Fernando Mires 25 de junio de 2016
Con el
estrecho triunfo obtenido por el Brexit sobre el Remain los partidarios de la
primera opción, después de la euforia tropical que de modo tan poco británico
expusieron al mundo, han logrado objetivos muy diferentes a los que se
propusieron.
Hasta
antes del Brexit, el Reino Unido aparecía como una unidad nacional
pluripartidista y multiopcional. Después del Brexit aparece dividido entre dos
conceptos de nación radicalmente irreconciliables. El triunfo del Brexit
amenaza convertirse en la antesala de la división interna de la unidad estatal.
Tanto
Escocia como los católicos del Ulster al elegir la integración en la EU votaron
también en contra de la hegemonía de Inglaterra sobre el RU. Escoceses y
católicos irlandeses no hicieron más que asumir los argumentos levantados por
los populistas del Brexit pero dirigidos esta vez en contra de la propia
Inglaterra. Un regalo inesperado recibido desde Londres.
Quienes
optaron por el Brexit no entendieron que la unidad del RU está estrechamente
ligada a la unidad de Europa. Tampoco que el RU puede ser más fuerte dentro y
no fuera de la EU. En nombre de un mal entendido patriotismo han perdido la
oportunidad de convertir a su nación en líder político de Europa del mismo modo
como Alemania llegó a ser su líder económico. En vez de orientar a Europa, como
lo hicieron en el pasado, han elegido huir de ella.
Dentro
de Europa las políticas anti-inglesas del RU eran secundarias. Separado
políticamente de la UE, esas políticas se convertirán en primarias. Lejos de
haber sido liberado de un imperio, como proclama el émulo británico de Donald
Trump, Boris Jonson, el RU se convertirá en un prisionero sometido al imperio
de sus propias contradicciones
Es
preciso señalar, sin embargo, que no estamos asistiendo a la aparición de un
fenómeno puramente británico. Los ingleses hace tiempo que han dejado de ser
originales. El anti-europeísmo europeo, al igual que el británico, también ha
partido en dos la política de otras naciones. El caso más reciente ocurrió en
Austria en cuyas elecciones el candidato de la coalición pro- Europa, el verde
Van der Bellen y el ultranacionalista Hofer (FPO) repartieron la votación en
partes casi iguales. Austria se ha vuelto ingobernable. En nombre de la defensa
del estado nacional, los anti-Europa están arruinando a los estados nacionales.
La razón es simple: ningún estado nacional puede funcionar sobre la base de una
nación partida en dos.
El
llamado “efecto dominó” que según los medios publicitarios seguirá al Brexit
precede objetivamente al Brexit. En ese sentido los del Brexit, aunque no lo
quieran, son muy europeos. Ellos, visto objetivamente, no llevarán al RU a una
separación con respecto a Europa sino a una plena integración con otra Europa.
Algunos dicen, con la vieja Europa. Es cierto pero quizás es peor: se
trata de una nueva-vieja Europa.
La
alternativa que representan los anti- EU es incluso, desde el punto de vista
ideológico, más homogénea que la europeísta. Tanto en el RU como en los demás
países europeos los euro-separatistas cultivan los mismos prejuicios, los
mismos miedos, los mismos odios, las mismas adhesiones internacionales. Sus
puntos de comunión son el rechazo al “imperio” de la EU, fortalecimiento del
estado nacional, y sobre todo, cierre de puertas a la ola migratoria que proviene
desde las guerras del Oriente Medio (de las cuales el RU junto a los EE UU han
sido actores decisivos).
Desde
esa perspectiva, tanto las iniciativas del Brexit como de otros movimientos
segregacionistas, no llevan objetivamente a una separación del contexto europeo sino
a la formación de dos Europas. Se trata de un regreso al pasado pero bajo
nuevas formas.
Del
mismo modo como en el pasado reciente hubo dos Europas, una comunista y otra
democrática, hoy también asistimos al aparecimiento de una Europa dual. A
un lado, una Europa liberal, social, cosmopolita y democrática. Al otro, una
Europa reaccionaria, exclusiva, racista y autoritaria. E igual que
durante los tiempos de la Guerra Fría, la línea divisoria no solo será
geográfica. Será, además, política. Y como demostraron las elecciones del
Brexit, cruzará a cada nación de punta a cabo.
