Joschka Fischer 06 de julio de 2016
La
decisión de los votantes del Reino Unido de abandonar la Unión Europea no es un
ejemplo del humor negro británico que tanto me gusta. No es el “Monty Python’s
Flying Circus”, “Yes, Prime Minister” o “Fawlty Towers”, sino sólo Boris,
Michael y Nigel y su desastroso reality show político.
Considerando
el peso económico, político y militar de Gran Bretaña, el Brexit dejará un
enorme hueco en la UE, pero no destruirá a Europa. En estos momentos no puede
decirse lo mismo del Reino Unido. ¿Seguirá unido el país, o lo abandonarán los
escoceses e Irlanda del Norte buscará unirse a la República de Irlanda? ¿Ha
sentado el Brexit las bases del declive de una de las economías más dinámicas
de la UE y el fin de Londres como uno de los centros financieros globales?
La
retirada de Gran Bretaña de la UE es un paso del que hasta ahora no había
precedentes y que, sin duda, deparará muchas sorpresas desagradables. Hasta
ahora, con la sola excepción de Groenlandia, la UE sólo se había ampliado, por
lo que nadie sabe realmente cómo se llevará a cabo el proceso del Brexit,
cuánto tiempo tomará (en el caso de Groenlandia fueron tres años) y qué
implicaciones tendrá para Gran Bretaña y la UE.
En
cualquier caso, una cosa es segura: incluso si se lleva a cabo de la manera más
rápida imaginable, la decisión británica ha dado inicio a un largo periodo de
incertidumbre política y económica y a una preocupación de Europa con sus
propios asuntos, incluso si el mundo a su alrededor cambia radicalmente. Si las
decisiones se tomaran solamente de manera racional, los demás 27 estados
miembros fortalecerían la UE, adoptando medidas inmediatas que fueran en línea
con sus intereses para garantizar la estabilización y afianzar la integración.
Pero hay pocas esperanzas de que así sea.
Sencillamente,
son demasiado profundas las diferencias entre los estados clave de la unión
monetaria, en especial Alemania y Francia, y entre los miembros del sur y el
norte de la eurozona. Todos saben lo que hay que hacer: llegar a un nuevo
acuerdo entre el terco énfasis de Alemania sobre la austeridad y la necesidad
de los países mediterráneos de elevar el gasto para recuperar el crecimiento e
impulsar la competitividad. Pero a los líderes políticos de Europa parece
faltarles el coraje para hacerlo.
Como
resultado, no cabe esperar signos de fortalecimiento o un nuevo inicio de la
UE. Por el contrario, a pesar de las muchas afirmaciones de que las cosas
tienen que cambiar después del shock del Brexit, hay muchas señales que hacen
pensar que las cosas seguirán como hasta ahora.
Pero
las causas subyacentes al rechazo de Europa son mucho más profundas que los
actuales conflictos. La reaparición de los nacionalismos ha revivido el mito de
una época dorada de estados nacionales étnica y políticamente homogéneos,
libres de limitaciones externas e inmunes a las consecuencias negativas de la
globalización.
Escribo
esto unos pocos días antes del aniversario de la masacre ocurrida en el Somme
el 1 de julio de 1916. Parece ser que el poder desmitificador de dos terribles
guerras mundiales, que alguna vez bastó para forjar una Europa común y fundar
la UE, ya no es suficiente para sostener el proyecto de integración europea
posterior a 1945. Parece que las palabras del ex Presidente François Mitterand
en su último discurso ante el Parlamento Europeo (“Le nationalisme c’est la
guerre!”) han caído en el olvido.
Hoy el
nacionalismo está creciendo en casi todos los países europeos, y se dirige
principalmente contra los extranjeros y la UE, dos objetivos que se usaron
también en la campaña del Brexit. Sus partidarios apelaron principalmente al
mito nacionalista, mientras que a menudo quienes apostaban por la permanencia
sonaban como contables sosos y aburridos.
El
reverso de la visión positiva de Europa no solamente hace caso omiso al pasado.
Es también un síntoma del declive europeo (o, más precisamente, occidental
que), al menos en términos relativos, ha generado una profunda desconfianza en
las “elites”. Europa no está sola en este respecto: en Estados Unidos, el
probable nominado republicano Donald Trump saludó al Brexit y hace uso de
varios de los mismos recursos nacionalistas.
Para
muchos ciudadanos occidentales, entidades como la UE, no menos que el ascenso
de importantes economías emergentes como China e India, se perciben como
agentes de este declive más que como una manera de influir en los cambios de
poder a nivel global y reaccionar en función de sus valores e intereses. En
consecuencia, se busca la salvación en el estado nación. Lamentablemente, como
lo demostrará Gran Bretaña, se trata de una estrategia que equivale a poco más
que a una profecía de decadencia autocumplida.
No se
podrá hacer retroceder la marea en ascenso del nacionalismo a menos que la idea
de Europa recupere su poder visionario en positivo. Para ello será necesaria no
sólo una nueva narrativa europea (a cuya creación podría contribuir el propio
experimento de autodestrucción de Gran Bretaña), sino también una UE renovada.
Antes
que todo, se debe dejar en claro a millones de ciudadanos europeos dónde reside
el poder real de la UE: no en Bruselas ni en Estrasburgo, sino en manos de los
gobiernos nacionales. Se culpa a las instituciones de la UE de todo tipo de
problemas: la globalización, la inmigración, los recortes a los beneficios
sociales y el Thatcherismo, el paro juvenil, la falta de democracia, y muchos
más. De hecho, al impedir que la UE aborde estos problemas, los gobiernos
nacionales (impotentes para darles una respuesta eficaz por sí mismos) no han
hecho más que agravarlos.
Por
ahora, los gobiernos de casi todos los estados miembros tienen una postura
contradictoria, rechazando una mayor integración al tiempo que insisten que la
UE tiene que “cumplir”. Nadie explica qué es lo que debería cumplir, ni cómo,
sin esa mayor integración. Pero, incluso en Europa, nadie puede tener el oro y
el moro.
Puede
que todavía haya tiempo para revertir las actuales tendencias de Occidente. No
necesitamos una victoria de Trump ni de la líder del Frente Nacional, Marine Le
Pen, para saber hacia dónde lleva el nacionalismo que subyace al voto del
Brexit.
Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice
Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany’s strong support for NATO’s
intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq.
Fischer entered electoral politics after participating in the
anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in
founding Germany’s Green Party, which he led for almost two decades. Traducido
del inglés por David Meléndez Tormen.
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