Por
Maibort Petit,
28/02/2017
Por dos años le insistí a uno de
los hombres que mejor conoce Casigua El Cubo para que me permitiera acompañarlo
en su viaje. Suele venir a los Estados Unidos una vez al año, y cada vez que
nos vemos, me cuenta historias increíbles que ocurren en ese espacio geográfico
ubicado entre Colombia y Venezuela. A mediados del 2016, le dije que estaba
lista para viajar, pero se negó a la vez que me advirtió que la zona estaba
demasiado peligrosa, y que no me garantizaba ni la entrada ni el retorno.
Luego de una discusión, se nos
ocurrió que mi visita se hiciera a través de un Ipad, y gracias a la tecnología
satelital pude conversar con los pobladores de Casigua El Cubo en tiempo real,
vía facetime. Con el dispositivo en sus manos, José me fue mostrando cada lugar
del pueblo que lo vio nacer. Fueron tres días de trabajo. Grabamos 20 horas de
vídeo para lograr obtener la información que presentaremos en esta crónica que
pretende explicar, a través de las voces de los protagonistas, cómo Casigua El
Cubo fue secuestrado por el narcotráfico y la guerrilla colombiana.
La
llegada
Una buena parte de las calles están
llenas de arena. Un calor infernal recibe a los pobladores desde bien temprano
en la mañana. Casigua tiene una extensión de unos 5.845 kilómetros cuadrados
donde viven unos 23 mil habitantes. Es un pueblo pintoresco, donde las personas
experimentan a diario una metamorfosis, que a diferencia de la de Franz Kafka,
les ha trastocado el alma.
Ubicado al sur del lago de
Maracaibo, Casigua El Cubo es la capital del Municipio Jesús María Semprún, a
orillas del río Tarra. Cuando se camina por sus polvorientas calles se puede
apreciar las ridículas diferencias que conviven en aquel lugar terrenal que, a
veces, pareciera ser el centro del olvido. El ayer —sin embargo— permanece
plasmado en la memoria de su gente, que en su gran mayoría se resiste a la
transfiguración que trajo la guerrilla colombiana y el narcotráfico a la zona.
A lo largo de los siglos XIX y
XX, Casigua El Cubo era una zona rural, tierra de los Barí y los Yukpa, etnias
indígenas que transmutan en estos días entre el caos y el ostracismo. Por su
cercanía a Colombia, en el pueblo reina el conflicto desde hace varias décadas.
Antes de la División Político-Territorial del Zulia del año 95, pertenecía al
Municipio Catatumbo y se convirtió en un centro de negocios de segunda clase.
Tras el descubrimiento de
petróleo en los Campos West Tarra y los Manueles se potenció la economía de la
población y empezó la gran transmutación que, con los años, lo arrastró al
actual escenario donde se confunde la realidad con la fantasía y, donde la
pasmosa cotidianidad, impulsa sin desenfado a los narcotraficantes —criollos y
foráneos— a acomodarse en enormes fortalezas, llenas de lujos y caprichos, que
hacen que los menos afortunados aspiren a beneficiarse del reino del polvo
blanco, de la goma del opio. Sí, muchos de los niños y jóvenes que deambulan
por los caminos de tierra que se entremezclan con las calles recién asfaltadas
del pueblo, sueñan con ser parte de esa empresa poderosa, cuyos protagonistas
se viste con camisetas Hugo Boss y se esmeran en enviar al imperio lo mejor del
producto semitransparente que conlleva al éxtasis a millones de personas.
El primero en atreverse hablar
fue Ramón. Me adelantó que en aquella geografía delincuencial los testigos
incómodos no eran bienvenidos. Me dijo que el pueblo es una zona prohibida
donde se materializan las peores prácticas criminales. Ramón es el tío de mi
guía. Sólo sabe que Estados Unidos es una especie de meca a donde los
empresarios de la amapola se esmeran en enviar su mercancía. Tiene unos 60 años
y mide aproximadamente 1,65 metros. Siempre ha vivido en Casigua y sus viajes
se limitan a la frontera colombiana donde suele ir con frecuencia a buscar los
productos que escasean en las estanterías de las tiendas locales. Su pelo
canoso y despeinado, lucía aceitoso y maltratado por el sol. Sus manos resecas
y venosas mostraban los años de trabajo y la falta de cuidado.
Luego de recordarme unas cinco
veces que los que hablan salen acostados, refiriendo con ello que en Casigua el
miedo se impuso hace años. "Aquellos que se atreven a decir lo que ocurre
se enfrentan a una condena capital de inmediato. Aquí no se salva nadie, mija.
