Por Luis Ugalde S.J.
“Vengan benditos de mi Padre
porque tuve hambre y me dieron de comer…”, dice el Maestro en la parábola del
“Juicio Final”. Jesús rara vez regaña y menos maldice, pero aquí nos habla de
maldición e infierno para los que dejan que el otro se muera de hambre, de sed
y de enfermedad o se pudra en la cárcel. Ese es el juicio de Dios sobre las
personas y también sobre las políticas. A los malditos contrapone los “benditos
de mi Padre” porque me dieron de comer, me brindaron agua en la sed, me
acompañaron en la enfermedad… Es la línea divisoria entre la buena persona y la
mala, entre buen gobierno y malo. Lo demás es hipocresía religiosa.
Los responsables de la
situación política, económica, y social reciben la alabanza de Dios solo si
logran estructuras, instituciones y conductas para que los hambrientos tengan
acceso a la comida y a su producción; los enfermos, a la salud, y los
injustamente presos, a la libertad. Jesús dice que esa negación de la vida del
prójimo trae el infierno; lo que está a la vista en Venezuela. Para salir del
hambre y de la pobreza se requieren modificaciones profundas y coherentes en
todo el aparato productivo y en la acción de millones de personas; cosa que es
imposible sin un cambio de política y un gobierno democrático nuevo que
convoque a todo el país. Lo mismo se diga sobre las políticas para que las
medicinas, los médicos y las instituciones públicas de salud traigan vida. Los
buenos sentimientos de caridad quedan mutilados si no hay políticas coherentes
e inteligentes en todas estas áreas; en política cuentan los resultados, no
bastan las buenas intenciones.
Algunos curas se
precipitaron a celebrar el actual régimen como el advenimiento del Reino de
Dios y ahora nos sorprenden pidiendo que los obispos y los curas sean ciegos y
mudos ante sus secuelas de muerte. La Iglesia no puede callar cuando se trata
de defender la vida digna, aunque la acusen de meterse en política. Los grandes
profetas de Israel fueron asesinados porque con la verdad de Dios denunciaban a
quienes vendían “al pobre por un par de sandalias” y usaban el poder para
oprimir y explotar. El profeta Jesús fue ejecutado por el poder de su tiempo,
acusado de meterse en política. En nuestros días y en este continente las
dictaduras asesinaron al hoy beato Romero (El Salvador), al obispo Angelelli
(Argentina), al arzobispo Girardi (Guatemala) y a decenas de sacerdotes, “por
meterse en política”. El cardenal Silva Henríquez en Chile, monseñor Arias en
Venezuela y Helder Cámara en Brasil fueron ejemplos de conciencia cristiana
frente el atropello de las dictaduras y defensa de los perseguidos. Ciertamente
los obispos y sacerdotes no se deben meter en política partidista, pero tienen
que hacer suya la defensa de la vida (comida, bebida, salud, casa, trabajo,
libertad…).
Todo ello fruto de la buena política, frente a la mala que conduce
al infierno que vivimos. Traiciona al Evangelio quien calla o bendice a los
señores de este mundo que esclavizan a la gente. Los que se robaron miles de
millones de dólares, los que implantaron la ineptitud y corrupción en la
administración pública y los que mataron la productividad de la empresa son los
que quitan el pan, el agua, la salud y la seguridad. El poder –hoy y ayer–
busca obispos y curas incondicionales que los bendigan, legitimen y sacralicen,
pero el Espíritu de Dios nos lleva a orar: “Señor, ayúdame a decir la verdad
delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los
débiles”. La bendición de Dios es inseparable de la vida de los más pequeños:
“Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…”.
Más allá de los buenos
sentimientos de caridad asistencial dando algo de comida o un vaso de agua, hay
que meterse en política para producir comida, luz, agua, seguridad y
democracia, con todos y para todos. Ello requiere ciencia y tecnología,
financiamiento, organización, profesionalismo capacidad y honradez…, dirigidos
por una política de estadistas, centrados en el bien de la gente, de todos los
venezolanos y no solo de los que llevan la franela de su partido. Y abrir las
cárceles y fronteras para que salgan y regresen los criminalizados y
perseguidos por el mero hecho de ser opositores. Lo contrario es el infierno.
Si alguien lo duda que venga y vea lo que vive Venezuela. Una Iglesia muda o
servil bendecidora no sería fiel a Jesús, fidelidad que es su única razón de
ser.
Nuestros problemas son tan
graves y la corrupción tan desbordante que el saneamiento requiere toda una
renovación espiritual y alianzas de los políticamente diversos (en cuanto
partido), pero acordes en la política nacional del bien común para desbloquear
el desastre actual y poner las bases para que todos marchemos hacia la
reconstrucción del país.
03-05-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico