Por Marco Negrón
Con frecuencia en esta columna
se ha abordado el tema metropolitano y ello por dos razones fundamentales. La
primera es que se trata de una tendencia irreversible que involucra las
principales ciudades a lo largo y ancho del mundo; la segunda, que ellas se han
revelado como los principales motores del progreso social y económico. Esta,
sin embargo, está lejos de ser una consecuencia automática de la primera: el
crecimiento metropolitano también implica riesgos que no sólo pueden frustrar
los logros de la segunda sino que pueden tener consecuencias catastróficas
sobre un ámbito territorial más vasto.
Particularmente en un mundo
como el actual, caracterizado por la incertidumbre, el camino para alcanzar el
éxito de las metrópolis no es sencillo ni existe manual alguno que lo dibuje:
cada una de ellas responde a unas circunstancias específicas a las cuales hay
que dar repuestas igualmente específicas aun cuando ciertos riesgos, como son
los que derivan del cambio climático, pueden tener una causa común.
En el caso francés, por
ejemplo, donde el turismo de playa juega un importante papel en la economía
nacional, las costas atlántica y mediterránea ya están seriamente afectadas por
la progresiva elevación del nivel del mar a causa del calentamiento global,
previéndose incluso que en una década provoque el derrumbe de 300 edificios
cercanos a las costas. En respuesta, el Parlamento francés comenzó a discutir
desde enero pasado un proyecto de ley para paliar los desastres y pérdidas
económicas asociadas al fenómeno.
Pero no son sólo las costas
las amenazadas: Ciudad de México, construida sobre el lago Texcoco en un
altiplano a más de 2.000 msnm, está viendo cómo se agravan sus problemas de
escasez de agua y subsidencia debido al mismo fenómeno que golpea el litoral
francés. También Sao Paulo, la otra gran megalópolis latinoamericana, confrontó
una gravísima crisis de abastecimiento de agua en 2014. Apenas el mes pasado un
imprevisto frente de mal tiempo provocó aluviones que obligaron a cortar el
servicio de agua potable a casi 1,5 millones de hogares en Santiago de Chile.
Desde luego, en ciudades tan
desiguales como las nuestras estos fenómenos afectan con mayor fuerza a los más
pobres, por lo que es previsible que, en la medida en que aumenten su
frecuencia e intensidad, abran las puertas a una creciente conflictividad
social que pondría en entredicho la de por sí difícil gobernabilidad
metropolitana.
Aun contando las llamadas
ciudades dormitorio que la rodean, Caracas es una pequeña metrópoli de poco más
de 4 millones de habitantes, pero hace apenas 17 años sufrió un deslave de
terribles consecuencias humanas y económicas en su frente litoral, está
enclavada en una zona de actividad sísmica recurrente y su abastecimiento de
agua depende de un complejo y delicado sistema que debe bombear el vital
líquido desde una cota 600 metros más baja. Desde el terremoto de 1967 sus
barrios informales, que alojan alrededor del 40% de la población, han crecido
extraordinariamente en población y densidad elevando exponencialmente el riesgo
potencial, pero la mayoría de las autoridades, particularmente las nacionales,
prefieren mirar hacia otro lado. Se volverá sobre este tema porque es de la
máxima importancia.
07-03-17
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