CARLOS PADILLA ESTEBAN 05 de marzo de 2017
Quiero
comenzar este tiempo de Cuaresma con la esperanza dibujada en los ojos. No son
días grises o tristes. Son días de alegría en los que quiero que mi fe se refuerce.
Quiero creer más en Dios. Más en su poder. Y quiero creer más en mí y en todo
lo que Dios puede hacer conmigo.
El
otro día leía una publicidad: “La felicidad comienza por creer en ti”. El
anuncio tenía que ver con el deporte. Hace falta mucha fe en mí mismo para
luchar en un partido, en una carrera. Fe en mis capacidades, fe en mi fuerza
interior. En la fuerza de mi alma que no me deja detenerme cuando el cansancio
me abruma.
Por
eso quiero creer más en mí para poder caminar por la vida con una mirada llena
de esperanza. Quiero creer más para no tirar la toalla al desconfiar cuando las
cosas no resultan. Creer más cuando me caigo, cuando tropiezo de nuevo con mi
fragilidad.
Creer
más para no desfallecer en medio de la dureza del desierto de la cuaresma. Y
confiar en que puedo llegar hasta al final. Quiero vivir así la vida, con
esperanza. Confiando en esa fuerza interior que Dios ha sembrado en mi alma.
Quiero
creer más en mí. Pero no quiero llegar a olvidar que soy solo barro.
Y que Dios es el que guía mis pasos.
Escribe
Juan Manuel de la Prada: “El hombre que se cree impecable no confía en
la ayuda de sus semejantes y mucho menos reclama el auxilio divino, pues
considera que Dios es una creación de débiles mentales. Y cuanto más encumbrado
está, más hundido termina en el barro. Así hemos visto desmoronarse muchos
falsos prestigios, muchas ambiciones desnortadas, muchos imperios triunfantes”.
Quiero
creer en lo que Dios ha sembrado en mi alma. Quiero creer en lo que Dios hace
con mis manos. Con mi voz. Con mis pies. Tener más fe de la que tengo. Creer en
mí pero no de forma enfermiza.
Creo
que peco más por falta de fe en mí que por exceso. Me desanimo fácilmente en
los fracasos. Dejo de pensar que hay algo bueno en mi interior. Tantas
personas sufren hoy por su baja autoestima. Dejo de creer en mí y
dejo de hacer cosas que me harían feliz. Me frustro. Me detengo a mitad de
camino.
Muchas
veces me toca acompañar a personas que han perdido la fe en sus posibilidades.
Están muy heridas.
Decía
Jean Vanier hablando de nuestra fragilidad: “Lo único que necesito es
reconocer quién soy yo y decirle a Jesús que lo necesito, a la comunidad.
Porque descubrí mi violencia, mis celos, mi miedo. No tiene importancia. Dios
es mucho más fuerte que nuestras miserias. La única cosa al descubrir la
pobreza es no encerrarse en la culpabilidad, en la depresión, en la violencia. O
bien me justifico o busco acusar. En vez de excusarme, en vez de
aceptar, acuso. En vez de volverme hacia Jesús. Y decirle que le necesito.
Hacia los hermanos y decirles que los necesito. Tengo dificultad de perdonar.
Necesito tu ayuda, tu oración. Estamos todos en camino”.
Me
gusta comenzar la Cuaresma desde esta verdad. Soy de barro. Tengo
heridas. Me frustro y acuso. Me frustro y me justifico. Y no me vuelvo a Jesús.
Pero Él es mucho más que mi miseria. Su amor es mucho más grande.
Quiero
creer en lo que hay en mí. Jesús me hace ver todo lo que valgo. Me recuerda que
llevo en mi interior un gran tesoro oculto. Me levanta de mi debilidad. Así
comienza la Cuaresma. Me reconozco ceniza, polvo, miseria. Miro cara a cara mi
verdad y creo en mí.
Creo
en el potencial que hay encerrado en una semilla en lo más hondo de mi alma.
Eso me da tanta paz… Jesús me mira en mi verdad. Y siento su beso en mi frente,
una cruz de ceniza. Jesús también cree en mí. Mira mi realidad. Se conmueve. Me
busca. Viene a mí.
Ahí
comienza mi felicidad. Cuando creo en mí y creo en Él. No sólo cuando creo en
mí. Es el primer paso, es verdad. Pero luego tengo que creer mucho en
Él dentro de mí. En su poder, en su abrazo, en su misericordia.
Jesús
cree en mí. No estoy solo en mitad de la vida, de la nada, de mi desierto. No
estoy solo para levantar como un náufrago el mundo sobre mis hombros. No estoy
solo. Tengo a Jesús, tengo a ángeles en forma de hermanos que caminan conmigo
por la vida. Me consuela pensar así. Me llena de esperanza.
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