Por Luis Pedro España
La detención del profesor
retirado de la Universidad de Carabobo, Santiago Guevara, a quien se le acusa
de traición a la patria o cosa parecida, no hace sino abultar el expediente de
un Estado que no solo dejó de ser democrático el día que decidió dejar de hacer
elecciones, sino que su acción discrecional lo ha convertido en un tipo de
Estado que se conoce como despótico.
No se trata de calificativos
lanzados a la ligera. Nos referimos a una definición académica, a un tipo de Estado que se caracteriza por la
discrecionalidad de sus acciones. Estamos hablando del modo más primitivo
de Estado, de su primera forma, del modo originario como el Estado nació al
monopolizar para sí el uso de la violencia.
Venezuela es un Estado despótico
porque actúan sin atenerse a ninguna norma o, mucho mejor y sofisticado, por
procurarse un marco normativo cambiante, movedizo, de libre interpretación por
parte de tribunales complacientes, ahora que carecen de los medios para cambiar
las leyes desde que perdieron la Asamblea Nacional.
Estamos en presencia de un
clásico de las dictaduras. No importa qué tanto quiera disfrazarse, este es un
gobierno, un régimen, que desde que la voluntad del pueblo le dio la espalda y
desde que se vio obligado a reprimir para contener la protesta, ya no son los
tribunales naturales los que procesan a los civiles, ni aplica ningún beneficio
procesal para personas cuyo único delito ha sido disentir del gobierno.
Un régimen despótico, en un
mundo como este, está condenado a la pobreza, de él y de sus súbditos.
Despótico, recientemente, en lo político y, con anterioridad, en lo económico
por haber convertido este último en instrumento de “dominación light” cuando
lucía su careta democrática, actúa en todos los ámbitos bajo el signo de la
improvisación y la discrecionalidad.
Por esa razón, ni uno solo de
sus “aliados” parece dispuesto a ayudarlo en sus correrías económicas, nadie
invierte o arriesga un solo dólar o yuan en un país sin reglas, sin normas que
doten de previsibilidad su futuro, menos aún con un personal gerencial que
desde hace rato no es capaz de saber el alcance de sus propias medidas.
Sin saberlo, o incluso
sabiendo, pero sin poder hacer nada al respecto, el retroceso político que
supone deslizarse por el tobogán del despotismo no solo los hará incurrir en
las imprescriptibles violaciones de los derechos humanos, sino profundizarán su
inviabilidad económica, la cual desde hace mucho sobrepasó la frontera de la
coyuntura de unos malos precios del petróleo para instalarse en la condición
estructural de modelo fracasado y fallido.
El Estado despótico será
entonces la última fase de este gobierno. Mientras dure, largo será el
sufrimiento y oscuras sus consecuencias. Serán muchas las detenciones
arbitrarias que veremos, las medidas disparatadas que presenciaremos y las
excusas conspirativas que tendremos que escuchar. Vamos camino al aislamiento y
eso, para un país que no puede comer sino importado y manufacturado, porque
nada produce, lo único que augura es hambre y desolación económica.
Aciagos serán los días que nos
esperan. Todos, empobrecidos y sobrevivientes, ahora pasaremos a estar bajo la
amenaza del déspota y sus caprichos. Ese es el precio que tendremos que pagar
como nación por haber dejado que el talante autoritario de antes se haya
convertido en el Estado despótico de hoy.
02-03-17
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