No
deja de producir cierta tristeza ver al país de los Tories y de los Whigs
transformado en el país de los Brexit y de los Remain. El empobrecimiento de la
política británica es notable. Tan notable como el otro conflicto
-absolutamente innecesario- provocado por el Brexit. Me refiero al de “los
viejos” contra los “jóvenes”. Mientras los primeros en su gran mayoría
eligieron el Brexit (es decir, no solo una vieja Europa sino una Europa de los
viejos) los segundos optaron tendencialmente por el Remain. Ese conflicto
generacional mostrado de modo muy gráfico en el referéndum, es también muy
europeo. Se da en todos los países del continente, sin excepción.
Los
viejos europeos, no solo los ingleses, tienen miedo. Pero los partidos
ultraderechistas, populistas y neo-fascistas no inventaron ese miedo. Solo lo
han politizado. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el Brexit y otros
intentos para huir de Europa son el resultado de la politización de los miedos.
Frente
a esa situación lo que sobra en estos momentos son grandes explicaciones
teóricas. Un conocido sociólogo anuncia en la TV un libro titulado “La sociedad
del resentimiento”. Otro, “La revolución de los ancianos”. Los marxistas y
post-marxistas escribirán largos tratados acerca de la contradicción que se da
entre la globalización capitalista y los estados nacionales. Por supuesto, hay
que prepararse para ver las librerías atestadas con títulos como “El fin de
Europa”, “El renacimiento del estado nacional”, “La derrota de Angela Merkel” y
otros parecidos. Ha llegado la hora de las teorías que aclaran todo sin decir
nada.
Pocos
autores tomarán nota de una realidad que confiesan los propios electores. El
90% de ellos dice haber votado por el Brexit debido al miedo que sienten frente
a “las invasiones musulmanas”. Que esos miedos provengan de personas no
afectadas por las “invasiones” no cambia en nada la impresión general. Los
electores europeos, principalmente los ancianos, tienen miedo de ser invadidos
por extranjeros. Y sobre ese miedo trabajan los partidos xenófobos, ultranacionalistas,
ultraderechistas -¿y por qué no decirlo?- neo-fascistas.
Seamos
sinceros: El Brexit no fue un referéndum para retirar al RU de Europa.
Pero sí lo fue para retirar a sirios, afganos, iraquíes, y tantos más, de las
ciudades británicas. Todo el mundo sabe que si ese referéndum no hubiera
tenido lugar en medio del estallido de la crisis migratoria, habría sido ganado
fácilmente por el Remain. De ese miedo colectivo viven los partidos xenófobos
emergentes. Las próximas elecciones (plebiscitarias o no) que tengan lugar en
los demás países de Europa, estarán marcadas por el fuego xenófobo.
El
Brexit fue concebido por sus impulsores como parte de una cruzada continental
anti-islámica. Razón suficiente para valorar a quienes optaron por el Remain.
Cuando todo trabajaba en contra lograron mantener en alto las banderas de la
razón frente a una parte de la población en declarado estado de histeria
colectiva.
No es
el momento para indagar aquí sobre las causas de los miedos. Hay que aceptar
sí, que no siempre son infundados. Las migraciones que provienen de las
zonas de guerra en el Oriente Medio han sido las más multitudinarias que ha
conocido la Europa moderna. Momento propicio para que partidos democráticos
hubiesen hecho uso de sus mejores argumentos en defensa de esos refugiados que
vienen huyendo de guerras de las cuales ni Europa y mucho menos Gran Bretaña
son inocentes. Haber recalcado por ejemplo que esos refugiados huyen
de bombardeos ejecutados por enemigos radicales de Europa como son los comandos
terroristas del ISIS, la dictadura de Siria y, en cierta medida, la Rusia de
Putin, habría hecho entrar en razón a no pocas personas. La política es
más pedagógica de lo que se piensa. La gente, cuando es explicada, entiende.
¿Cómo
explicaron en cambio los partidos democráticos la llegada de las multitudes
islámicas? Con argumentos humanitarios que no convencen a nadie o con el simple
silencio. Así, la campaña en contra del Brexit fue centrada por ellos en temas
económicos y tecnocráticos. Desde la EU, esos dos monumentos de la burocracia
internacional, Jean-Claude Juncker y Martin Schulz, no se cansaron de
repetir como autómatas las ventajas financieras que derivan de la pertenencia
de Gran Bretaña a la UE. Como si eso bastara para que los miedos de una ciudadanía
aterrada fuesen paliados.
