los faros que en algún momento de la historia
se les ha atribuido, luego de la mediocridad impuesta por la polarización,
hay que manifestar y confrontar en la esfera pública las visiones de la
Venezuela que queremos construir. Los excesos del populismo autoritario
chavista han hecho mucho daño no solo en la economía sino en el tejido social
venezolano. La contribución de los intelectuales no solo es esencial para el
diseño de la Venezuela posible sino en el compromiso compartido de su
materialización. Organizar el pensamiento para orientar la acción.
28-06-16
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