Hasta la alcaldesa, que es la jefa de los narcos, lleva plomo cada vez que no
cumple con su cuota". Fue así como empezamos la inusual conversación que
duró más de dos horas, bajo un árbol medio seco. José y Ramón se sentaron en
unas banquetas y bebían unas cervezas marca Regional, que consiguieron en la
choza de la esquina.
Ramón confesó que Casigua era un
pueblo tranquilo en los años ‘70. "Había trabajo, paz y la gente tenía más
confianza", acotó. Pero las cosas empezaron a cambiar para mal cuando el
gobierno de Colombia se juntó con los gringos para luchar contra las drogas y
la guerrilla empezó a pasar el río. Poco a poco, los camuflados comenzaron a
verse caminar libremente por el pueblo. Al principio cuidándose de que no
fueran advertidos pero, luego, fueron tomando notoriedad y, hoy en día, son los
dueños del lugar, los mandamás que deciden hasta sobre la virginidad de las
niñas y el cariño de las mujeres propias y extrañas.
Dijo Ramón que los guerrilleros
pasaron a ser los dueños de la ciudad. Alardean con el dinero, son generosos,
pagan buen salario y si se les garantiza fidelidad hasta te cuidan de los otros
bandos. “Se han convertido en los líderes que mandan hasta a los militares
venezolanos, que en su mayoría pasaron a ser sus empleados. Esos [la guardia
nacional] —enfatiza— sí que han aprovechado el cambio, no ves a ninguno de los
verdes sin un fajo de dólares en el bolsillo, buscando los mejores c... para
pagar fortunas por ellos. Acá mismito hay un bar donde se juntan muchos de
ellos, beben whisky del bueno, y se comen a las niñas y jovencitas, que en
oportunidades sus propios padres venden para lograr, no sólo el sustento, sino
la protección del jerarca”.
Los muchachos de 14 y 15 años
desfilan frente a los "jefes" tratando de llamar su atención. Hay
muchos que aprendieron a manejar el miedo y, alebrestados, piden sin pudor
pasar a formar parte de la mafia que les garantizará dinero fácil y emociones
adulteradas. "Y es que, ¿quién va a querer trabajar aquí por un sueldo
mínimo?. Eso ya no alcanza pa' nada. Aquí el asunto es que los reales no dan
para comer y ya la juventud no quiere trabajar como antes. Prefieren dedicarse
a traficar y a mulear. Unos se van allá en la montaña a trabajar en los
laboratorios. Cuando aprenden a hacer la mercancía ya tienen trabajo y real en
el bolsillo. Pero debes, a cambio, dejar tu alma como garante de tu silencio
absoluto".
Hay otra gente —me asegura— que
anda con miedo todo el tiempo. “Los ves con sus bolsos agarrados como si fueran
un bebé, mirando a todos lados con nervios, incapaces de pronunciar una palabra
si uno se les acerca a preguntarles algo... andan deambulando sin rumbo por las
calles del barrio”.
En los últimos tiempos, Casigua
El Cubo se ha llenado de prostitutas que vienen de todos los estados a buscar
dinero o “billetes”, como refiere Ramón. Las más osadas se saltan para el otro
lado y hasta se quedan allá por varios días. “Usted ve esas muchachas bonitas,
paseando por aquí y por allá buscando al mejor postor para vender sus favores.
A los colombianos les encantan las venezolanas porque son bellas y baratas,
además de cariñosas y desenfadadas”.
— ¿Y
qué pasa cuando la policía bolivariana o el ejército descubre a un
narcotraficante poderoso o a sus empleados llevando drogas? —le pregunté.
— Ah, eso nunca pasa aquí. Porque
los narcos le pagan a los militares para cuidar su mercancía y les pagan muy
bien. Hasta la alcaldesa les paga para que no reporten. Aquí la guerrilla y los
narcotraficantes son socios de los políticos y se cuidan las espaldas todo el
tiempo —advirtió.
— ¿Y
si hay alguno que reporta porque no está en la camada?
— El que ose hablar le puede ir
bastante mal. Conocí a varios que hablaron y ya están enterrados —sentencia.
Se tomaba la tercera cerveza
mientras seguía conversando. Ramón asegura que a pesar de haber nacido en
Casigua ya no reconoce a su pueblo, ni a los vecinos. "Hasta hace pocos
años aquí se podía vivir. Teníamos problemas pero se superaban. La gente
confiaba y trabajaba para ganar su sustento de manera honesta. Los jóvenes iban
a la escuela y querían echar pa‘lante. Pero ya no. Ahora sólo quieren ser
narcos y trabajar para los cárteles".
Casigua El Cubo se encuentra a 10
kilómetros de la Troncal 6, una carretera que conecta a las otras poblaciones
vecinas como Machiques. Tiene un aeropuerto, El Cubo, ubicado en el Batallón de
Ejército “Celedonio Sánchez” y, según nos informó J. Pérez, hay también varias
pistas clandestinas de donde a diario salen avionetas repletas de drogas rumbo
a Centroamérica.
La
economía
Casigua El Cubo tiene una
economía tradicionalmente petrolera, maderera y pesquera, aunque también
predomina la producción ganadera, agrícola, procesadora de lácteos y la planta
aceitera. No obstante, la industria más próspera en esa población es la
producción de cocaína y el transporte de la misma por vía terrestre, marina y
aérea.
La
guerra de las mafias
La alcaldesa del Municipio Jesús
María Semprún del estado Zulia, Lucía Mavárez, es percibida por las personas
con las que conversé como una aliada de las mafias que reinan en Casigua. De
hecho, Alberto C. me aseguró que la burgomaestre ha sufrido varios atentados
que la prensa ha disfrazado, pero que resultan ser el resultado de sus alianzas
con los jefes de las rutas que defienden como fieras los caminos que sigue la
droga para abandonar con éxito el territorio venezolano para llegar al norte.
El 21 de enero de 2015, Mavárez
sufrió un atentado en su propia casa. Dicen los reportes que fue víctima de las
mafias del contrabando. "Un grupo de hombres tiroteó la vivienda de la alcaldesa,
ubicada en el sector Campo E’Lata en la entrada a Casigua El Cubo. De este
incidente, tanto la funcionaria como su progenitora salieron ilesas y, a pesar
de que funcionarios del SEBIN y CICPC realizaron las experticias
correspondientes a la escena, no llegaron a ninguna conclusión". Dijeron
que fueron los contrabandistas de gasolina y alimentos en la zona que actuaron
en venganza por las acciones de Mavárez, pero la verdad es que fue el jefe de
la ruta que buscaba el pago de la mercancía, dice Pérez con una voz pausada y
temerosa.
Otro evento que fue objeto de
habladurías en el pueblo fue el hecho de que el hijo de la alcaldesa de
Semprún, Luis Alberto Villamizar Mavárez, baleó a su escolta, Anthony
Ardila Vera, y lo envió al hospital. El asunto quedó reseñado en la prensa
local el 13 de marzo de 2013, como un hecho presuntamente pasional no aclarado
por las autoridades policiales. El hijo de la alcaldesa tiene credenciales de
la policía municipal.
La prensa reseñó que la
burgomaestre de Jesús María Semprún se hizo cargo de todos los gastos que ha
representado la reclusión en una clínica de Ardila y que nadie fue preso por el
incidente. “Así es aquí, el poder se cubre la espalda y el silencio se paga a
un alto precio”.
Las
cuotas de la guerrilla
Pedro P. es un hombre que suele
no hablar con la gente. De hecho es reservado y muchos le temen por los
misterios que parece tener guardados en lo más profundo de su ser. José, mi
guía, llegó a una casa del barrio Las Palmeras que de no ser porque la
pude apreciar a través del facetime hubiese jurado que no existía. Era una
mañana soleada y por la ventana hecha con latas de zinc se colaba una luz
lánguida que convertía la escena en un ambiente tenebroso.
Lo primero que dijo Pedro es que
las paredes en el pueblo tienen oídos. Empezó narrando su experiencia personal
con la guerrilla. "Ellos están acá desde hace mucho tiempo. No fue con los
chavistas que llegaron. Lo que sí ocurrió bajo el gobierno de Chávez y de
Maduro es que se ampliaron la rutas, se mejoraron los sistemas de protección y
lograron acuerdos que antes no podían llegar a pensarse".
—
¿Cuáles acuerdos?, —pregunté.
— El jefe de la guerrilla llegó
acuerdos con las autoridades civiles y militares venezolanas de acá del
municipio. Hay una cuota especial que se le exige a la alcaldesa de Semprún que
equivale que un 25 por ciento del personal de la alcaldía. Ellos cedieron y los
enviados de la guerrilla trabajan en la municipalidad por órdenes del jefe. La
alcaldesa tiene una ruta que domina y cuida. Ella con el comando militar le
ofrecen protección.
Este pueblo se ha transformado
tanto que ya la gente no se asombra de lo que ocurre. Pedro recuerda que hace
unos meses atrás hubo un atentado y, a pesar que el hombre tenía 30 escoltas,
hubo un muerto, pues el jefe colombiano quería matarlo por un problema con una
ruta.
Bajo los acuerdos, los
involucrados se respetan. Cuando alguien deja de hacerlo y pretende sacar a uno
de los protegidos del juego, “lo terminan de inmediato” [lo asesinan].
Pedro hacer referencia a un caso
que, según él, llamó la atención, cuando dos sujetos en una moto le dieron
muerte a Antoni de la Consolación Ardila Vera, cuando se encontraba frente a su
residencia en la calle principal del sector Propatria, en el municipio
Jesús María Semprún. “Varios del grupo que se encargan del narcotráfico en la
zona saben que cuando estorban ya son cadáveres, y actúan como tales a pesar
que siguen vivos” acotó.
Hay un hombre que vive con el
alma en pena. J. Salas cambió su alma por una montaña de dólares. Es tal la
agonía que tiene que no pasa un día en el mismo lugar para evitar que lo
agarren. Su madre vive en las penumbras del miedo y acuchillada por el dolor de
ser rehén de los narcos.
La
organización
Los "jefes" colombianos
tienen, a su vez, un jefe en Casigua El Cubo nombrado desde Colombia. Si este
sujeto “se pierde con el dinero”, lo buscan a donde quiera que esté para
matarlo. Durante el año 2016 mataron a tres jefes locales. Uno de ellos
desapareció con el dinero de la venta que tenía que entregar a su comandante y
los sicarios lo mataron junto a su esposa. Los victimarios exigían que les
regresaran el efectivo del que se habían apoderado y al no obtener respuesta,
sencillamente los mataron en presencia de sus vecinos, quienes debieron
contener sus emociones de terror.
Casigua terminó por convertirse
en tierra fértil para los cárteles. Es, además, un lugar privilegiado para las
pistas clandestinas que han aumentado enormemente en la última década. Son muchos
los reportes que señalan cómo se produjo el incremento del tráfico aéreo desde
la frontera venezolana, donde el país aparece con una posición privilegiada
para la producción y el transporte de la cocaína que es llevada a Centroamérica
como zona de tránsito hasta su destino final en los Estados Unidos y Europa.
Alberto es otro habitante que
aceptó hablar con nosotros. Por años ha estado al tanto de las tácticas que
usan las organizaciones criminales para manejar su negocio. Este hombre de los
45 años asegura que la creatividad de los narcotraficantes no cesa a la hora de
idear fórmulas que les permitan realizar el desplazamiento de la mercancía sin
ser detectados. “Esa gente ha desarrollado distintas estrategias y grupos
aliados en el pueblo. Muchas veces usan vehículos, camiones militares,
ambulancias, carros oficiales y las avionetas que son las más efectivas. Allí
llevan la droga en pequeñas cantidades, por lo general no excede los 100
kilogramos”.
Cuenta como uno de los jefes le
explicó que embarcaban pequeñas cantidades y realizan numerosos viajes, puesto
que de esa manera se pierde menos mercancía cuando es interceptada.
Alberto también se refirió al
hecho de la proliferación de pistas clandestinas de donde salen avionetas casi
todos los días. Los narcos aprovechan las carencias en la vigilancia de los
radares que existen en la zona, así como la complicidad de las autoridades para
realizar el mayor número de vuelos diarios. Por lo general no hay recursos
logísticos y técnicos suficientes para detectar aviones pequeños y, casi
siempre, carecen de capacidad para detener los vuelos ilícitos que suelen
aterrizar en otras pistas improvisadas en las zonas de recibimiento en las
selvas de Honduras y Guatemala.
Cuenta Alberto que los jefes
contratan a los muchachos del pueblo para construir las pistas aéreas
clandestinas, las cuales se hacen con mucha facilidad, tienen una anchura de
entre 80 y 100 metros y una longitud que, en algunas ocasiones, alcanza hasta
1.500 metros o más. Desde esas pistas ocultas en el monte salen pequeñas
avionetas que pueden transportar hasta 300 kilogramos de droga por viaje. Los
jefes pagan al dueño de la tierra y a los trabajadores que las hacen, son
económicas y “la inversión” la recuperan en el primer viaje.
La industria de la droga es la
que más dinero produce en Casigua El Cubo. Definitivamente, el narcotráfico no
sólo es una actividad ilegal y delictiva, también es una forma de vida. Muchas
familias de esta zona trabajan en los laboratorios o como “mulas”, transportando
cocaína como la única forma de subsistir. La población Barí también se ha
sumado al negocio de la droga, aceptando llevar pequeñas porciones o trabajando
para el jefe de turno. Cuando los niños y jóvenes se involucran lo hacen
únicamente para ganar dinero para poder vivir.
Muchos habitantes creen que el
dinero de la droga ayuda a muchas familias a sobrevivir y genera beneficios a
la comunidad, aunque reconocen que la industria criminal viene acompañada por
la violencia que deja a su paso muchas muertes y destrucción.
En Casigua El Cubo se sufre la
presencia y acción de los cárteles y la guerrilla colombiana y, además, de las
pandillas de jóvenes que por lo general son muchachos pobres que se engolosinan
con el dinero fácil. Los miembros de las pandillas los conocen en la comunidad,
saben quiénes son y de dónde vinieron. Los jefes locales, por el contrario, son
un poco más reservados, tratan de mantener bajo perfil y prefieren la
clandestinidad que el reconocimiento de los pobladores.
Alberto advierte que en los
laboratorios que montaron los guerrilleros en la montaña se puede procesar
hasta una tonelada de cocaína mensualmente. La aparición de estos laboratorios
hace que el protagonismo de Venezuela en la industria del narcotráfico haya
aumentado, puesto que antes el país era sólo un paso de la mercancía, pero en
los últimos años se ha convertido en productor oculto de sustancias
controladas.
Un informe del gobierno
norteamericano sostiene que el 40 por ciento de la cocaína mundial, unas 140
toneladas, se trafican por esta ruta. Los medios de transporte son muy
variados, desde correos humanos, envíos disimulados entre mercancía lícita,
pasando por envíos postales tradicionales, droga camuflada en vehículos por la
frontera e, incluso, submarinos que algunos narco poseen para el transporte del
costoso producto. La rentabilidad del tráfico ilegal de cocaína explica que se
inviertan tantos esfuerzos en mantenerlo, puesto que se trata de parte más
productiva de la cadena. En esta etapa es donde se queda el 98,5 por ciento del
dinero, mientras que el cultivo solo retiene el 1,5 por ciento.
Las autoridades de Estados Unidos
estiman que la cocaína es sacada de Colombia por el Pacífico o por el llamado
corredor del Caribe, es decir por el litoral norte de Colombia y Venezuela y es
allí donde las poblaciones fronterizas participan en la industria.
El efecto de este tráfico es
dramático. En Casigua El Cubo, además de la lucha entre las bandas, los jefes
de cárteles de la droga protagonizan su propia confrontación, la cual ha dejado
muertos y ha sembrado el miedo que se ha instalado en la mente de los
residentes a quienes en solo unos años, el lugar donde nacieron se les ha
hecho irreconocible. Nadie en el pueblo se imaginaba que la situación geográfica
los iba a convertir en tierra apetecible de las mafias que deambulan a diario
para buscar las vías más novedosas y expeditas para sacar esta mercancía del
horror.
En el pueblo se rumora que la
droga se va al norte, a donde hay muchas almas agobiadas esperando el polvo
mágico que les permite abandonar su realidad por unos minutos. Son muchos los
informes que aseguran que en Estados Unidos, el consumo de drogas se convirtió
en un problema de salud pública de primer orden y es por eso que la nueva
administración del presidente Donald Trump colocó el asunto como un tema
prioritario de gestión.
En 2009, un informe del Congreso
de los Estados Unidos dijo que de 2004 a 2007, la cantidad de cocaína exportada
de Colombia a través de Venezuela se había cuadruplicado, alcanzando el 17% del
comercio mundial de cocaína en 2007. El contrabando de cocaína creció en
Venezuela en la década de 2010, pasando de alrededor del 25% de la cocaína de
América del Sur que venía del campo en 2010 y aproximadamente 33% en 2015. En
el 2016 se estima que los número se hayan incrementado sustancialmente aunque
hasta este momento no se conocen las cifras.
PD.
Esta
es la primera parte de la crónica. Se usan nombres ficticios para proteger la
vida los protagonistas que aceptaron a conversar sólo bajo la garantía que sus
nombres fueran reservados y presentados anónimamente. Las grabaciones de sus
voces sirven como pieza de investigación y su privacidad está garantizada por
las normas de protección de la fuentes periodísticas.
Tomado de:
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