En
otras palabras, los burocratizados partidos de centro: liberales,
socialdemócratas y social cristianos, han practicado con asombrosa rigurosidad
la política del avestruz. En lugar de enfrentar a los indudables problemas que
plantea el fenómeno migratorio, han hundido la cabeza en cifras que a la
mayoría de la población europea no dicen nada. Con ello han regalado el tema de
las migraciones a los partidos xenófobos.
Ha
llegado así la hora de los grandes demagogos. Los líderes de los
“partidos emergentes” son en su mayoría personas sin antecedentes políticos.
Algunos provienen del mundo empresarial. Otros, del periodismo, de la farándula
e incluso de la comedia. Se trata, en general, de personajes histriónicos,
imprevisibles, anárquicos. La tónica común es la prédica de odio en contra de
los políticos y la política. Todos prometen el regreso a las raíces nacionales,
a paisajes idílicos de la política que por supuesto nunca existieron, y como si
estuvieran de acuerdo unos con otros, profesan admiración a la política y a la
persona de Vladimir Putin.
El
autócrata ruso debe haberse sentido muy feliz con los resultados arrojados por
el Brexit. Como su predecesor, Stalin, sabrá servirse de una Europa
fragmentada, cerrará contratos bilaterales con gobiernos que apoyen su política
y sentará presencia en la política europea. Paso a paso, como ha sido siempre
su imperturbable línea.
No tan
lejos, el neo-dictador de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se apresta a
reconstruir el esquema básico del imperio otomano pero dejando de lado la
tentación europeísta y laicista. Luego, a liquidar para siempre la resistencia
kurda y finalmente convertir a su país en el centro hegemónico del mundo
sunita. Y todo eso sin estar sometido a ningún acuerdo internacional ni recibir
sanciones de una Europa moribunda.
Incluso
en Pekín, la dictadura capitalista-comunista que rige los destinos del grande
país, no lamentará que con la caída de la UE caigan también las barreras
proteccionistas que desde allí fueron erigidas.
En
nombre de la independencia con respecto a una UE a la cual nunca han estado
sometidas, las naciones que logren escindirse de la comunidad política abrirán
el camino a los enemigos externos de la democracia. Esa es precisamente la
distopía a evitar. Esas son las razones por las cuales todos
los demócratas del continente deberán unirse en un solo frente e impedir el
avance neo-fascista disfrazado de independentismo. Cada elección, aún la más
insignificante, será después del Brexit una batalla decisiva para el destino de
Europa. Y no solo de Europa.
En
Maastrich 1993, luego en Ámsterdam 1999, pareció cristalizar el ideal de los
padres fundadores de la Nueva Europa (Adenauer, Churchill, de Gasperi, Monet,
entre varios). Después de dos guerras mundiales y de una guerra fría que nunca
fue fría, las condiciones parecieron abrirse para el nacimiento de una
unidad geográfica, económica, cultural y política de grandes y nuevas
dimensiones. Conflictos que antes eran dirimidos en los campos de batalla
comenzaron a ser resueltos en mesas de negociaciones. Las naciones más débiles
de Europa fueron protegidas a cambio del cumplimiento de deberes destinados a ser
medidos en plazos medianos. Así, la Unión llegó a contar con 28 miembros.
Hoy la
UE es una unidad heterogénea que funciona en los ámbitos financieros y
comerciales, mas no así en los políticos. Al interior de la enmarañada
burocracia tejida en los corredores de Ginebra han ido escalando posiciones
personas muy eficientes en sus profesiones pero carentes del menor sentido
político. En ese ambiente poblado de papeles y cifras, fue naciendo la quimera
de una Europa sin enemigos.
La
incapacidad de diversos políticos europeos para reconocer a los enemigos
internos y externos de Europa ha pavimentado el camino del Brexit. Nuevos
desastres asoman en el horizonte. La mayoría de los expertos afirman que para
evitarlos la UE deberá ser sometida a un proceso de radical reformulación. Pero
se cuidan muy bien de señalar los puntos a ser modificados. Nadie se atreve a
decir una gran verdad: que nunca la UE podrá ser mejor que la política que
prima en la mayoría de sus estados nacionales.
No en
la UE sino al interior de cada una de sus naciones deberá tener lugar la
reformulación política de Europa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico