Por Alejandro Moreno
En las décadas de los años
sesenta y setenta, estuvo en boga en psicología el conductismo skinneriano,
centrado en el control de la conducta de los organismos mediante modificaciones
del ambiente en el que esa conducta se ejecuta. Para Skinner, su autor,
organismos eran desde las palomas, objetos de sus experimentos en laboratorio
hasta las personas. Su teoría, dicho en términos muy sencillos y concisos,
sostiene que la conducta de un organismo es producto del ambiente por
ella modificado cada vez que es emitida. Esos cambios tienen uno de estos
dos efectos sobre la misma conducta: o la mantienen e incrementan o la
disminuyen y hasta la extinguen. El primer tipo de efectos es llamado
reforzador y el segundo, estímulo aversivo.
En realidad el reforzador refuerza
si resulta positivo, satisfactorio de hambre, por ejemplo, para el organismo, y
el estímulo aversivo, debilita si es experimentado como negativo, doloroso
pongamos por caso. Aplicando mediante técnicas adecuadas uno u otro efecto al
comportamiento del organismo, esto es, manipulando su ambiente, se obtiene en
laboratorio que una paloma llegue a jugar bowling o pueda dirigir un
avión-bomba en una guerra sustituyendo a los famosos kamikazes japoneses sin la
pérdida de sus pilotos. Aplicada a los seres humanos, esta teoría puede
responder, supuestamente, a una pregunta importantísima para quien ejerce cualquier
tipo de poder, especialmente el político: ¿Cómo hacer para que la gente haga lo
que queremos que haga?
Surge de aquí la ingeniería
de la conducta, luego ingeniería social, como respuesta.
En 1987, unos psicólogos
asesoraron al gobierno en Tailandia contra los insurgentes con propuestas de
este tenor: la comida es el reforzador más eficaz para controlar la conducta de
un organismo; si ésta abunda libremente, no se la puede manipular, pero si se
queman las cosechas, el reforzador comida puede estar en manos del gobierno. El
propietario de los refuerzos, es dueño de la conducta. Quemadas las cosechas,
el gobierno puede administrar la comida a la gente de acuerdo con la conducta,
adecuada a los deseos del poder o inadecuada, que ejecute.
Quemada ya toda comida en
Venezuela, el régimen, distribuye, mediante los CLAP, ese refuerzo según que la
gente haga o no lo que él quiere. Por fortuna las técnicas no resultan de hecho
tan eficaces como dice la teoría, por una parte, y, por otra, los humanos somos
algo más que simples organismos.
¿Si fracasa el control
positivo, a cuál otro recurrirá? ¿Aplicará el control más aversivo extinguiendo
conducta y organismo a la vez?
ciporama@gmail.com
28-06-16
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