Alirio Pérez Lo Presti 06 de julio de 2016
@perezlopresti
El
anecdotario de historias de vida que puede acumular alguien con mi vocación
puede ser ilimitado y asombroso, tanto, que ni se puede decir por ser tildados
de exagerados o mentirosos. Sin embargo contaré una experiencia de la cual me
enteré de primera mano por uno de sus protagonistas.
Hubo
un tiempo muy cercano en el cual los venezolanos de los más variados estratos
sociales viajaban de manera casi compulsiva por el mundo; muchos lo hacían para
conocer, pero otros para usar sus tarjetas de crédito de manera fraudulenta y
“aprovechar” para traer dólares del exterior. El término de “raspacupos” fue
acuñado a este grupo. Era uno de los últimos actos de una suerte de fiesta
colectiva en la cual muchos, ebrios por las posibilidades de “beneficiarse” de
las bondades del insólito caudal de petrodólares que recibía la nación,
trataban literalmente de raspar la olla de sus vidas.
Resulta
que una familia de cinco adultos decidió irse para Ecuador, porque la moneda de
ese país es el dólar, “raspar” las tarjetas de rigor y quedarse unos días en un
hotelito muy modesto en la capital. Se vistieron de mendigos, usando ropas
ajadas, se pintarrajearon el rostro para que pareciera que se encontraban
sucios y se iban a las calles a mendigar todos los días de ocho de la mañana a
cuatro de la tarde. Los ecuatorianos no dudaban en darle la dádiva que
solicitaban y me contó que en promedio cada uno “ganaba” cuatrocientos dólares
diarios, lo que hacía un subtotal de 2.000 dólares semanales y regresaron con
10.000 dólares en total que ganaron en cinco días, pidiendo limosnas en el país
cercano.
La
historia me la contaba uno de los venezolanos, de clase trabajadora, con título
profesional, mientras reía a carcajadas de lo que consideraba una genialidad de
su parte y de los otros miembros de su familia. La cuestión no tendría mucha
relevancia porque pudiese tratarse de un asunto particular, si no fuese porque
relatos como este o parecidos, los escucho muchas veces en boca de mis pares
venezolanos, haciendo alarde de su viveza.
Como
venezolano me cuesta dejar de ser suspicaz ante la actitud de muchos de mis
connacionales, porque esa “viveza criolla” no viene de ahora, ni de hace
décadas, sino que la arrastramos como una tara desde la conquista. Es la
tradición del pícaro del siglo XVI del puerto de Sevilla, quien concibe la vida
como una especie de escenario para la supervivencia diaria, alejado de lo
normativo y del culto al esfuerzo y apegado a lo espasmódico y lo que se
obtiene con facilidad.
Esa
visión pícara de la existencia asociada a un mesianismo embrutecedor forma dos
anclas que evitan que avancemos como conglomerado a mejores escenarios, porque
hemos sido educados de esa manera y la reversión de una forma de ver el mundo
es muy difícil de modificar. Sería asumir que lo normal es que la vida no fuese
dura sino muy dura y entender que es el esfuerzo lo que le da valor a las
cosas. Lo que fácil llega fácil se va.
¿Cómo
no pretender que el país iba a colapsar desde el punto de vista económico y
social si hasta hace poco vivíamos en una fiesta donde el derroche y las
maneras más superficiales de conducirse eran la brújula que condicionaba
nuestros actos? ¿Cómo no iba a fracasar como Estado un país en el cual sus
ciudadanos no tienen capacidad de ver hacia el futuro y predecir las más
elementales señales de que la manera como se estaba viviendo era a todas luces
anómala y ficticia? ¿Acaso el líder no es un símbolo que nos identifica y muestra
lo que somos?
El
bíblico José le dice al faraón: “Vendrán siete años en que habrá de todo en
abundancia en Egipto, pero en seguida vendrán siete años de escasez que harán
olvidar toda la abundancia anterior del país y que lo agotarán. La escasez
tremenda que sobrevendrá hará desaparecer la abundancia del país”. Pero José
aconseja al faraón “que busque un hombre inteligente y sabio para ponerlo al
frente de Egipto. Que nombre, además intendentes en todo el país que recauden
la quinta parte de la cosecha durante estos siete años de abundancia: recogerán
los víveres de estos siete años buenos y almacenarán el grano en las ciudades
donde los guardarán bajo la autoridad de faraón. De esta manera quedarán
reservas para los siete años de escasez que vendrán, y así el pueblo no morirá
de hambre”.
A todo
esto José le hace entender al faraón que por tomar estas previsiones, no hay
hombre más inteligente ni sabio que él mismo. Cuando llegaron los siete años de
sequía, según lo anunciado por José, hubo hambre por todos los países pero en
Egipto había pan y de todas partes llegaban las personas a Egipto a comprar
trigo a José ya que la escasez era universal.
Ese es
el reto del nuevo liderazgo que emerge en nuestra nación: revertir la más
funesta forma de conducirse y a través de la pedagogía propia del líder,
fomentar un anclaje en lo ético, que a fin de cuentas es la única ancla que
cimienta las bases de una sociedad con posibilidades de mejorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico