Simón García 28 de febrero de 2017
@garciasim
El
comentario se esparce. Se repite, pese a la subyacente prepotencia ante una
velada y pretendida superioridad. Se hace látigo sobre las espaldas de nuestra
conciencia: “somos más pobres que Haití”.
El
lenguaje cotidiano no puede dejar de gritar la tragedia nacional que somos. Se
acumulan las destrucciones: país, las políticas del antidesarrollo, los
acelerados empobrecimientos, la visualización de la corrupción, la asociación
entre fichas del poder y el narcotráfico o la disolución del Estado incapaz de
ofrecer servicios públicos o seguridad. Hasta la misma integridad del
territorio se ha vuelto precaria.
El
país, con una contundencia que sólo es posible porque suma a la oposición y a
una parte de los seguidores del gobierno, ha llegado a varios consensos. Son
todos convencimientos negativos. Uno, por ejemplo, es que el 95% de la
población ve mal la situación del país, entre ellos el 80% de los oficialistas.
Otro es que más del 70% de los venezolanos, según varias encuestadoras,
considera que el futuro será peor.
Es
también un dato duro que la simpatía por el gobierno y la oposición se
distribuye en una relación de 40%-15%. Los seguidores de Maduro han pasado a
ser una minoría; pero quienes se identifican con la oposición todavía no han
cruzado la línea del 50%. Esta mayoría relativa choca con el alejamiento de un
38% de ciudadanos que no encuentra motivos positivos y confianza en la
oposición y en particular en la MUD.
Hemos
vivido confinados en consensos negativos. La mayoría del país, al margen de sus
posiciones políticas o ideológicas, comprueba que estamos cada día peor, que la
situación se vuelve insoportable y que ya no podemos seguir perdiendo todos.
El
drama común de esta mayoría compuesta con gente de uno y otro lado, es que
mientras tanto en las calles está apareciendo el hambre, se impone un modelo
generador de más calamidades y el gobierno demuestra que no quiere rectificar.
Es una
mayoría que aún no se ha atrevido a buscar con determinación el camino para
pasar a conformar consensos positivos. Pero está a punto.
El
diálogo sin negociación fracasó. Ahora existen condiciones para realizar un
enorme esfuerzo, desde lados de distinto signo,
para orientar el diálogo que está creciendo, paralela y espontáneamente,
en la sociedad y para convencer a quienes aún sostienen a un poder, fuera de la
Constitución y contra la nación, que su mejor opción es negociar una transición
hacia el restablecimiento de la democracia y de las condiciones para
reemprender un desarrollo socialmente inclusivo, económicamente exitoso y
políticamente progresista.
La
experiencia reciente nos indica que diálogo sin negociación no funciona y que
el centro de la negociación debe ser el restablecimiento de la democracia.
Omito los eslabones de ese tránsito, el más inmediato de los cuales es lograr
la elección de gobernadores.
Un
desafío para la nueva MUD, para sus alianzas y relaciones con todas las fuerzas
e instituciones interesadas en avanzar hacia el mejor país posible.
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