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jueves, 23 de junio de 2016

CLAP, CLAP, CLAP


Por Federico Vegas


Los idiomas nos ofrecen sorpresas inesperadas cuando los comparamos. Y no me refiero solo a una maestría en Literaturas Comparadas, dedicada a examinar los clásicos de distintos países, sino a los errores que ocasionan las similitudes de los llamados “falsos amigos”, esas palabras de dos idiomas que escribiéndose o pronunciándose igual tienen significados diferentes.

Entre el italiano y el español se dan casos muy divertidos, como “burro”, que para nosotros es un animal y para los italianos una apetitosa mantequilla; o “largo”, que para los italianos significa “ancho”; o “pasto”, que para nosotros es comida de vacas y para ellos de gente.

El ejemplo de “falsos amigos” que voy a explorar no incluye una palabra de uso arraigado entre nosotros, sino un término que el gobierno acaba de inventar y pretende imponernos mediante una de esas combinación de siglas que se orquesta para lograr un efecto impactante gracias a un sonido fácil de recordar (y más difícil aún de olvidar), como es el caso de CLAP:  “Comité local de abastecimiento y producción”.


No voy aquí a preguntarme a quién abastecen ni qué diablos producen estos dichosos comités, sino a mostrar la manera diáfana, casi mágica, en que surgen los secretos y trampas de esta novedosa y sonora invención cuando la analizamos desde otro idioma.

En inglés, el onomatopéyico “CLAP” tiene varios significados y todos pueden resultarnos reveladores. El primero de la lista es “ruidoso”, tanto que en sus orígenes solía significar “trueno”. Fue alrededor del siglo XV cuando empezó asociarse con aplaudir o producir un sonido golpeando una palma contra la otra. En este mutuo esfuerzo que realizan ambas manos anulando sus movimientos para lograr un sonido tan pasajero como reiterativo debemos detenernos, pues constituye una precisa metáfora de lo que busca y logra el gobierno: una aplastante, paralizante y pasiva celebración.

Aplaudir tiene sus gradaciones. Una sola palmada sirve para matar un zancudo, dos para llamar la atención de un niño travieso. A partir de tres resulta una descarga deliciosa cuando brota del placer y el agradecimiento, pero se convierte en una mecánica insípida y estática cuando parte de la sumisión, de la necesidad, o del hambre pura y simple (si es que puede haber simpleza y pureza en pasar hambre). No es casualidad que los aplausos más largos y acompasados se den en Corea del Norte, auqnue no se quedan atrás las autoridades que asisten a las alocuciones de Maduro o Diosdado y celebran con mecánica obediencia y sonrisas de utilería desde sus chistes hasta sus arrecheras.

La segunda opción que ofrecen los diccionarios de los ingleses puede sonar exagerada, pero es lo que hay y alguna clave podremos entresacar de sus ardientes picazones, pues CLAP puede también referirse a algo tan universal como la gonorrea. No vale la pena extendernos aquí sobre su origen y transmisión. Algún irredento o enchufado podría argumentar que no se aplica a nuestros CLAP lo que la gonorrea tiene de infeccioso, pero sí ciertamente lo que tiene de local.

De ser cierto que le debemos a un partido de ideólogos españoles el título de esta nueva forma de repartición tan sesgada, con su desafortunada dosis de anglicismo, las motivaciones históricas serían más comprensibles, pues desde los tiempos de la Armada Invencible no se han llevado bien con los ingleses y les gusta hacerse los sordos, tanto o más que cobrar duro y en dólares.

Quizás fue un acto deliberado de genuina “mala leche” —otro ejemplo de “falsos amigos”, pues en España significa “mala fe” lo que para nosotros es “mala suerte”— y los ideólogos estarán aplaudiendo los escandalosos titulares en la prensa del Imperio:

Venezuelan crisis generates the CLAP

20-06-16




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