Por Antonio Pérez Esclarín
Suele decirse que las crisis y
las situaciones difíciles sacan lo mejor y lo peor de las personas. No puedo
entender cómo hay gente que ha llegado a tal nivel de deshumanización que se
roba la comida de los niños de las escuelas. Y no para comer ellos sino, dado
el volumen de la comida robada, para revenderla y ganar un dinero que, si les
quedara un poco de dignidad, les debería quemar las manos. Conozco un
liceo que, en lo que va de año, han robado la comida de los alumnos tres veces.
Y hasta les han amenazado con dejar de proporcionarles los alimentos, con lo
que sólo lograrán castigar a los estudiantes y promover el ausentismo escolar.
¿Acaso ignoran que es el Estado el que debe garantizar la seguridad? “Lo peor
del caso, -me contó la subdirectora muy compungida-, es que si no hay comedor,
muchos alumnos no van a venir, pues vienen sólo por la comida. El otro día no
tenían clase los de cuarto año y llegaron más de cuarenta alumnos a comer”.
Conozco también numerosos
casos de gente solidaria, capaz de compartir la escasa comida o incluso de
privarse de ella para regalársela a alguno que no tiene nada. Ante la creciente
hambre en Venezuela, cuyo rostro más visible es la cantidad de gente rebuscando
en los pipotes de basura, están surgiendo en escuelas, parroquias y
comunidades, las ollas solidarias con las que se pretende mitigar el hambre.
En un reciente viaje
pedagógico por tierras de Lara, tuve la oportunidad de conocer la experiencia
de la Parroquia San Francisco de Asís en El Tocuyo, que cada día prepara 5
ollas con las que alimentan entre 400 y 500 personas: adultos mayores, niños, e
incluso familias completas.
La idea nació del Presbítero
Jesús Martínez en el mes de octubre de 2016 que animó a su comunidad cristiana
a responder al llamado del Papa Francisco a practicar la Misericordia con los
más necesitados. Un grupo de laicos comprometidos aceptaron el reto y empezaron
a preparar la olla solidaria en una casa de familia, que preparaban con lo que
generosamente aportaban las personas. Todos los utensilios (ollas, reverberos,
tazas, cubiertos…) eran puestos por los propios organizadores de la
comida. La olla la trasportaban en sus carros hasta la iglesia donde la
repartían a los que acudían. Si sobraba, salían por las calles y plazas a
repartir la comida a los que vieran pasando necesidad.
“Cocina de la Caridad”
El proyecto fue creciendo y para diciembre, ante el aumento de las personas que acudían a comer, tuvieron que preparar dos ollas. En el mes de enero, lograron habilitar un espacio en la iglesia que llamaron “Cocina de la Caridad”, y mediante compras de utensilios y varias donaciones de equipos, pudieron instalar una cocina sencilla pero muy funcional, donde hoy preparan a diario las 5 ollas solidarias, que les exige conseguir cada día al menos 20 kilos de carne, 30 kilos de verduras (auyama, papas, jojotos, yuca) y aliños verdes. Con frecuencia reparten también diversas frutas, y en alguna ocasión arroz con carne molida.
Como nota curiosa, no se
permite tomar fotografías, se insiste en el trato cariñoso a los que acuden a
comer, y se les permite llevar comida a sus casas si tienen algún familiar
impedido o enfermo, y hasta en ocasiones han llevado comida a los presos, a los
enfermos en los hospitales y a los familiares que los acompañan.
Si bien son numerosos los
colaboradores, hay un grupo verdaderamente comprometido, que es el motor de la
actividad, que se dedican en cuerpo y alma al servicio diario y hacen vida el
evangelio.
21-03-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico