Páginas

domingo, 26 de junio de 2016

¿Puede Dios cambiar el mal que vivimos?, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 25 de junio de 2016
@rafluciani

En contextos de tanta desesperanza donde la vida parece no tener futuro ni sentido, y donde la muerte parece vencer a la vida, caben sendas preguntas sobre la realidad del mal. ¿Puede el ser humano parar el mal que vivimos?, ¿hasta dónde puede llegar su obstinación por dañar la vida de los otros? Y si el ser humano no está dispuesto a cambiar ¿puede Dios hacer algo? El mal no sólo produce un sufrimiento psíquico en los demás, como lo podemos ver a diario en tantas personas cuyas rabias y maltratos se han hecho hábito. También puede llegar a paralizarlos y convertirlos en víctimas. La Shoá nos revela que hay opciones que pueden llevarnos a un punto de no retorno si dejamos adormecer nuestras conciencias y nos entregamos al reino de la indiferencia. O, peor aún, al reino de la indolencia frente a la muerte de tantos que hoy son víctimas de secuestros y atracos, o de simple carencia de medicinas para el tratamiento de sus enfermedades y dolencias.


Toda víctima suele preguntarse ¿por qué a mí? ¿Por qué Dios lo permitió? Y si lo evita para algunos ¿por qué no para todos? Lo más usual es creer en un Dios retributivo que permite el mal como prueba de fe. Algo absurdo, al menos desde lo que nos revela la vida de Jesús. Ante la pregunta ¿dónde está Dios cuando alguien padece el mal?, Elie Wiesel responde: «tres cuellos fueron introducidos en tres lazos. “Viva la libertad”, gritaron los adultos. Pero el niño no dijo nada. ¿Dónde está Dios? preguntó uno detrás de mí. Las tres sillas cayeron al suelo. Nosotros desfilamos por delante. Los dos hombres ya no vivían, pero la tercera cuerda aún se movía. El niño era más leve y todavía vivía. Detrás de mí oí que el mismo hombre preguntaba: ¿Dónde está Dios ahora? Y dentro de mí oí una voz que me respondía: “ahí está, colgado de la horca”».

A favor de todas las víctimas

¿Cómo aceptar esto? Hans Jonas sostiene que «si a pesar del mal se quiere mantener la fe en Dios, entonces sólo queda la eliminación de alguno de sus atributos clásicos: o bien la omnipotencia, o bien la bondad suprema». El imaginario religioso actual sigue sosteniendo la imagen de un Dios omnipotente que actúa con razones ocultas y permite ciertos hechos trágicos. Incluso, considera que la compasión es algo incompatible con la justicia divina. Sin embargo, para Jesús, Dios hace lo que los poderosos no hacen: toma postura a favor de todas las víctimas y rechaza a los victimarios. Cabe la pregunta sobre la imagen que tenemos de Dios ¿Es la que nos enseñaron de pequeños y nunca cuestionamos? ¿Es la de un Dios sin rostro ni dolor? ¿Es acaso selectivo? (Cf. Regresar a Jesús de Nazaret, PPC).

El rabino Hugo Gryn contaba que «en los campamentos de concentración había descubierto a Dios, pero No el Dios de mi juventud. A ese lo perdí en los crematorios de Auschwitz cuando no hizo nada. Pero luego, cuando pude ver con claridad las distintas experiencias, entonces lo redescubrí. Y cuando miro retrospectivamente a mis experiencias y sufrimientos, y veo que aún estoy vivo, no me queda nada más a quien respetar en este mundo, sino a Dios».

El mal es causado y permitido -sea por acción u omisión- por cada uno de nosotros, por nuestra indolencia. Es fruto de un proceso de deshumanización individual que se niega a reconocer la dignidad humana del otro. Ciertamente ahí no cabe el Dios que revela Jesús sino la ceguera de quien deja de hacer el bien porque se habituó al mal. Un mal que siempre tendrá consecuencias personales en quien lo causa si no lo repara.

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico