Por Roberto Patiño
Una de las primeras acciones
que debemos tomar para enfrentar la violencia es confrontar el proceso de
aceptación como normal, con la que es abordada por diferentes sectores de
nuestra sociedad. Ante esto es necesario cuestionar la violencia como
herramienta en la resolución de conflictos, no deshumanizar a víctimas y
victimarios, reconociéndolas como personas más allá de cifras o porcentajes, y
comprender las repercusiones de la violencia en quienes están directamente
afectados por ella y los que les rodean, como familiares, amigos y vecinos.
Estas son algunas consideraciones que proponemos para manifestar una acción
frente a la tragedia y encontrar otras maneras de entenderla y transformarla.
En días pasados fue muy
comentado el doloroso caso de Michelle Longa, de 18 años, golpeada hasta la
muerte por tres compañeras de su liceo. Su asesinato se produjo luego de que
una discusión con las muchachas, molestas porque habían sido reprobadas luego
de que Michelle no las incluyera en un trabajo escolar, escalara hasta la
agresión física. El terrible asesinato de Michelle, además del reconocimiento
de la tragedia irreparable de la muerte de una joven, plantea otras cuestiones:
¿Qué apoyo se le está dando a sus familiares que, como miles en Venezuela,
atraviesan momentos de duelo, pérdida y rabia? ¿Cómo ha afectado a sus
compañeros, profesores y plantel? ¿Qué condiciones se dieron en el entorno,
educativo, familiar y cultural de las muchachas involucradas, llevándolas a
convertir una disputa sobre un trabajo escolar en una brutal golpiza y un
homicidio? ¿Qué medidas preventivas se están tomando en los planteles y hogares
de esa comunidad frente a esta situación? ¿Cuál es la respuesta de los
organismos del Estado responsables?
Pensemos que este caso pone la
atención sobre una faceta de la violencia más allá de lo criminal, en el
contexto de los jóvenes y adolescentes en planteles educativos. A pesar de lo inédito
(por los motivos descritos) del asesinato de Michelle Longa, la organización no
gubernamental CECODAP advierte que ya en 2015 se produjeron al menos 3 muertes
por violencia escolar y más de una treintena de heridos en centros educativos
por la misma causa. Esto es una clara señal de alarma sobre una faceta del
problema que debe abordarse en lo inmediato: el asesinato de Michelle es
muchísimo más que una cifra y una noticia de sucesos, de las tantas que
escuchamos a diario. Advierte sobre fallas, tanto de la sociedad como del
Estado, en la asunción de responsabilidades y enfoque frente al problema.
En la normalización de la
violencia influye, a nivel social, la negativa de las personas a afrontar
hechos de este tipo por su carga negativa, dolorosa, y muchas veces reveladora
de pulsiones oscurasde la sociedad, difíciles de aceptar y procesar. También la
impotencia generada por la percepción de que la violencia, por su magnitud y
complejidad, es un problema imposible de solucionar.
Por otro lado existe en
nuestro país una negativa del Estado a aportar soluciones preventivas,
continuas y consensuadas al respecto. El mismo Estado, tanto en su discurso
como en sus actos, estimula, valida y glorifica el uso de fuerza excesiva y la
violencia.Son algunas muestras de ello la criminalización de la disidencia y la
invención de complots y enemigos externos, la agudización de la persecución
política a través de detenciones ilegales y la implementación de operativos en
contra de la inseguridad, como las OLP, con reiteradas violaciones a los DDHH.
Es vital un cambio de gobierno que posibilite otra visión de Estado, para que
este no continúe siendo un factor determinante y permisivo de lo violento y,
por el contrario, se articule con el resto de la sociedad para la promoción y
reconstrucción de la convivencia.
Creemos que en el ámbito local
es prioritario el aporte de herramientas activas de participación, como
talleres de prevención de violencia y de resolución pacífica de conflictos,
entre otros. Igualmente necesario es visibilizar a los afectados por el
problema, desde individuos hasta comunidades,y exigir apoyo legal, psicológico
y material para estos. Las víctimas de la violencia tienen rostro, y sus
experiencias, dolorosas y que nos confrontan con los aspectos más terribles de
lo humano, pueden ser también referentes de resiliencia, superación y
esperanza.
En nuestro trabajo en las
comunidades, hemos reconocido estas vivencias en personas como Abraham Viera,
de El Polvorín en la Pastora. Abraham perdió primero a un hermano en un
accidente y luego a otro a manos del hampa. Enfrentado a la posibilidad de
vengar al segundo decidió enfocar su esfuerzo en superar la tragedia y ayudar a
su familia en la recuperación. El impulso y constancia de Abrahamse volcaron
también en la realización de actividades comunitarias, siendo actualmente
reconocido como un líder de la localidad de El Polvorín. Nunca olvida a sus
hermanosy no convierte su recuerdo en una fuente de más violencia y
retaliación. Una de nuestras primeras actividades en el Movimiento Mi Convive,
organizada junto con Abraham en 2013, fue un homenaje a ellos.
Como Abraham, muchos otros han
vivido las devastadoras consecuencias de la intromisión de la violencia en sus
vidas. Con entereza, esfuerzo y apelando a lo mejor de sí mismos, se han
rebelado ante ella, negándose a aceptarla como condición inalterable y
definitoria de su realidad. Estas experiencias deben ser reconocidas y, como en
el terrible asesinato de Michelle Longa, deben impulsarnos a la reflexión, a
enfrentar la tragedia para no aceptarla como algo normal y cambiarla.
Coordinador de Movimiento Mi
Convive
Miembro de Primero Justicia
06-03-17
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