Por Antonio Pérez Esclarín
Venezuela se ha convertido
en uno de los países más violentos del mundo. Vivimos una especie de guerra
civil no declarada donde los venezolanos nos matamos con saña y, con
frecuencia, por motivos fútiles. Todo sube de precio en Venezuela menos la vida
humana que cada vez vale menos. Se puede matar por una bicicleta, por un
celular, por pensar distinto, porque te resististe o me miraste feo. La violencia
no respeta ideologías, religiones, partidos, y se ceba con saña y voracidad
entre los jóvenes que son las víctimas preferidas. Si lo normal es que los
jóvenes entierren a los ancianos y los hijos a los padres, en Venezuela es cada
vez más frecuente que los mayores entierren a los jóvenes y los padres a los
hijos. La violencia es omnipresente y no sólo hemos perdido parques,
plazas y calles que están tomadas por la delincuencia, sino que ya ni las
iglesias, las escuelas, los hogares, los hospitales, los autobuses son lugares
seguros.
La violencia se mide por el
número de asesinatos por cada 100.000 habitantes. El promedio mundial es de
8.8. Algunos países latinoamericanos como Costa Rica, Chile y Uruguay tienen
una tasa por debajo de la media mundial. La Comunidad Europea tiene una tasa
por debajo de 1.5, y Japón 0.5. La tasa de violencia en Venezuela en
2016, alcanzó la pavorosa cifra de 74, es decir, que somos casi nueve veces más
violentos que el promedio mundial. En el año pasado murieron unos 28.000
venezolanos víctimas de la violencia, es decir, que los cadáveres no hubieran
cabido en nuestro mayor estadio. Tan escalofriante o más que estos datos,
resulta comprobar que el 93 por ciento de los crímenes en Venezuela quedan
impunes, es decir que de cada cien homicidas sólo siete pagan condena.
Desde hace mucho tiempo, la
inseguridad y la violencia son considerados, junto al desabastecimiento y la
escasez, los problemas más graves. Sin embargo, no vemos que haya voluntad de
enfrentar el problema y derrotar de una vez a la violencia con
políticas eficaces, que suponen, entre otras cosas, comenzar desarmando
los corazones y las palabras, depurar los cuerpos policiales, desarmar a los
grupos violentos y en especial a los paramilitares, no dotar de fusiles a las
milicias pues muchos de ellos terminarán en manos de los delincuentes o
propiciarán la venganza y el crimen, hacer que se cumpla la ley,
dignificar las cárceles para que sean centros de rehabilitación y no
universidades del delito, y combatir con firmeza la impunidad
A la violencia
delincuencial, se suma la violencia política que reprime con ferocidad marchas
pacíficas, recurre a la amenaza y la tortura para amedrentar y está
ensangrentando las calles y hogares de Venezuela. ¡Basta de violencia, venga de
donde venga! ¡Ni un muerto o un herido más! ¡Basta de reprimir marchas
pacíficas, de acusar sin pruebas y de sembrar el odio! ¡Basta de utilizar la
Constitución para destruirla y seguir hablando en nombre del pueblo cuando han
perdido su apoyo! ¡Las fuerzas policiales y militares deben garantizar la
paz ciudadana desarmando a los paramilitares y civiles armados y poniendo en
cintura a los grupos de delincuentes que manchan con su violencia las marchas
pacíficas y le dan un argumento al Gobierno para acusar a los líderes de la
oposición de terroristas!
05-05-17
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