Por Federico Vegas
Los idiomas nos ofrecen
sorpresas inesperadas cuando los comparamos. Y no me refiero solo a una
maestría en Literaturas Comparadas, dedicada a examinar los clásicos de
distintos países, sino a los errores que ocasionan las similitudes de los
llamados “falsos amigos”, esas palabras de dos idiomas que escribiéndose o
pronunciándose igual tienen significados diferentes.
Entre el italiano y el
español se dan casos muy divertidos, como “burro”, que para nosotros es un
animal y para los italianos una apetitosa mantequilla; o “largo”, que para los
italianos significa “ancho”; o “pasto”, que para nosotros es comida de vacas y
para ellos de gente.
El ejemplo de “falsos
amigos” que voy a explorar no incluye una palabra de uso arraigado entre
nosotros, sino un término que el gobierno acaba de inventar y pretende
imponernos mediante una de esas combinación de siglas que se orquesta para
lograr un efecto impactante gracias a un sonido fácil de recordar (y más
difícil aún de olvidar), como es el caso de CLAP: “Comité local de
abastecimiento y producción”.
No voy aquí a preguntarme a
quién abastecen ni qué diablos producen estos dichosos comités, sino a mostrar
la manera diáfana, casi mágica, en que surgen los secretos y trampas de esta
novedosa y sonora invención cuando la analizamos desde otro idioma.
En inglés, el onomatopéyico
“CLAP” tiene varios significados y todos pueden resultarnos reveladores. El
primero de la lista es “ruidoso”, tanto que en sus orígenes solía significar
“trueno”. Fue alrededor del siglo XV cuando empezó asociarse con aplaudir o
producir un sonido golpeando una palma contra la otra. En este mutuo esfuerzo
que realizan ambas manos anulando sus movimientos para lograr un sonido tan
pasajero como reiterativo debemos detenernos, pues constituye una precisa
metáfora de lo que busca y logra el gobierno: una aplastante, paralizante y
pasiva celebración.
Aplaudir tiene sus
gradaciones. Una sola palmada sirve para matar un zancudo, dos para llamar la
atención de un niño travieso. A partir de tres resulta una descarga deliciosa
cuando brota del placer y el agradecimiento, pero se convierte en una mecánica
insípida y estática cuando parte de la sumisión, de la necesidad, o del hambre
pura y simple (si es que puede haber simpleza y pureza en pasar hambre). No es
casualidad que los aplausos más largos y acompasados se den en Corea del Norte,
auqnue no se quedan atrás las autoridades que asisten a las alocuciones de
Maduro o Diosdado y celebran con mecánica obediencia y sonrisas de utilería
desde sus chistes hasta sus arrecheras.
La segunda opción que
ofrecen los diccionarios de los ingleses puede sonar exagerada, pero es lo que
hay y alguna clave podremos entresacar de sus ardientes picazones, pues CLAP
puede también referirse a algo tan universal como la gonorrea. No vale la pena
extendernos aquí sobre su origen y transmisión. Algún irredento o enchufado
podría argumentar que no se aplica a nuestros CLAP lo que la gonorrea tiene de
infeccioso, pero sí ciertamente lo que tiene de local.
De ser cierto que le debemos
a un partido de ideólogos españoles el título de esta nueva forma de
repartición tan sesgada, con su desafortunada dosis de anglicismo, las
motivaciones históricas serían más comprensibles, pues desde los tiempos de la Armada
Invencible no se han llevado bien con los ingleses y les gusta hacerse los
sordos, tanto o más que cobrar duro y en dólares.
Quizás fue un acto
deliberado de genuina “mala leche” —otro ejemplo de “falsos amigos”, pues en
España significa “mala fe” lo que para nosotros es “mala suerte”— y los
ideólogos estarán aplaudiendo los escandalosos titulares en la prensa del
Imperio:
Venezuelan crisis generates
the CLAP
20-06-16
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